El perro está tan flaco que no sabe uno por dónde mirarlo, la verdad. Ni de frente ni de perfil, ni por el rabo ni por las orejas parece que tenga una pizca de alegría. Semeja galgo de compañía de aquel hidalgo que se moría de hambre y mataba de lo mismo al rapaz Lázaro de Tormes mientras se daba ínfulas de caballero. Se echaba unas migas por encima de la pechera para hacer creer, cuando salía de casa, que estaba ahíto, pero el estómago le daba unos retortijones que parecían la laguna de Béjar cuando brama, que se oye a la redonda.
Hemos sabido esta semana que las dos minicentrales eléctricas de propiedad municipal, la de Samuel Solórzano y la del Tranco del Diablo, echaban más humo en el empeño que agua en las turbinas, así que el resuello no dio para más a primeros de noviembre y dijeron hasta aquí hemos llegado. El silogismo de su renuncia tiene menos misterio que el de la velocidad de los neutrinos, que cada día que pasa es menor: no llueve, luego no hay agua. Y si no hay agua, no hay energía. ¿Y por qué no llueve? Habrá quien diga que es por “la herencia recibida”, esto es, el gobierno socialista, pero a poco perspicaz que uno sea llega a la conclusión de que va a ser verdad lo del cambio climático, aunque el primo de Rajoy no crea en él. No llueve por lo mismo que no nieva, dos fenómenos meteorológicos que, mira tú por dónde, se han vuelto más necesarios para la economía bejarana que la vieja lana de Castilla.
Resulta que por el parón de las aguas que no caen del cielo las arcas municipales dejarán de ingresas los trescientos mil euros que la venta de la energía le deparaban. Parecerá que no es gran cosa, pero no están los tiempos como para andar con remilgos. Esa cantidad es casi la mitad de la deuda municipal bejarana, que según afirmaba un periódico mundial de Valladolid asciende a ochocientos mil euros (vaya por Dios: la cifra coincide con la que dio el Grupo Socialista y no la que exageraba el Popular en el rifirrafe del verano pasado).
Digo yo que esos ingresos hidráulicos estarían seguramente contabilizados en el presupuesto municipal para este año, así que ante la evidencia de que no van a entrar, alguien se va a tener que comer el marrón: o bien acabarán desequilibrando las cuentas a final de año, o bien se ingresan de todas maneras sea como sea. Atentos, bejaranos, que estamos a punto de contemplar cómo alguna tasa, arbitrio o impuesto municipal tapa el agujero mediante el ardid de su actualización.
Esta bobada del no llover se solventa pagando a escote. O poniendo en marcha más minicentrales, a mayor gloria del cambio climático.
Hemos sabido esta semana que las dos minicentrales eléctricas de propiedad municipal, la de Samuel Solórzano y la del Tranco del Diablo, echaban más humo en el empeño que agua en las turbinas, así que el resuello no dio para más a primeros de noviembre y dijeron hasta aquí hemos llegado. El silogismo de su renuncia tiene menos misterio que el de la velocidad de los neutrinos, que cada día que pasa es menor: no llueve, luego no hay agua. Y si no hay agua, no hay energía. ¿Y por qué no llueve? Habrá quien diga que es por “la herencia recibida”, esto es, el gobierno socialista, pero a poco perspicaz que uno sea llega a la conclusión de que va a ser verdad lo del cambio climático, aunque el primo de Rajoy no crea en él. No llueve por lo mismo que no nieva, dos fenómenos meteorológicos que, mira tú por dónde, se han vuelto más necesarios para la economía bejarana que la vieja lana de Castilla.
Resulta que por el parón de las aguas que no caen del cielo las arcas municipales dejarán de ingresas los trescientos mil euros que la venta de la energía le deparaban. Parecerá que no es gran cosa, pero no están los tiempos como para andar con remilgos. Esa cantidad es casi la mitad de la deuda municipal bejarana, que según afirmaba un periódico mundial de Valladolid asciende a ochocientos mil euros (vaya por Dios: la cifra coincide con la que dio el Grupo Socialista y no la que exageraba el Popular en el rifirrafe del verano pasado).
Digo yo que esos ingresos hidráulicos estarían seguramente contabilizados en el presupuesto municipal para este año, así que ante la evidencia de que no van a entrar, alguien se va a tener que comer el marrón: o bien acabarán desequilibrando las cuentas a final de año, o bien se ingresan de todas maneras sea como sea. Atentos, bejaranos, que estamos a punto de contemplar cómo alguna tasa, arbitrio o impuesto municipal tapa el agujero mediante el ardid de su actualización.
Esta bobada del no llover se solventa pagando a escote. O poniendo en marcha más minicentrales, a mayor gloria del cambio climático.
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