Jesús Izcaray nació en Béjar en 1908 y murió en Madrid en 1980. Periodista de profesión y comunista de convicción, sus reportajes sobre la defensa de Madrid, en colaboración con Clemente Cimorra y Mariano Perla, le valieron el Premio Nacional de Literatura en 1938. Con treinta años recién cumplidos, en febrero de 1938 cruzó la frontera con Francia e inició un largo exilio de casi cuarenta años, en el que escribió toda su obra narrativa.
En los años de la Transición, después de su regreso en 1976, se imprimieron por primera vez en nuestro país algunas de sus novelas. Así, la primera que vio la luz fue Las ruinas de la muralla, en 1977 en la editorial Albia de Bilbao. Ese mismo año, la madrileña Akal publicaría Madame García tras los cristales, y al año siguiente saldrían en el mismo catálogo Cuando estallaron los volcanes y Un muchacho en la Puerta del Sol. Todavía a mediados de la década de los ochenta pude conseguir alguna de ellas, pero después desaparecieron del mercado y con ello toda posibilidad de poder leer a Izcaray. No era el primer caso de escritor bejarano del que todos conocemos su aproximación a la literatura sin que en realidad podamos llegar a leer sus obras. Sin ir más lejos —aunque no sea el único, sí es el más significativo—, nada podemos leer de Nicomedes Martín Mateos, salvo los afortunados que pudimos hacernos con un ejemplar de aquella edición no venal que incluía una selección de textos que publicó el benemérito Casino Obrero con motivo del centenario de su fallecimiento.
Jesús Izcaray llevaría el mismo camino hacia el olvido si no fuera por el tesón de una de las más lúcidas investigadoras que tenemos en los pagos bejaranos. Me refiero a Pepita Báez, que lleva toda una vida entregada a rescatar de la ciénaga de la desmemoria la presencia y la palabra del que sin duda fue el más importante escritor de ficción que tuvo la literatura bejarana a mediados del siglo XX. Ya en 1992 le dedicó una fundamental monografía bajo el título de La obra literaria de Jesús Izcaray, resultado de una tesis doctoral dirigida por Víctor García de la Concha, que fue premiada con el “Villar y Macías” del Centro de Estudios Salmantinos, que luego la editó. Un libro imprescindible para quien quiera saber quién fue, humana y literariamente, Jesús Izcaray.
El coraje de Pepita Báez, auténtica albacea literaria de nuestro escritor exiliado, ha seguido dando frutos después de aquel acercamiento intenso a su obra. El redescubrimiento de este narrador poco menos que maldito durante tantos años, como casi todos los del exilio, a través de la monografía premiada por el Centro de Estudios Salmantinos, encontró la colaboración de la noble institución salmantina que es la Librería Cervantes, que se ha empeñado en rescatar las obras de Izcaray que todavía nos eran desconocidas a los lectores españoles y bejaranos.
Así, en 2000 ya hizo una primera edición en España, con una introducción de Pepita Báez, de la colección de cuentos Noche adelante, que había sido publicada originariamente en México en 1962. Ahora el milagro que agradecemos los lectores ha vuelto a mover a Librería Cervantes a poner a nuestro alcance la primera y nunca leída novela de Izcaray, La hondonada, publicada en 1961 también en México, pero inencontrable en los anaqueles españoles. Había sido escrita nueve años antes, entre noviembre de 1951 y octubre de 1952, en su exilio parisino. En los años inmediatamente posteriores fue traducida al francés, al húngaro y al holandés. De nuevo Pepita Báez vuelve a hacerse cargo de un prólogo en el que nos recuerda la deuda que tenemos con la escritura del exilio, y en concreto con Izcaray.
La novela, un fragmento de la vida de los más castigados por la penuria de los primeros años de la postguerra en Madrid, se deja leer de un tirón, en una estructura de breves escenas que dibujan un paisanaje entre la ruina y la esperanza, con recorridos que van desde el retrato costumbrista hasta un contenido pero redundante aliento de énfasis en la resistencia social a la dictadura, propio de la escritura social de un narrador comprometido con una utopía. Entre ello, lo mejor quizá sea el intento de penetrar en las entrañas de ese personaje coral que son mujeres, hombres, niños y viejos abandonados por la derrota en un barranco de la periferia madrileña, pero inmersos en el sueño de una vida mejor.
Dentro de la riquísima literatura bejarana del siglo pasado, Jesús Izcaray es uno de los pocos casos en que la imaginación voló más allá de los castañares para crear una ficción enraizada en el gran espíritu de la humanidad conflictiva que le tocó vivir. A quienes tenemos eso en carestía, nos resulta reconfortante el empeño idealista, parejo al del propio Izcaray, de complicarse la vida editando un libro como éste, afán impagable de Librería Cervantes, tan bejarana como salmantina, y de Pepita Báez, tan bejarana como insustituible.
