jueves, 23 de diciembre de 2010

Regalo navideño

Al abrir la puerta, Vítor se encontró con el cartero, que quería que firmara una entrega. Pensó Vítor que era otra multa de tráfico, ahora que te las echan sin darte el alto y sin meter ruido. Pero no. Era una de esas bolsas amarillas de Correos y se la enviaba una antigua y entrañable compañera de trabajo con la que compartió teléfonos, informes y buenos ratos.
Nada tendría de curioso el suceso si no fuera porque al girar la bolsa, ya cerrada la puerta, y comprobar el remitente, Vítor no dio crédito a sus ojos:


Jamás supo Vítor, mientras trabajaron juntos, que la buena de Maite vivía en la única calle del mundo que lleva el nombre de Valdesangil. La única del mundo. Y lo que es peor: la buena de Maite no tenía ni puñetera idea de dónde quedaba Valdesangil, con todo lo que tenía que aguantar día a día al señor Vítor, el de Béjar.

Más cuentos de Juan Eduardo Zúñiga

El año 2010 baja la persiana y los periódicos echan las cuentas. En el balance de los mejores libros aparecidos durante este año, el suplemento Babelia del periódico El País anota Brillan monedas oxidadas de Juan Eduardo Zúñiga como el segundo mejor volumen en la categoría de cuentos de entre los aparecidos en el año. Lo hizo hace tan sólo un par de semanas en la exquisita editorial Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, en la que también apareció este año su recopilación de estudios sobre literaturas eslavas, Desde los bosques nevados. Bueno será el libro, sin duda, cuando los críticos, echando la trapa al año, le dan sus mejores calificaciones.
Entretanto, el silencio estrecho sigue rodeando su ascendencia bejarana. Seguimos estancados en la dedicatoria de Cervantes al duque.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Moralidad y sociabilidad en el Casino Obrero

El otro día tuve la oportunidad de participar en la presentación del libro Casino Obrero de Béjar. 1991-2006, de José María Hernández Díaz, que es la historia del ateneo cultural bejarano en sus primeros 125 años de andadura.
En un momento de mi intervención, traté de explicar el sentido histórico del lema de la institución, “Instrucción, moralidad y recreo”, que hoy parece caduco pero que tenía sentido en la intención regeneradora de los hombres que componían la Sociedad Económica de Amigos del País de la que surgió el propio Círculo Obrero, nombre luego cambiado a Casino Obrero. Y ahí aducía yo que la moralidad había que entenderla en el propósito de sacar a los obreros de las tabernas, alejarles de la juerga del flamenco de un determinado tablao existente por entonces, donde no sólo debían de ir hombres, seguramente. Luego, Luis Rodríguez, presidente del ateneo bejarano y sin embargo amigo, intervino para sostener la vigencia del lema, sobre la tesis de concepción muy actual del sentido de la moralidad.
A este propósito, bueno será recordar que la Comisión local de Reformas Sociales encargó al propio Círculo Obrero un informe en 1884, dos años después de que el ateneo se creara, con el fin de conocer “el estado y las necesidades de la clase trabajadora”. Así que cinco socios se pusieron manos a la obra y en diciembre estaba elaborado el informe. Así, cuando hablan de su situación económica, afirman que “la clase obrera usa de las bebidas espirituosas, sobre todo del vino en cantidad respetable, sin que a pesar de esto el abuso sea muy frecuente, puesto que son raros los casos de embriaguez”, y a renglón seguido el informe desvela mejor las cosas: “La cantidad de bebidas que se consume en los establecimientos públicos es bastante mayor que la consumida en el hogar doméstico, por la natural sociabilidad del obrero bejarano que busca en aquellos sitios salud y expansión entre sus compañeros”. Osea, que les gustaba ir de parranda en grupo y darle al gañote en la taberna, buscando salud y expansión. Anda que. Si esa moralidad sigue vigente, el Gobierno nos quiere quitar del tabaco y el Casino Obrero de ir a los bares.
Más adelante, al hacer mención del trabajo de las mujeres en la localidad, los miembros que elaboraron el informe no niegan que “la mujer trabaja más en el taller que en el hogar doméstico, ocupándose en la misma industria que el varón aunque en operaciones distintas y generalmente impulsada por la necesidad. Su retribución es muy modesta y las horas de trabajo de dos a tres menos que el hombre, influyendo muy desfavorablemente la vida del taller en la moralidad tanto de la soltera como de la casada, y en el modo de llenar su cometido en la familia” (la cursiva es mía). A la vista de los comentarios sobre la sociabilidad de los obreros y la moralidad femenina, no parece caber duda que las horas fuera del trabajo eran alegres para muchos en Béjar. Había, pues, creo entender, una moralidad determinada que los regeneracionistas bejaranos querían enmendar.
Al día siguiente, Antonio G. Turrión escribió en su blog (http://antoniogt.blogspot.com/2010/12/datos-para-reflexionar.html) sobre el acto de la víspera. Dicho de forma rápida, pedía a los historiadores locales más síntesis y menos análisis, más reflexión y menos datos. Le gustó que Jean-Louis Guereña hablara de la sociabilidad de centros como el Casino, motivo para pensar y hacerse las preguntas que él se hace en su entrada del blog. Pero no es un descubrimiento actual esa sociabilidad. Ya los miembros del Casino que redactaron en 1884 el informe, como hemos visto, hablaban de ello. Nada nuevo. Propone luego el bloguero una nueva charla, a partir de lo que el libro cuenta, sobre el pasado, el presente y el futuro del Casino Obrero. Estamos de acuerdo. Sobre el pasado, porque si no sabemos de dónde venimos no sabemos quiénes somos. Sobre el presente, porque es lo que hay. Sobre el futuro, porque puede que no lo haya.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Himno a Béjar

