Acabada la Guerra Civil, no sé si Eloy Hernández o mi abuelo José Antonio Paso, o ambos al alimón, como buenos amigos que eran, reconstruyeron las manos del Sagrado Corazón en la carretera del Castañar, que habían sido mutiladas en un conocido episodio de inquina a poco de iniciada la República.
En 1963 una docena de jóvenes montañeros ideó el levantamiento del Monolito a la vera de la cumbre del Calvitero. Realizado en el mismo taller de José Antonio Paso, pero por las manos de su hijo Paco, fue inaugurado en el verano del año siguiente, con numerosa asistencia montañera. En el verano de 1965 ya hubo que hacerle una primera reparación, consecuencia de las inclemencias climatológica o del vandalismo.Desde entonces han sido varias otras la que hubo que hacerlo, pero la última parece que ha sido la agresión definitiva, con pulcritud demoledora para que no hubiera posibilidad cierta de volver a ponerlo en pie. Fue cosa de hace dos semanas. Las fotografías que nos han llegado muestran un aspecto balcánico: un cúmulo de cascotes informes, un rompecabezas sin solución.
Seguramente no volverá a erguirse. Otra victoria más para la barbarie, esta bajo mano anónima. Cada cierto tiempo la tribu de Atila se lleva por delante algún símbolo de cualquier tipo, con la saña de la claudicación cívica y la esperanza de los quince minutos de fama que garantizaba Andy Warhol a cualquier mindundi. Esta vez le ha tocado el turno al monolito, como otra vez pudo ser una antena radiofónica, una chimenea o el tinte del duque, al fin y al cabo pérdidas todas del legado histórico y social.
La diferencia para mí es que es que esta vez los descerebrados han reducido a añicos algo que sentimentalmente me era muy mío, por haber sido hecho por un pariente querido al que de paso le han roto el alma, por lo que el lector me perdonará que cierre este comentario con la consideración de no llamar vándalos a los furtivos agresores, sino auténticos y redomados hijos de puta.
En 1963 una docena de jóvenes montañeros ideó el levantamiento del Monolito a la vera de la cumbre del Calvitero. Realizado en el mismo taller de José Antonio Paso, pero por las manos de su hijo Paco, fue inaugurado en el verano del año siguiente, con numerosa asistencia montañera. En el verano de 1965 ya hubo que hacerle una primera reparación, consecuencia de las inclemencias climatológica o del vandalismo.Desde entonces han sido varias otras la que hubo que hacerlo, pero la última parece que ha sido la agresión definitiva, con pulcritud demoledora para que no hubiera posibilidad cierta de volver a ponerlo en pie. Fue cosa de hace dos semanas. Las fotografías que nos han llegado muestran un aspecto balcánico: un cúmulo de cascotes informes, un rompecabezas sin solución.
Seguramente no volverá a erguirse. Otra victoria más para la barbarie, esta bajo mano anónima. Cada cierto tiempo la tribu de Atila se lleva por delante algún símbolo de cualquier tipo, con la saña de la claudicación cívica y la esperanza de los quince minutos de fama que garantizaba Andy Warhol a cualquier mindundi. Esta vez le ha tocado el turno al monolito, como otra vez pudo ser una antena radiofónica, una chimenea o el tinte del duque, al fin y al cabo pérdidas todas del legado histórico y social.
La diferencia para mí es que es que esta vez los descerebrados han reducido a añicos algo que sentimentalmente me era muy mío, por haber sido hecho por un pariente querido al que de paso le han roto el alma, por lo que el lector me perdonará que cierre este comentario con la consideración de no llamar vándalos a los furtivos agresores, sino auténticos y redomados hijos de puta.
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