viernes, 24 de febrero de 2012
Bexaranitis
“Enfermedad propia de bejaranos que padecen hinchazón de ombligo, con metástasis letal en el orgullo”.
Anecdotario de don Francés de Zúñiga (1)
Estaba el emperador Carlo Quinto un día retirado, y don Francés, truhán, con él. Tocó a la puerta un señor de este reino que tiene poca tierra cerca de la raya de Portugal. Mandó su Majestad al truhán que viese quién llamaba. Fue, y, visto quién era, dijo al Emperador cómo estaba allí don N. Replicó su Majestad:
─ Anda, déjale agora.
Respondió don Francés:
─ Conviene que vuestra Majestad me dé licencia que le abra, por que no se enoje, y tome toda su tierra en una esportilla y se pase a Portugal.
[Melchor de Santa Cruz, Floresta española, Toledo, 1574, II, V, i]
─ Anda, déjale agora.
Respondió don Francés:
─ Conviene que vuestra Majestad me dé licencia que le abra, por que no se enoje, y tome toda su tierra en una esportilla y se pase a Portugal.
[Melchor de Santa Cruz, Floresta española, Toledo, 1574, II, V, i]
Un bejarano en el profundo Brasil
El salesiano bejarano padre Francisco Fernández Sánchez, misionero en el interior del Estado de Goiás (Brasil), con los indios xavantes, estuvo 32 años sin tener con quién hablar español, ya que su tribu está en el interior de la selva, río de las Muertes arriba. Los indios no usan vestimenta, no saben coser, y sólo fabrican arcos y flechas. La visita casual del embajador español le permitió volver a gritar: “¡Viva España!”. [Béjar en Madrid, n.º 1635 (18.7.1953), p. 7].
20.000
La Fundación Villalar es el instrumento creado por nuestra comunidad autónoma para subirnos la autoestima y alcanzar esa meta ardua de convencernos de que tenemos una identidad propia y definida. Cosa nada fácil, cuando la mantequilla es dulce en Zamora y salada en Soria, como decía alguien. Pero bueno, ahí estamos, en ello.
Seguramente casi ninguno de los lectores sepa muy bien a qué se dedica exactamente este ente autonómico y puede que los haya que ni siquiera sepan de su existencia. Ni lo van a saber, por el momento. El otro día en una entrevista su director afirmaba que quieren llegar más lejos, penetrar más en la sociedad, alcanzar mejor sus objetivos. Para ello, van a extender sus actos a aquellas poblaciones que tengan un mínimo de 20.000 habitantes. Ahí estamos. La cifra mágica que traza una raya entre lo visible y lo invisible en esta comunidad autónoma.
En tiempos de vacas flacas, van a llegar más lejos. Esta música me suena muy de cerca: menos dinero, pero más actos. El consabido milagro de los panes y los peces. De entrada, por mucho esfuerzo que hagan, parece que ninguna población de la provincia salmantina tendrá la fortuna de que esta fundación caiga por sus predios. Salvo la capital, por supuesto. Seguramente no sea otra cosa que una añagaza para justificar su presencia en Ponferrada, Aranda de Duero y Miranda de Duero, porque no sé si alguna otra población de la región, que no sea capital de provincia, supera esa cifra mágica de los 20.000 habitantes. Béjar, desde luego, no. Así que no los veremos por aquí. No sé si eso es positivo, negativo o mediopensionista, habría que analizar si una exposición de más o de menos nos iba a mejorar la percepción de pertenencia. Pero no se dará el caso.
Carecería de importancia si no fuera porque desde hace muchos años uno viene percibiendo que estar por debajo de los 20.000 habitantes convierte a una población en una excluida del reparto de la tarta en tantas y tantas cosas. Una y otra vez he visto cómo no alcanzar la cifra mágica hace que buena parte de los planes de articulación económica y social pasen de largo sin dejar nada. Puede que no afecte en nada no entrar en el circuito de circulación de una exposición, pero significa una brecha insalvable, y cada vez más, cuando hablamos de infraestructuras, de dotación de servicios, de equipamiento de bienes, de todo lo que dota de músculo a una población.