La disipación de Béjar alcanza cotas sorprendentes. ¿Cabe imaginar que se interprete media docena de veces al año en la ciudad y sin embargo nadie sepa nada sobre el Himno a Béjar? He intentado averiguar algo sobre él y los datos son mínimos. No recuerdo ninguna ficha bibliográfica sobre el tema y la web es parca: el Ayuntamiento no lo tiene entre sus contenidos, ni tampoco el Centro de Estudios Bejaranos, ni tampoco ningún blog ni periódico digital. Tan sólo uno: i-bejar,com ofrece una grabación interpretada a piano y una letra que a mi entender cojea de alguna palabra en uno de los versos; según esta información, la letra sería de Juan Colorado y la música de Teófilo Sanz, sin que sepamos nada más. ¿Quiénes eran? ¿Eran bejaranos? ¿En qué año se compuso? ¿Será cierto que su título original era el de Himno de las cinco abejas como alguien me ha dicho? ¿Es posible que nunca se haya impreso? Y sin embargo debe de haber partituras, porque la pieza está en el repertorio habitual de la Banda Municipal y de la Coral de Béjar.
En cuanto nos salimos de los cuatro tópicos, la memoria bejarana es débil y el cuidado del patrimonio se manifiesta una vez más como una calamidad, incluso cuando ese patrimonio resulta ser un símbolo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Porompompero

En el libro de José María Hernández Díaz sobre la historia del Casino Obrero, hay una entrada de una mesa redonda celebrada en septiembre de 1991 sobre “la reforma de la plaza de toros, la Ancianita”, lo que no es que retraiga la onomástica hasta límites medievales, pero veinte años son algo. Más de lo que yo pensaba. Ahora bien, habría que ver si lo escrito en página es trasliteración de lo que digan los archivos del Casino o es acuñación del autor. Seguimos en la duda. Y en la lucha.

San Miguel se muda

Leo el calendario laboral que me tocará cumplir para el 2011 en mi oficio universitario y descubro en el listado de días festivos locales que en Béjar el 7 de septiembre, miércoles por más señas, se celebrará San Miguel, y al día siguiente la Virgen. Así, por las bravas, parece que el patrono se ha buscado mejor acomodo y se presenta este año como telonero de la Virgen. Lo que no ponía era a qué santo le tocaba ir a la casilla del 29 de septiembre.