En los años de la Transición, después de su regreso en 1976, se imprimieron por primera vez en nuestro país algunas de sus novelas. Así, la primera que vio la luz fue Las ruinas de la muralla, en 1977 en la editorial Albia de Bilbao. Ese mismo año, la madrileña Akal publicaría Madame García tras los cristales, y al año siguiente saldrían en el mismo catálogo Cuando estallaron los volcanes y Un muchacho en la Puerta del Sol. Todavía a mediados de la década de los ochenta pude conseguir alguna de ellas, pero después desaparecieron del mercado y con ello toda posibilidad de poder leer a Izcaray. No era el primer caso de escritor bejarano del que todos conocemos su aproximación a la literatura sin que en realidad podamos llegar a leer sus obras. Sin ir más lejos —aunque no sea el único, sí es el más significativo—, nada podemos leer de Nicomedes Martín Mateos, salvo los afortunados que pudimos hacernos con un ejemplar de aquella edición no venal que incluía una selección de textos que publicó el benemérito Casino Obrero con motivo del centenario de su fallecimiento.
Jesús Izcaray llevaría el mismo camino hacia el olvido si no fuera por el tesón de una de las más lúcidas investigadoras que tenemos en los pagos bejaranos. Me refiero a Pepita Báez, que lleva toda una vida entregada a rescatar de la ciénaga de la desmemoria la presencia y la palabra del que sin duda fue el más importante escritor de ficción que tuvo la literatura bejarana a mediados del siglo XX. Ya en 1992 le dedicó una fundamental monografía bajo el título de La obra literaria de Jesús Izcaray, resultado de una tesis doctoral dirigida por Víctor García de la Concha, que fue premiada con el “Villar y Macías” del Centro de Estudios Salmantinos, que luego la editó. Un libro imprescindible para quien quiera saber quién fue, humana y literariamente, Jesús Izcaray.
El coraje de Pepita Báez, auténtica albacea literaria de nuestro escritor exiliado, ha seguido dando frutos después de aquel acercamiento intenso a su obra. El redescubrimiento de este narrador poco menos que maldito durante tantos años, como casi todos los del exilio, a través de la monografía premiada por el Centro de Estudios Salmantinos, encontró la colaboración de la noble institución salmantina que es la Librería Cervantes, que se ha empeñado en rescatar las obras de Izcaray que todavía nos eran desconocidas a los lectores españoles y bejaranos.
Así, en 2000 ya hizo una primera edición en España, con una introducción de Pepita Báez, de la colección de cuentos Noche adelante, que había sido publicada originariamente en México en 1962. Ahora el milagro que agradecemos los lectores ha vuelto a mover a Librería Cervantes a poner a nuestro alcance la primera y nunca leída novela de Izcaray, La hondonada, publicada en 1961 también en México, pero inencontrable en los anaqueles españoles. Había sido escrita nueve años antes, entre noviembre de 1951 y octubre de 1952, en su exilio parisino. En los años inmediatamente posteriores fue traducida al francés, al húngaro y al holandés. De nuevo Pepita Báez vuelve a hacerse cargo de un prólogo en el que nos recuerda la deuda que tenemos con la escritura del exilio, y en concreto con Izcaray.
La novela, un fragmento de la vida de los más castigados por la penuria de los primeros años de la postguerra en Madrid, se deja leer de un tirón, en una estructura de breves escenas que dibujan un paisanaje entre la ruina y la esperanza, con recorridos que van desde el retrato costumbrista hasta un contenido pero redundante aliento de énfasis en la resistencia social a la dictadura, propio de la escritura social de un narrador comprometido con una utopía. Entre ello, lo mejor quizá sea el intento de penetrar en las entrañas de ese personaje coral que son mujeres, hombres, niños y viejos abandonados por la derrota en un barranco de la periferia madrileña, pero inmersos en el sueño de una vida mejor.
Dentro de la riquísima literatura bejarana del siglo pasado, Jesús Izcaray es uno de los pocos casos en que la imaginación voló más allá de los castañares para crear una ficción enraizada en el gran espíritu de la humanidad conflictiva que le tocó vivir. A quienes tenemos eso en carestía, nos resulta reconfortante el empeño idealista, parejo al del propio Izcaray, de complicarse la vida editando un libro como éste, afán impagable de Librería Cervantes, tan bejarana como salmantina, y de Pepita Báez, tan bejarana como insustituible.
[Publicado en Béjar en Madrid el 15 de octubre de 2004]
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