Nada tendría de curioso el suceso si no fuera porque al girar la bolsa, ya cerrada la puerta, y comprobar el remitente, Vítor no dio crédito a sus ojos:
jueves, 23 de diciembre de 2010
Regalo navideño
Nada tendría de curioso el suceso si no fuera porque al girar la bolsa, ya cerrada la puerta, y comprobar el remitente, Vítor no dio crédito a sus ojos:
Más cuentos de Juan Eduardo Zúñiga
Entretanto, el silencio estrecho sigue rodeando su ascendencia bejarana. Seguimos estancados en la dedicatoria de Cervantes al duque.
lunes, 20 de diciembre de 2010
Moralidad y sociabilidad en el Casino Obrero
En un momento de mi intervención, traté de explicar el sentido histórico del lema de la institución, “Instrucción, moralidad y recreo”, que hoy parece caduco pero que tenía sentido en la intención regeneradora de los hombres que componían la Sociedad Económica de Amigos del País de la que surgió el propio Círculo Obrero, nombre luego cambiado a Casino Obrero. Y ahí aducía yo que la moralidad había que entenderla en el propósito de sacar a los obreros de las tabernas, alejarles de la juerga del flamenco de un determinado tablao existente por entonces, donde no sólo debían de ir hombres, seguramente. Luego, Luis Rodríguez, presidente del ateneo bejarano y sin embargo amigo, intervino para sostener la vigencia del lema, sobre la tesis de concepción muy actual del sentido de la moralidad.
A este propósito, bueno será recordar que la Comisión local de Reformas Sociales encargó al propio Círculo Obrero un informe en 1884, dos años después de que el ateneo se creara, con el fin de conocer “el estado y las necesidades de la clase trabajadora”. Así que cinco socios se pusieron manos a la obra y en diciembre estaba elaborado el informe. Así, cuando hablan de su situación económica, afirman que “la clase obrera usa de las bebidas espirituosas, sobre todo del vino en cantidad respetable, sin que a pesar de esto el abuso sea muy frecuente, puesto que son raros los casos de embriaguez”, y a renglón seguido el informe desvela mejor las cosas: “La cantidad de bebidas que se consume en los establecimientos públicos es bastante mayor que la consumida en el hogar doméstico, por la natural sociabilidad del obrero bejarano que busca en aquellos sitios salud y expansión entre sus compañeros”. Osea, que les gustaba ir de parranda en grupo y darle al gañote en la taberna, buscando salud y expansión. Anda que. Si esa moralidad sigue vigente, el Gobierno nos quiere quitar del tabaco y el Casino Obrero de ir a los bares.
Más adelante, al hacer mención del trabajo de las mujeres en la localidad, los miembros que elaboraron el informe no niegan que “la mujer trabaja más en el taller que en el hogar doméstico, ocupándose en la misma industria que el varón aunque en operaciones distintas y generalmente impulsada por la necesidad. Su retribución es muy modesta y las horas de trabajo de dos a tres menos que el hombre, influyendo muy desfavorablemente la vida del taller en la moralidad tanto de la soltera como de la casada, y en el modo de llenar su cometido en la familia” (la cursiva es mía). A la vista de los comentarios sobre la sociabilidad de los obreros y la moralidad femenina, no parece caber duda que las horas fuera del trabajo eran alegres para muchos en Béjar. Había, pues, creo entender, una moralidad determinada que los regeneracionistas bejaranos querían enmendar.
Al día siguiente, Antonio G. Turrión escribió en su blog (http://antoniogt.blogspot.com/2010/12/datos-para-reflexionar.html) sobre el acto de la víspera. Dicho de forma rápida, pedía a los historiadores locales más síntesis y menos análisis, más reflexión y menos datos. Le gustó que Jean-Louis Guereña hablara de la sociabilidad de centros como el Casino, motivo para pensar y hacerse las preguntas que él se hace en su entrada del blog. Pero no es un descubrimiento actual esa sociabilidad. Ya los miembros del Casino que redactaron en 1884 el informe, como hemos visto, hablaban de ello. Nada nuevo. Propone luego el bloguero una nueva charla, a partir de lo que el libro cuenta, sobre el pasado, el presente y el futuro del Casino Obrero. Estamos de acuerdo. Sobre el pasado, porque si no sabemos de dónde venimos no sabemos quiénes somos. Sobre el presente, porque es lo que hay. Sobre el futuro, porque puede que no lo haya.