Habría que mirar más allá de Las Edades del Hombre para entender cómo el mapa del territorio se va llenando de agujeros negros por los que son tragados incluso los censos de quince mil habitantes.
Seguramente casi ninguno de los lectores sepa muy bien a qué se dedica exactamente este ente autonómico y puede que los haya que ni siquiera sepan de su existencia. Ni lo van a saber, por el momento. El otro día en una entrevista su director afirmaba que quieren llegar más lejos, penetrar más en la sociedad, alcanzar mejor sus objetivos. Para ello, van a extender sus actos a aquellas poblaciones que tengan un mínimo de 20.000 habitantes. Ahí estamos. La cifra mágica que traza una raya entre lo visible y lo invisible en esta comunidad autónoma.
En tiempos de vacas flacas, van a llegar más lejos. Esta música me suena muy de cerca: menos dinero, pero más actos. El consabido milagro de los panes y los peces. De entrada, por mucho esfuerzo que hagan, parece que ninguna población de la provincia salmantina tendrá la fortuna de que esta fundación caiga por sus predios. Salvo la capital, por supuesto. Seguramente no sea otra cosa que una añagaza para justificar su presencia en Ponferrada, Aranda de Duero y Miranda de Duero, porque no sé si alguna otra población de la región, que no sea capital de provincia, supera esa cifra mágica de los 20.000 habitantes. Béjar, desde luego, no. Así que no los veremos por aquí. No sé si eso es positivo, negativo o mediopensionista, habría que analizar si una exposición de más o de menos nos iba a mejorar la percepción de pertenencia. Pero no se dará el caso.
Carecería de importancia si no fuera porque desde hace muchos años uno viene percibiendo que estar por debajo de los 20.000 habitantes convierte a una población en una excluida del reparto de la tarta en tantas y tantas cosas. Una y otra vez he visto cómo no alcanzar la cifra mágica hace que buena parte de los planes de articulación económica y social pasen de largo sin dejar nada. Puede que no afecte en nada no entrar en el circuito de circulación de una exposición, pero significa una brecha insalvable, y cada vez más, cuando hablamos de infraestructuras, de dotación de servicios, de equipamiento de bienes, de todo lo que dota de músculo a una población.
Habría que mirar más allá de Las Edades del Hombre para entender cómo el mapa del territorio se va llenando de agujeros negros por los que son tragados incluso los censos de quince mil habitantes.
jueves, 16 de febrero de 2012
Envidia
Tengo una enorme envidia de los actos que he visto reflejados en la prensa relativos a la conmemoración del Bicentenario de la guerra de la Independencia que se han celebrado en Ciudad Rodrigo durante estos días, a más de la exposición que ya tuvo lugar el año pasado. No es envidia sana, ni muchísimo menos, que dudo que exista. Es envida de la mala, de la que corroe el alma, de la que deja un reguero de baba cayendo por la comisura.
La escenificación mirbrigense ha sido de pompa y tronío, de ópera italiana, de acto de estado municipal. En las fotografías la plaza Mayor se ve toda ella vallada en su perímetro y un público nutrido participando en la contemplación del oropel. Las autoridades múltiples, incluido un descendiente del mismísimo Wellington, discursean sobre un estrado alfombrado dotado de un equipo de sonido de buena apariencia y decorado con las banderas de Europa, España, Portugal y el Reino Unido, a más de maceros y concejales con más capas que todas las que pueda haber en Béjar. Los miembros de la Corporación lucen sus bonitas medallas y algunos paisanos visten trajes civiles y militares de la época, para dar color. Las máximas autoridades, a la postre, depositaron una corona de laurel no sé dónde, en algún lugar a propósito, supongo.
Las tropas anglo-portuguesas, con Wellington al mando, liberaron Ciudad Rodrigo un 19 de enero de 1812, pero acto seguido la saquearon. Con un par. Lo uno no quita lo otro. Algo parecido había ocurrido en Béjar el 29 de julio de 1809, cuando las tropas francesas entraron a sangre y fuego y arrasaron el palacio ducal, iglesias y conventos, pegaron fuego a la calle Mansilla y mataron a unos cincuenta vecinos, entre ellos todos los heridos que yacían en el hospital del convento de San Francisco.