Ignacio Blázquez, librero

A mediados del siglo XVIII no había nada más que dos mesones en Béjar. El uno era propiedad de un tal Francisco Ledesma, aunque la mesonera que lo llevaba por entonces se llamaba María Galán; el otro lo llevaba un tal Joseph Martín, pero su auténtico propietario era el convento de Nuestra Señora de la Piedad. Lo que no existía entonces, todavía, eran tabernas abiertas al público, pues la costumbre decía que cada cual vendía su cosecha en su casa, o la ponía en manos de terceros para que le fueran a saldar por ahí los sobrantes de las cubas. De librerías, en el siglo XVIII, no tenemos la más mínima noticia.
Las cosas cambiaron mucho, y rápidamente, en el siglo XIX. La villa creció y se hizo ciudad, dejó de ser agropecuaria y se hizo textil, dejó de haber vasallos y brotó la clase obrera, todo ello casi en un golpe de aire. El consumo de vino acompañó al asentamiento de las fábricas, de tal forma que los telares y las tabernas cruzaron juntos de la mano el siglo industrial. Unamuno, en 1902, les pedía a los obreros bejaranos que se dejaran en paz de tanta bodega y tanto calderillo y se preocuparan más de su formación. Ni caso le hicieron. Por entonces ya hacía tiempo que se repetía un dicho local que hasta hoy perdura: “Béjar, ciudad bravía, cuarenta tabernas y una librería”. Hay quien lleva el dicho a extremos más inverosímiles: “Béjar, ciudad bravía, doscientas tabernas y una librería”. Supongo que al lector le quedará claro que la inverosimilitud se asienta en el número de tabernas, porque la librería sigue siendo la misma, una y única.
La imprenta había llegado a Béjar hacia mediados de siglo, de manos de uno de los prohombres que todos conocemos: Primo Comendador. Más exactamente, de su madre y de un socio llamado Remigio Téllez. Y con la imprenta llegaron los periódicos y los libros. Y el comercio de los libros. Ya a finales del siglo había un par de librerías, que entrado el siglo XX se multiplicaron notoriamente: la de Pablo Enríquez, la de José María Blázquez de Pedro, La Racional, Casa Junquera… De todas ellas, la de más larga vida y la que más bejaranos recordarán fue la de Carlos Calvo.
El último tercio del siglo pasado todavía fue pródigo y daba a entender que los bejaranos eran buenos aficionados a la lectura. Pero poco a poco fueron cerrando, una tras otra: Sacho, Márquez, Ri-Al, Austral, Cervantes…
Ahora me entero de que Ignacio Blázquez se ha jubilado también. Quienes salimos de la niñez en las últimas décadas del siglo XX y le hemos tenido afecto a los libros le debemos parte de eso que se suele llamar educación sentimental. Me recuerdo comprando libros en todas las librerías que he citado, desde Carlos Calvo hasta Cervantes, donde Miguel me vendió hasta colecciones enteras, pero en las estanterías del establecimiento de Ignacio fui apresado por lecturas que después no me han abandonado en toda la vida. A la luz del escaparate de Stvdio, su librería, recuerdo que vi por vez primera, una noche de invierno de 1975, siendo estudiante bachiller, las tapas negras de una colección nueva que don Germán Sánchez Ruipérez, el gran editor, se dio en inventar para lanzar su editorial Cátedra: las de “Letras Hispánicas”, la inmensa colección de los clásicos de la literatura española. Qué hechizo el de aquella noche. Ahora tengo una balda entera ocupada por libros de esa colección, pero uno de los primeros fue una edición de las Soledades de Góngora, que me vendió Ignacio sin que yo supiera que allí dentro me iba a encontrar con el duque de Béjar y los versos que el cordobés pergeñó idealizando El Bosque. Y manoseado de tantos años y tanto uso está el ejemplar del Fuero de Béjar que le compré, oro carísimo para un estudiante que arañaba las entrañas de la historia de Béjar con hambre de conocer, ejemplar que todavía conserva la etiqueta que Ignacio le pegó en la portada, donde una vez hubo un precio, ampliamente amortizado. Béjar ha sido (lo es todavía) una ciudad afortunada en escritores y libros de materia local, pero para que el trato entre el autor y el lector se produjera hacía falta que alguien tuviera el empeño de perder dinero aguantando esos libros, de escasa fortuna en su tirada, en las estanterías, y ahí sí que Ignacio ha sido un héroe al que nadie nunca coronamos de laureles. Hay que tener mucho amor por Béjar para esperar que esos libros de escaso recorrido produzcan algún beneficio, pero doy por hecho que su motivación era otra: la de hacernos felices a unos cuantos, que espigábamos en los anaqueles de Stvdio sabiendo que si no estaba allí el libro que buscábamos no estaría en ninguna parte. Me vendió, tomo a tomo, con plazos que le mermaban la ganancia y resignación de padre condescendiente, los tochos del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas, cinco mil páginas de filología dura que subrayé buscando leonesismos hasta que me harté. Y tantos otros libros que de sus manos pasaron a las mías, incluso alguno que yo mismo escribí que hizo el camino inverso, que con paciencia trapense trató de vender.
Antes de que todo el andamiaje de los que nos dedicamos a oficios que tienen que ver con el libro se vaya al garete y sólo exista internet, Ignacio se ha quitado de en medio. En silencio y sin reclamar un sitio en la historia. Cuando empezó, apenas se podía en Béjar otra cosa para entretener los ocios que ir a misa, tomar chatos y jugar la partida. Eran los menos los que se evadían de este mundo en el refugio de los libros, entre cuyas tapas se escondían don Quijote y madame Bovary, que Ignacio se encargaba de encaminar hacia nuestros sueños con la magia de su escaparate, donde los viajes impresos se abrían al abismo que estaba más allá de Vallejera.
Si esta ciudad fuera generosa, tributaría un homenaje a todos los pequeños empresarios que con sus oficios han hecho nuestra vida más llevadera y se van retirando sin ruido. Pero en tratándose de libros son palabras mayores: si yo fuera esta ciudad, sin rubor me pararía a aplaudir cada vez que me cruzara con el librero Ignacio Blázquez por la calle.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Repompón