domingo, 19 de diciembre de 2010
Himno a Béjar
En cuanto nos salimos de los cuatro tópicos, la memoria bejarana es débil y el cuidado del patrimonio se manifiesta una vez más como una calamidad, incluso cuando ese patrimonio resulta ser un símbolo.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Porompompero
San Miguel se muda
Ignacio Blázquez, librero
Las cosas cambiaron mucho, y rápidamente, en el siglo XIX. La villa creció y se hizo ciudad, dejó de ser agropecuaria y se hizo textil, dejó de haber vasallos y brotó la clase obrera, todo ello casi en un golpe de aire. El consumo de vino acompañó al asentamiento de las fábricas, de tal forma que los telares y las tabernas cruzaron juntos de la mano el siglo industrial. Unamuno, en 1902, les pedía a los obreros bejaranos que se dejaran en paz de tanta bodega y tanto calderillo y se preocuparan más de su formación. Ni caso le hicieron. Por entonces ya hacía tiempo que se repetía un dicho local que hasta hoy perdura: “Béjar, ciudad bravía, cuarenta tabernas y una librería”. Hay quien lleva el dicho a extremos más inverosímiles: “Béjar, ciudad bravía, doscientas tabernas y una librería”. Supongo que al lector le quedará claro que la inverosimilitud se asienta en el número de tabernas, porque la librería sigue siendo la misma, una y única.
La imprenta había llegado a Béjar hacia mediados de siglo, de manos de uno de los prohombres que todos conocemos: Primo Comendador. Más exactamente, de su madre y de un socio llamado Remigio Téllez. Y con la imprenta llegaron los periódicos y los libros. Y el comercio de los libros. Ya a finales del siglo había un par de librerías, que entrado el siglo XX se multiplicaron notoriamente: la de Pablo Enríquez, la de José María Blázquez de Pedro, La Racional, Casa Junquera… De todas ellas, la de más larga vida y la que más bejaranos recordarán fue la de Carlos Calvo.
El último tercio del siglo pasado todavía fue pródigo y daba a entender que los bejaranos eran buenos aficionados a la lectura. Pero poco a poco fueron cerrando, una tras otra: Sacho, Márquez, Ri-Al, Austral, Cervantes…
Ahora me entero de que Ignacio Blázquez se ha jubilado también. Quienes salimos de la niñez en las últimas décadas del siglo XX y le hemos tenido afecto a los libros le debemos parte de eso que se suele llamar educación sentimental. Me recuerdo comprando libros en todas las librerías que he citado, desde Carlos Calvo hasta Cervantes, donde Miguel me vendió hasta colecciones enteras, pero en las estanterías del establecimiento de Ignacio fui apresado por lecturas que después no me han abandonado en toda la vida. A la luz del escaparate de Stvdio, su librería, recuerdo que vi por vez primera, una noche de invierno de 1975, siendo estudiante bachiller, las tapas negras de una colección nueva que don Germán Sánchez Ruipérez, el gran editor, se dio en inventar para lanzar su editorial Cátedra: las de “Letras Hispánicas”, la inmensa colección de los clásicos de la literatura española. Qué hechizo el de aquella noche. Ahora tengo una balda entera ocupada por libros de esa colección, pero uno de los primeros fue una edición de las Soledades de Góngora, que me vendió Ignacio sin que yo supiera que allí dentro me iba a encontrar con el duque de Béjar y los versos que el cordobés pergeñó idealizando El Bosque. Y manoseado de tantos años y tanto uso está el ejemplar del Fuero de Béjar que le compré, oro carísimo para un estudiante que arañaba las entrañas de la historia de Béjar con hambre de conocer, ejemplar que todavía conserva la etiqueta que Ignacio le pegó en la portada, donde una vez hubo un precio, ampliamente amortizado. Béjar ha sido (lo es todavía) una ciudad afortunada en escritores y libros de materia local, pero para que el trato entre el autor y el lector se produjera hacía falta que alguien tuviera el empeño de perder dinero aguantando esos libros, de escasa fortuna en su tirada, en las estanterías, y ahí sí que Ignacio ha sido un héroe al que nadie nunca coronamos de laureles. Hay que tener mucho amor por Béjar para esperar que esos libros de escaso recorrido produzcan algún beneficio, pero doy por hecho que su motivación era otra: la de hacernos felices a unos cuantos, que espigábamos en los anaqueles de Stvdio sabiendo que si no estaba allí el libro que buscábamos no estaría en ninguna parte. Me vendió, tomo a tomo, con plazos que le mermaban la ganancia y resignación de padre condescendiente, los tochos del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas, cinco mil páginas de filología dura que subrayé buscando leonesismos hasta que me harté. Y tantos otros libros que de sus manos pasaron a las mías, incluso alguno que yo mismo escribí que hizo el camino inverso, que con paciencia trapense trató de vender.