Los actos de memoria civil, aun cuando sean derrotas, no parece que tengan la más mínima trascendencia en Béjar. Diríase, por ejemplo, que la guerra de la Independencia nunca ocurrió en Béjar. El 10 de agosto de 1812, a las nueve de la mañana, sobre el estrado levantado junto a la torre de El Salvador, adornado con flores y banderas, congregada toda la población, las autoridades locales se turnaron durante tres horas para leer en voz alta la primera Constitución que tuvo España, la Pepa, de la que una copia había llegado a la villa la víspera, procedente de Cádiz.
Me apuesto un brazo a que no habrá el más mínimo gesto conmemorativo en recuerdo de aquel acto de ciudadanía libre que por primera vez tenía lugar en Béjar. Las cosas están muy mal con la crisis y seguramente no merezca la pena. Si quien manda ahora en el Ayuntamiento mira para otro lado y le basta con cumplir en el aniversario de los Mártires de la Libertad, con empeño en encerrarlo en el cementerio casi con clandestinidad y banda de música, cómo vamos a sacarnos de la chistera otro hecho que traiga a la memoria la reivindicación de la libertad y la Constitución. Por favor, no despertemos al obrero dormido. Aquí basta con traer turismo, mucho turismo, a base de Corpus Christi y Virgen del Castañar. Como Dios manda.
La escenificación mirbrigense ha sido de pompa y tronío, de ópera italiana, de acto de estado municipal. En las fotografías la plaza Mayor se ve toda ella vallada en su perímetro y un público nutrido participando en la contemplación del oropel. Las autoridades múltiples, incluido un descendiente del mismísimo Wellington, discursean sobre un estrado alfombrado dotado de un equipo de sonido de buena apariencia y decorado con las banderas de Europa, España, Portugal y el Reino Unido, a más de maceros y concejales con más capas que todas las que pueda haber en Béjar. Los miembros de la Corporación lucen sus bonitas medallas y algunos paisanos visten trajes civiles y militares de la época, para dar color. Las máximas autoridades, a la postre, depositaron una corona de laurel no sé dónde, en algún lugar a propósito, supongo.
Las tropas anglo-portuguesas, con Wellington al mando, liberaron Ciudad Rodrigo un 19 de enero de 1812, pero acto seguido la saquearon. Con un par. Lo uno no quita lo otro. Algo parecido había ocurrido en Béjar el 29 de julio de 1809, cuando las tropas francesas entraron a sangre y fuego y arrasaron el palacio ducal, iglesias y conventos, pegaron fuego a la calle Mansilla y mataron a unos cincuenta vecinos, entre ellos todos los heridos que yacían en el hospital del convento de San Francisco.
Los actos de memoria civil, aun cuando sean derrotas, no parece que tengan la más mínima trascendencia en Béjar. Diríase, por ejemplo, que la guerra de la Independencia nunca ocurrió en Béjar. El 10 de agosto de 1812, a las nueve de la mañana, sobre el estrado levantado junto a la torre de El Salvador, adornado con flores y banderas, congregada toda la población, las autoridades locales se turnaron durante tres horas para leer en voz alta la primera Constitución que tuvo España, la Pepa, de la que una copia había llegado a la villa la víspera, procedente de Cádiz.
