Tengo el recuerdo de hace muchos años, lo mismo veinte o más, de una campaña que puso en marcha Turespaña en su digno cometido de arrimar turistas a nuestro país. Sabido que el que llegaba venía con la premisa de “sol y playa”, aquella propuesta pretendía obtener mejor rendimiento del hecho de que España fuera uno de los países que contaba con más reconocimientos de patrimonio cultural por parte de la UNESCO. Alentados por el ejemplo de Italia, donde los turistas se reparten por todo el territorio de la bota peninsular en busca de sus variadas ciudades, sus palacios, sus museos, sus ruinas, sus callejuelas históricas, los responsables de TurEspaña llegaron a la conclusión de que había que cultivar el turismo cultural como alternativa al chiringuito de sangría y paella. El proyecto piloto consistió en ofrecer un paquete combinado con las dos ofertas, playa y patrimonio, disfrutando los agraciados en ciudades tan próximas y distintas como Málaga y Granada: la una con el pescaíto frito y la otra con la Alhambra. Fue un rotundo fracaso que se abandonó a las primeras de cambio. El asalariado de Manchester quería playa y cerveza.
Sabido es que, con la excepción del de Madrid, los aeropuertos que mueven pasajeros de verdad son los de la periferia turística: las islas, Málaga, Alicante, Valencia, Barcelona y hasta Castellón de la Fabra. El resto, pamplinas, los viajeros nacionales normales de largo recorrido.
Desde el “Spain is Different” del difunto Fraga para acá, a todo político que se tercie le entra la enfermedad de Pausanias, aquel griego que hizo la primera guía de viaje: hay un empeño permanente, sistemático y cabezón en soñar con convertir cada lugar de España en Villar del Río, aquel pueblo fingido de la película Bienvenido, Mr. Marshall del maestro Berlanga que se iba a hacer rico de la noche a la mañana. No hay pueblo mesetario que no tenga concejalía de Turismo y que ponga sus empeños, erre que erre, en obrar el milagro de convertir Villar del Río en Venecia. Si el lector se fija en las noticias que se van desgranando periódicamente respecto a esta o aquella localidad, tienen como eje de acción el turismo; todo se hace para los turistas que han de venir en tropel al reclamo de la mágica palabra convocadora, con grave olvido de los nativos, a los que nada de esos oropeles parece estar destinado.
Tal es el caso de Béjar, donde machaconamente se pretende alzar el santo del turismo como motor económico de una ciudad que tiene alma industrial, denostada. Ahora parece que queremos que también la Semana Santa local tenga colgado al cuello el medallón juntero de considerarla de interés turístico regional. Pues qué bien. No me cabe duda de que el tesón de nuestras autoridades lo conseguirá, tarde o temprano. Acabará con el tiempo teniendo medallón ilustre hasta la romería de los paporros (rediez, acabo de dar una idea).
Mueve más viajeros en una hora el aeropuerto de Ibiza que el de Salamanca en todo el año. Y Salamanca se cree una ciudad turística. Béjar también, nos ha jodío.
Sabido es que, con la excepción del de Madrid, los aeropuertos que mueven pasajeros de verdad son los de la periferia turística: las islas, Málaga, Alicante, Valencia, Barcelona y hasta Castellón de la Fabra. El resto, pamplinas, los viajeros nacionales normales de largo recorrido.
Desde el “Spain is Different” del difunto Fraga para acá, a todo político que se tercie le entra la enfermedad de Pausanias, aquel griego que hizo la primera guía de viaje: hay un empeño permanente, sistemático y cabezón en soñar con convertir cada lugar de España en Villar del Río, aquel pueblo fingido de la película Bienvenido, Mr. Marshall del maestro Berlanga que se iba a hacer rico de la noche a la mañana. No hay pueblo mesetario que no tenga concejalía de Turismo y que ponga sus empeños, erre que erre, en obrar el milagro de convertir Villar del Río en Venecia. Si el lector se fija en las noticias que se van desgranando periódicamente respecto a esta o aquella localidad, tienen como eje de acción el turismo; todo se hace para los turistas que han de venir en tropel al reclamo de la mágica palabra convocadora, con grave olvido de los nativos, a los que nada de esos oropeles parece estar destinado.
Tal es el caso de Béjar, donde machaconamente se pretende alzar el santo del turismo como motor económico de una ciudad que tiene alma industrial, denostada. Ahora parece que queremos que también la Semana Santa local tenga colgado al cuello el medallón juntero de considerarla de interés turístico regional. Pues qué bien. No me cabe duda de que el tesón de nuestras autoridades lo conseguirá, tarde o temprano. Acabará con el tiempo teniendo medallón ilustre hasta la romería de los paporros (rediez, acabo de dar una idea).
Mueve más viajeros en una hora el aeropuerto de Ibiza que el de Salamanca en todo el año. Y Salamanca se cree una ciudad turística. Béjar también, nos ha jodío.
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