Antes de que todo el andamiaje de los que nos dedicamos a oficios que tienen que ver con el libro se vaya al garete y sólo exista internet, Ignacio se ha quitado de en medio. En silencio y sin reclamar un sitio en la historia. Cuando empezó, apenas se podía en Béjar otra cosa para entretener los ocios que ir a misa, tomar chatos y jugar la partida. Eran los menos los que se evadían de este mundo en el refugio de los libros, entre cuyas tapas se escondían don Quijote y madame Bovary, que Ignacio se encargaba de encaminar hacia nuestros sueños con la magia de su escaparate, donde los viajes impresos se abrían al abismo que estaba más allá de Vallejera.
Si esta ciudad fuera generosa, tributaría un homenaje a todos los pequeños empresarios que con sus oficios han hecho nuestra vida más llevadera y se van retirando sin ruido. Pero en tratándose de libros son palabras mayores: si yo fuera esta ciudad, sin rubor me pararía a aplaudir cada vez que me cruzara con el librero Ignacio Blázquez por la calle.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Repompón
Miguel Rodríguez Bruno escribió un libro sobre la fiesta taurina en Béjar y creo que no menciona la barbaridad gramatical. Me cuentan que al parecer lo hizo alguna vez algún columnista en el Béjar en Madrid hacia mediados del siglo pasado. Algo es algo. Se anuncia para mayo próximo una exposición de carteles, documentos y fotografías. Estaremos atentos entonces para rastrear el origen léxico de otro de esos barbarismos con los que Béjar se lustra.
viernes, 3 de diciembre de 2010
El Bosque
A Béjar le pasa con El Bosque lo que a George W. Bush le pasó con la invasión de Irak: había que hacerlo, pero no había un plan para lo que ocurriría después. Durante cuatrocientos años fue un lugar privado en el que lo que ocurriese dentro nos era ajeno a los bejaranos. Sólo a partir de que un poderoso industrial lo comprara en el siglo XIX comenzaron a menudear ocasionalmente banquetes, fiestas y paseos, pero siguió siendo privado. En las últimas décadas del siglo XX, siendo ya jardín histórico, se podía visitar su parte más accesible, apenas los alrededores del estanque. Creció, pues, la conciencia popular (donde digo popular entiéndase municipal) de que debía comprarse para que fuera de pleno uso y disfrute de los bejaranos. Llevó su tiempo, su trabajo, su negociación, sus intentos fracasados y por fin su logro. Hace de eso ya diez o doce años. Desde entonces han llovido las ideas, pero nadie sabe exactamente qué hacer con la dichosa villa renacentista. Rectifico: todos tenemos una opinión (como tenemos un culo, que dice el dicho popular), pero no hay una decisión. En realidad no se acomoda a ninguna idea que le vaya como un guante, pero todos tenemos sueños (a veces, despropósitos) sobre lo que pondríamos ahí. Intuyo que va para largo. Mientras tanto se toma, vamos distrayendo el asunto con reparaciones y adecentamientos. Por lo menos, que no se nos caiga de las manos, ahora que es nuestro. Lo queríamos, pero no teníamos un plan para después.
domingo, 10 de octubre de 2010
Repompa
sábado, 9 de octubre de 2010
Bicefalia
jueves, 30 de septiembre de 2010
San Miguel

¿De cuándo procede que San Miguel sea el patrón de Béjar? No he leído nada, o no lo recuerdo, o no me fijé en ello si lo hice. La devoción del Ducado por la orden franciscana fue tan grande que propició una larga presencia de la misma en Béjar, ayudando y protegiendo no sólo un convento masculino, sino también otro femenino, el de la Piedad. El primero data de 1310, casi un siglo anterior a la presencia de los Zúñiga en Béjar; el segundo fue directamente cosa suya, a finales del siglo XVI. El convento de San Francisco, cuando se creó y durante largo tiempo, perteneció a la Provincia de San Miguel, en el reparto territorial que la Orden tenía en el país; posiblemente no sea ese hecho ajeno al patronato que se le concedió sobre la Villa de Béjar, aun cuando en 1575 el general de la Orden, desde Roma, expidió la patente por la cual el convento bejarano pasaba entonces a pertenecer a la Provincia de los Ángeles, abandonando la de San Miguel.