El Programa de Actos Culturales y Taurinos para la conmemoración del III centenario de la creación de la plaza de toros de Béjar incluye un texto de presentación del presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, que habla de la “popular y justamente conocida como La Ancianita”. Me pasmo por lo de popular y justamente conocida. También incluye otro texto de la presidenta de la Diputación de Salamanca, que hasta tres veces en su brevedad habla de La Ancianita. Y un tercer texto de nuestro alcalde, Cipriano González, que también la cita como La Ancianita. Qué unanimidad. Qué conocimiento.
Miguel Rodríguez Bruno escribió un libro sobre la fiesta taurina en Béjar y creo que no menciona la barbaridad gramatical. Me cuentan que al parecer lo hizo alguna vez algún columnista en el Béjar en Madrid hacia mediados del siglo pasado. Algo es algo. Se anuncia para mayo próximo una exposición de carteles, documentos y fotografías. Estaremos atentos entonces para rastrear el origen léxico de otro de esos barbarismos con los que Béjar se lustra.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El Bosque


A Béjar le pasa con El Bosque lo que a George W. Bush le pasó con la invasión de Irak: había que hacerlo, pero no había un plan para lo que ocurriría después. Durante cuatrocientos años fue un lugar privado en el que lo que ocurriese dentro nos era ajeno a los bejaranos. Sólo a partir de que un poderoso industrial lo comprara en el siglo XIX comenzaron a menudear ocasionalmente banquetes, fiestas y paseos, pero siguió siendo privado. En las últimas décadas del siglo XX, siendo ya jardín histórico, se podía visitar su parte más accesible, apenas los alrededores del estanque. Creció, pues, la conciencia popular (donde digo popular entiéndase municipal) de que debía comprarse para que fuera de pleno uso y disfrute de los bejaranos. Llevó su tiempo, su trabajo, su negociación, sus intentos fracasados y por fin su logro. Hace de eso ya diez o doce años. Desde entonces han llovido las ideas, pero nadie sabe exactamente qué hacer con la dichosa villa renacentista. Rectifico: todos tenemos una opinión (como tenemos un culo, que dice el dicho popular), pero no hay una decisión. En realidad no se acomoda a ninguna idea que le vaya como un guante, pero todos tenemos sueños (a veces, despropósitos) sobre lo que pondríamos ahí. Intuyo que va para largo. Mientras tanto se toma, vamos distrayendo el asunto con reparaciones y adecentamientos. Por lo menos, que no se nos caiga de las manos, ahora que es nuestro. Lo queríamos, pero no teníamos un plan para después.

Y mejor sería que no lo haya nunca. Sea cual sea el propósito al que se destine, lo primero que necesitará será un aparcamiento para tanto coche como vendrá. Y ya me dirán ustedes dónde. Imagínenlo, ahora que ofrece tantos claros en su visión íntegra. La historia será sacrificada por la modernidad. O por la comodidad, que es peor.