Me apuesto un brazo a que no habrá el más mínimo gesto conmemorativo en recuerdo de aquel acto de ciudadanía libre que por primera vez tenía lugar en Béjar. Las cosas están muy mal con la crisis y seguramente no merezca la pena. Si quien manda ahora en el Ayuntamiento mira para otro lado y le basta con cumplir en el aniversario de los Mártires de la Libertad, con empeño en encerrarlo en el cementerio casi con clandestinidad y banda de música, cómo vamos a sacarnos de la chistera otro hecho que traiga a la memoria la reivindicación de la libertad y la Constitución. Por favor, no despertemos al obrero dormido. Aquí basta con traer turismo, mucho turismo, a base de Corpus Christi y Virgen del Castañar. Como Dios manda.
martes, 14 de febrero de 2012
Luis Cabrera, imágenes imprescindibles
En su intervención, Juan Antonio Pérez Millán, director de la Filmoteca de Castilla y León, dio entrada a las imágenes de Luis Cabrera (Béjar, 1910-1979) proyectadas durante la pasada edición del Festival de Cine Español con una lección sobria y sobrada sobre los valores técnicos, estéticos y documentales de las obras fílmicas de este histórico fotógrafo bejarano. Por resumírselo ahora a ustedes en una palabra mágica, dijo que eran “vida”. Se trataba de un montaje de cerca de dos horas, con el título de Imágenes bejaranas, que venía a sintetizar las múltiples grabaciones que hizo entre los años cuarenta y los años setenta del siglo pasado, que gracias a la generosidad de sus hijas Ana y Carmen desde hace un tiempo se guardan para siempre y al acceso de todos los bejaranos que las quieran contemplar en la Filmoteca de Castilla y León, además de otros siete mil negativos fotográficos que son, todo ello, un tesoro para que las futuras generaciones puedan tener un conocimiento visual del tramo central del vigésimo siglo.
La primera parte del montaje era un extracto del verano y el invierno de una obra más amplia, Las cuatro estaciones, que ya pudimos contemplar durante la Semana Cultural del colegio Filiberto Villalobos hace año y pico. Rodada en color a finales de los años sesenta, tiene el sabor y la dicción de aquellos documentales divulgativos que nos ofrecía por la época el inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente en la única cadena de televisión que había. Luis Cabrera se tomó la paciencia de echarse la cámara al hombro y rodar el ciclo anual con que la fauna y la flora van cambiando el paisaje bejarano. Y cuando digo bejarano he de recordar que Béjar es una comarca y no sólo una ciudad. En realidad, la ciudad no aparece en ningún momento en toda la obra, haciendo gala Cabrera del sentido amplio con que hemos de entender la condición de la bejaranía: la de esos segadores que a pleno sol trillan o acumulan la paja en el amial, una imagen postrera de cómo se han hecho las labores del campo desde la Antigüedad hasta hace cuatro días. Un testimonio local de un Béjar desaparecido, tan local y bejarano como el sempiterno ámbito fabril o el ocioso deambular por las nieves de las altas cumbres.
La segunda parte del montaje fueron imágenes sin sonido, imágenes mudas pero rebosantes de añoranza de lo que ya no es. Aparentemente eran tomas domésticas y familiares en torno a los más próximos de Luis Cabrera, con un escenario tras las figuras humanas que hacía retornar un paisaje urbano en blanco y negro, el Murallón, la Circunvalación, el paseo de la Estación, El Bosque, la travesía de Santa Ana. Por más que fueran imágenes que se tomaron con una intención familiar, a la postre se elevan a la condición de evocación común de un tiempo que muchos bejaranos presentes esa noche en el Teatro Cervantes habían vivido con las mismas vestimentas, las mismas costumbres, los mismos recorridos y hasta seguramente el mismo silencio fílmico que remitía a la ausencia de lo que ya no es y de los que ya no están. Vida, pues, como dijo Pérez Millán.
Gracias por el regalo, Ana y Carmen, hijas del gran Luis. Esperemos que haya más fiestas de la vida en los años venideros que nos reconforten a todos en el respeto a Béjar.