Pero el arcángel se quedó para siempre como patrón de Béjar, con escasa fortuna. Antaño tuvo una feria de ganado en torno a su fecha que fue muy celebrada, pero desde que la industria automovilística y la agrícola sustituyeron la tracción animal por la mecánica la feria decayó bastante. Tuvo también su ermita, de la que nada queda. Y un parador de viajeros, del que nos queda una fotografía. No tengo certeza de que exista ningún cuadro, ninguna escultura, ninguna asociación, club deportivo, certamen, qué sé yo, ningún otro detalle que nos recuerde su presencia en la ciudad. En el reparto de honores locales, a san Albín le tocó un puente, a san Gil un reloj, a san Nicolás un teso, a santa Ana un parque y a san Miguel, quizá por estar cerca de todos nosotros el día del trompeterío final, le tocó el cementerio.
sábado, 11 de septiembre de 2010
Más pompa todavía
viernes, 3 de septiembre de 2010
Más pompa
sábado, 28 de agosto de 2010
Pompa
Alcaldes paralelos
lunes, 23 de agosto de 2010
Un minuto de reflexión en torno al patrimonio artístico bejarano
jueves, 8 de julio de 2010
Abejorock
Qué duro es a veces pararse un momento a pensar.
domingo, 6 de junio de 2010
La platería del Renacimiento en Béjar, de Roberto Domínguez Blanca
La obra, en realidad, ya circulaba desde hace un tiempo por las librerías, puesto que lleva pie editorial del año 2009, y la presentación no fue más que excusa para que dos docenas de fieles con congregáramos alrededor del autor, cuyo esfuerzo merecía ese tributo y reconocimientos públicos como el de estas líneas, que no quieren más que recordar a los lectores que la obra está pidiendo llegar a las bibliotecas de quienes pretendemos reconstruir el rompecabezas del pasado bejarano.
En ese sentido, esta pieza es inédita y llena un vacío incomprensible a estas alturas. Es muy poco lo que se ha escrito sobre el arte bejarano. Y cuando digo bejarano, me refiero a toda la comarca, como es el caso. Vaya por delante que no sólo el trabajo realizado es impecable además de fundamental, sino que resulta definitivo. A veces, y esta es una, una obra abre una veta de estudio y la cierra al mismo tiempo. Será difícil en el futuro que otro autor pueda decir más que lo que Roberto Domínguez Blanca ha reunido en sus páginas. La enjundia de su investigación es de tal calado que no ha dejado espacio para completarla en el futuro, por lo que por sí misma se convierte en una obra de obligada referencia en la bibliografía bejarana esencial. El recorrido por los artistas y artesanos que están en su índice, y las piezas que les corresponden, es de tal magnitud, que no debe de quedar archivo parroquial de la comarca ni legajo traspapelado que no haya sido husmeado por este joven león de biblioteca, porque para ratones ya estamos los demás. Es una lástima, tan sólo, que los costes de obras de estas características no hayan permitido que el total de las ilustraciones se haya reproducido en color, porque la contemplación de los cálices, cruces, hostiarios y crismeras hubiera deparado un deleite mayor.
El libro es el resultado de la Memoria de Grado del autor, lo que ha de entenderse como un mero anticipo de esa investigación mayor (como si ésta no lo fuera) en la que está al parecer embarcado y que habrá de constituir su tesis doctoral, que a la vista de lo enseñado promete ser un punto de no retorno en el estudio del arte orfebre en la comarca de Béjar.
jueves, 3 de junio de 2010
El último kilómetro
La tijera de Goebbels
martes, 4 de mayo de 2010
No aparecer en la foto

jueves, 29 de abril de 2010
Don Francés de Zúñiga en las Jornadas Culturales del CEIP Filiberto Villalobos
No voy a dar cuenta ni realizar un resumen de cada uno de los actos del amplio programa preparado por el claustro de profesores con la complicidad de sus alumnos y los padres de estos, porque la diversidad de los mismos requeriría un párrafo y un elogio encarecido, lo que haría de esta breve nota un informe que no viene al caso.