La primera parte del montaje era un extracto del verano y el invierno de una obra más amplia, Las cuatro estaciones, que ya pudimos contemplar durante la Semana Cultural del colegio Filiberto Villalobos hace año y pico. Rodada en color a finales de los años sesenta, tiene el sabor y la dicción de aquellos documentales divulgativos que nos ofrecía por la época el inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente en la única cadena de televisión que había. Luis Cabrera se tomó la paciencia de echarse la cámara al hombro y rodar el ciclo anual con que la fauna y la flora van cambiando el paisaje bejarano. Y cuando digo bejarano he de recordar que Béjar es una comarca y no sólo una ciudad. En realidad, la ciudad no aparece en ningún momento en toda la obra, haciendo gala Cabrera del sentido amplio con que hemos de entender la condición de la bejaranía: la de esos segadores que a pleno sol trillan o acumulan la paja en el amial, una imagen postrera de cómo se han hecho las labores del campo desde la Antigüedad hasta hace cuatro días. Un testimonio local de un Béjar desaparecido, tan local y bejarano como el sempiterno ámbito fabril o el ocioso deambular por las nieves de las altas cumbres.
La segunda parte del montaje fueron imágenes sin sonido, imágenes mudas pero rebosantes de añoranza de lo que ya no es. Aparentemente eran tomas domésticas y familiares en torno a los más próximos de Luis Cabrera, con un escenario tras las figuras humanas que hacía retornar un paisaje urbano en blanco y negro, el Murallón, la Circunvalación, el paseo de la Estación, El Bosque, la travesía de Santa Ana. Por más que fueran imágenes que se tomaron con una intención familiar, a la postre se elevan a la condición de evocación común de un tiempo que muchos bejaranos presentes esa noche en el Teatro Cervantes habían vivido con las mismas vestimentas, las mismas costumbres, los mismos recorridos y hasta seguramente el mismo silencio fílmico que remitía a la ausencia de lo que ya no es y de los que ya no están. Vida, pues, como dijo Pérez Millán.
Gracias por el regalo, Ana y Carmen, hijas del gran Luis. Esperemos que haya más fiestas de la vida en los años venideros que nos reconforten a todos en el respeto a Béjar.
[Publicado en Béjar en Madrid, septiembre 2011]
Béjar, Ciudad Europea de la Cultura
Hace unos días Salamanca ha conmemorado el décimo aniversario de la apertura de los actos con que celebró ser Ciudad Europea de la Cultura, en 2002. Todos lo recordarán, seguro. Visto desde la distancia, ahora parece que aquello se consiguió con la gorra, porque en los últimos tiempos hemos presenciado cómo hasta dieciséis urbes españolas se han estado promocionando con el simple hecho de realizar programaciones y actos con la etiqueta de “Ciudad candidata a”, hasta que el año pasado se le concedió finalmente a San Sebastián para que lo sea en 2016, con gran cabreo de alguna perdedora.
También hace unos días se abrían los actos de lo mismo en la portuguesa Guimarães, Ciudad Europea de la Cultura durante el presente año. Se hacía con el típico e inevitable espectáculo callejero de La Fura dels Baus. El presupuesto de todo el acontecimiento es de 110 millones de euros. Duplica lo que se gastó en Salamanca. El programa comprende un millar de actos y proyectos, una barbaridad, dos y pico por día. No se hicieron menos en Salamanca, y la verdad es que fue una maravilla comprobar cómo el público acudía encantado a lo que le pusieran por delante.
En todo caso, lo que me ha llamado la atención no ha sido tanto el progreso y consolidación de este emblemático acto de fe europea con el paso de los años, que ya es de agradecer de por sí, sino lo que de efecto transformador está teniendo para Guimarães y la inevitable evocación que me produce sobre Béjar. Guimarães es una ciudad de 50.000 habitantes de un patrón similar a la nuestra: en los años ochenta
y noventa sus empresas textiles fueron cerrando una detrás de otra. Les quedaron las naves, las fábricas abandonadas a la sombra del viejo castillo. Pero ahora reviven, reconvertidas: la una se ha vuelto flamante instituto de diseño, otra se reinventa como contenedor de exposiciones de pintura y futuro centro comercial, la de más allá albergará equipos de producción cinematográfica y otra más luce en su dintel el sonoro nombre de Centro para Asuntos de Arte y Arquitectura, con residencia incluida para artistas extranjeros invitados. El más impactante es el nuevo Centro Cultural Vila Flor, formado por un palacio del siglo XVIII al que se le ha adosado armoniosamente un edificio de cristal que cobija dos auditorios, salas de ensayos y demás. En Guimarães lo tienen muy claro: tanto como una fiesta, se trata de una oportunidad para proyectar un nuevo sentido a la ciudad una vez que el ciclo textil parece haber llegado a su fin.
Seguro que la música les suena y ya se imaginan a dónde voy a ir a parar. En el 2014 tendremos de nuevo la “Bienal Mateo Hernández” abigarrada bajo las arcadas del claustro de San Francisco y a poco que se den bien las cosas en el 2015 gozaremos de “Las Edades del Hombre” en la iglesia de San Juan. Ya fuimos una vez Ciudad Cervantina. Y tenemos una Feria de Muestras Comarcal, que se me olvidaba. Creo que estamos entrenados y que no estaría de más que diéramos el salto y nos animáramos a retos mayores. ¿Qué tal solicitar ser Ciudad Europea de la Cultura para 2049? Para entonces ciudades del tamaño de Béjar (si no se ha reducido) tendrán su oportunidad.
Y de paso, como ese año es el centenario de la muerte de Mateo Hernández, nos ahorramos un programa especial, ir al cementerio y todo eso. A ello.
También hace unos días se abrían los actos de lo mismo en la portuguesa Guimarães, Ciudad Europea de la Cultura durante el presente año. Se hacía con el típico e inevitable espectáculo callejero de La Fura dels Baus. El presupuesto de todo el acontecimiento es de 110 millones de euros. Duplica lo que se gastó en Salamanca. El programa comprende un millar de actos y proyectos, una barbaridad, dos y pico por día. No se hicieron menos en Salamanca, y la verdad es que fue una maravilla comprobar cómo el público acudía encantado a lo que le pusieran por delante.
En todo caso, lo que me ha llamado la atención no ha sido tanto el progreso y consolidación de este emblemático acto de fe europea con el paso de los años, que ya es de agradecer de por sí, sino lo que de efecto transformador está teniendo para Guimarães y la inevitable evocación que me produce sobre Béjar. Guimarães es una ciudad de 50.000 habitantes de un patrón similar a la nuestra: en los años ochenta
y noventa sus empresas textiles fueron cerrando una detrás de otra. Les quedaron las naves, las fábricas abandonadas a la sombra del viejo castillo. Pero ahora reviven, reconvertidas: la una se ha vuelto flamante instituto de diseño, otra se reinventa como contenedor de exposiciones de pintura y futuro centro comercial, la de más allá albergará equipos de producción cinematográfica y otra más luce en su dintel el sonoro nombre de Centro para Asuntos de Arte y Arquitectura, con residencia incluida para artistas extranjeros invitados. El más impactante es el nuevo Centro Cultural Vila Flor, formado por un palacio del siglo XVIII al que se le ha adosado armoniosamente un edificio de cristal que cobija dos auditorios, salas de ensayos y demás. En Guimarães lo tienen muy claro: tanto como una fiesta, se trata de una oportunidad para proyectar un nuevo sentido a la ciudad una vez que el ciclo textil parece haber llegado a su fin.
Seguro que la música les suena y ya se imaginan a dónde voy a ir a parar. En el 2014 tendremos de nuevo la “Bienal Mateo Hernández” abigarrada bajo las arcadas del claustro de San Francisco y a poco que se den bien las cosas en el 2015 gozaremos de “Las Edades del Hombre” en la iglesia de San Juan. Ya fuimos una vez Ciudad Cervantina. Y tenemos una Feria de Muestras Comarcal, que se me olvidaba. Creo que estamos entrenados y que no estaría de más que diéramos el salto y nos animáramos a retos mayores. ¿Qué tal solicitar ser Ciudad Europea de la Cultura para 2049? Para entonces ciudades del tamaño de Béjar (si no se ha reducido) tendrán su oportunidad.
Y de paso, como ese año es el centenario de la muerte de Mateo Hernández, nos ahorramos un programa especial, ir al cementerio y todo eso. A ello.
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