Quiero centrarme exclusivamente en el hallazgo que me ha supuesto haber sido invitado a participar en ellas y por lo tanto descubrirlas por culpa de esa parentela que me eché hace veinte años con el escritor y bufón don Francés de Zúñiga, a quien los responsables del colegio han tomado durante este curso como excusa para prodigar en sus pupilos el conocimiento de Béjar y sus circunstancias. Sólo en las vísperas de la celebración de las Jornadas y tener que documentarme para mi intervención he alcanzado a comprobar que la tarea callada de ese grupo de profesores ha hecho más por la divulgación entre los bejaranos (los del futuro, los alumnos partícipes) de lo que significa en nuestro patrimonio cultural la figura enorme del bufón de Carlos V que lo que se había hecho en los últimos veinte años, desde que puse en claro su inequívoca condición de bejarano, hasta entonces discutida por los eruditos literarios. Después de esta experiencia escolar, me siento menos solo en el acarreo del divertido escritor renacentista. Durante estos meses de curso, y especialmente en estos días de apertura a un público de padres y vecinos, los alumnos han podido no sólo conocer al antepasado ilustre de tan rara profesión, sino que han ampliado los ángulos desde los cuales se puede siempre seguir manteniendo vivo el patrimonio que nos pertenece.
Los alumnos del Filiberto Villalobos han recreado el aspecto y las maneras del bufón, han hecho juegos de mesa con él, han construido un guiñol entrañable, lo han visto representado sobre un escenario a través de cuentos, han vuelto a escuchar la música que se oía en la corte del Emperador, han jugado a descubrir fotográficamente los lugares que pisó y ha servido de hilo conductor para otros aprendizajes y situaciones. No se puede pedir más. O sí, se puede pedir que estas experiencias se prodiguen, se reproduzcan con otros personajes o aspectos de la proximidad vital de los alumnos que equilibren las influencias globalizadas y uniformadas de Hollywood, sean más conocidas, los bejaranos acudan con generosidad para entender cómo se hace una magnífica tarea educativa en los colegios públicos con más imaginación, habilidad y tesón que recursos.
Vaya, pues, mi felicitación pública para quienes lo hacen sin esperar estos elogios impresos, esos alumnos, padres y profesores que han puesto en pie estas Jornadas Culturales de honda raíz local, y en especial para quien fue mi valedora y me las puso delante de los ojos, Lourdes Ruano.
domingo, 25 de abril de 2010
Freak salvaje
martes, 6 de abril de 2010
El jardinero y el salvaje, de Gabriel Cusac
El cuento ganador lleva el título prometedor de “El jardinero y el salvaje” y ha sido publicado, como viene haciendo en los últimos años, por el Casino Obrero en un volumen que recoge el acta del jurado, el relato ganador y el que se quedó a las puertas, en esta ocasión de la mirobrigense Concha Fernández González.
En la exégesis de la leyenda bejarana de los mal llamados hombres de musgo (en realidad no deja de ser un particularismo local nominativo para la tradición europea del mito del salvaje), Cusac le da una vuelta de tuerca al asunto y lo convierte en un símbolo nuevo: la simbiosis, o de otra forma el desdoblamiento de personalidad, que los bejaranos estamos adquiriendo con uno de los pocos pero entrañables mitos de nuestra tradición. Conociendo al personaje (me refiero aquí al propio Cusac), es fácil entender que tarde o temprano acabaría escribiendo este relato de identidad personal. Pero quizá sin darse cuenta lo ha trascendido y el trasunto se vuelve de validez para la propia identidad bejarana: de unos años a esta parte vivimos en la búsqueda y persecución de un ser huidizo idealizado cuyas huellas delatan que perseguidor y perseguido son el mismo personaje (en este caso, dualmente representados por el jardinero y el salvaje). La esquizofrenia de un espejo sin azogue.
A Béjar no le hacen falta palabras gruesas, las que todos los días oímos y leemos, sino metáforas que ayuden a sentarnos en el diván y encarar la crisis particular de una ciudad que ha perdido sus referentes y da palos de ciego en busca de su identidad. “El jardinero y el salvaje” es una parábola del presente bejarano: el jardinero escéptico que se transmuta o se trasciende en el mito que admira y persigue, sin alcanzar nunca en esa persecución a coincidir con él, porque es él mismo en dos momentos distintos.
El cuento, así, se vuelve una parábola que va más allá de la fantasía con la que quizá el propio Cusac la pergeñó: una Béjar rutinaria que anhela dar con la Béjar mítica para encontrarse a sí misma. Más reflexiones como ésta serían necesarias para acabar con este tiempo de tumbos en que vive inmersa Béjar desde hace un par de décadas.
Por lo demás, no todo son aplausos: así como la síntesis del cuento es magnífica, también es verdad que su efecto sería más efectivo si el autor no le hubiera incrustado (quizá por necesidades de extensión de las bases del concurso) toda la morralla ensayística sobre la historia de El Bosque y la pesadumbre personal sobre su rehabilitación. Sobra.
[publicado en Béjar en Madrid, 19 de marzo de 2010]