sábado, 28 de agosto de 2010

Pompa

Anunciarte por ahí como “el primer centro textil lanero del oeste de España” tiene sus riesgos, porque puede venir la globalización y pasar del uno al cero. Decirle al mundo entero que Béjar es la primera población citada en El Quijote es, además de agarrar el rábano por las hojas, temerario, porque puede venir alguien a decirte que el duque de marras era un zote que miró por encima del hombro al bueno de Cervantes. Sacar pecho pregonando que tienes la plaza de toros más antigua del mundo puede ser altisonante, porque puede venir por la espalda Miranda del Castañar, ahí al lado, dando la misma matraca y quién sabe si con razón, porque la historia está llena de sorpresa. Y no tardará en ponerse a la venta cierto libro, escrito por un bejarano, que afirma que es la de Medinilla —antigua tierra de Béjar, hoy de Piedrahíta-Barco— la que merece el baldón. Y eso sin salir de los alrededores a competir con la España que queda taurófila.
La humildad y la discreción son buenas compañeras en la vida.

Alcaldes paralelos

A ojo de observador agudo no le será difícil descubrir que el sistema de representación política de que gozamos tiene trampantojo. Basta con atender a las noticias de cada día en los medios de comunicación para entender que tenemos dos alcaldes, como en el Antiguo Régimen (no me refiero, como coloquialmente se suele hacer, al de Franco, sino al auténtico, el de antes de la Revolución Francesa). Uno da cuenta de su peregrinar por los ministerios madrileños y los logros gracias al Gobierno de España; el otro justifica su deambular por las consejerías vallisoletanas y los logros gracias a la Junta de Castilla y León. Rara vez uno y otro cruzan el río por el puente más lejano.
Así que no se trataba de descentralizar, como pretendíamos cuando éramos jóvenes en la Transición, sino de tocar pelo a toda costa.

lunes, 23 de agosto de 2010

Un minuto de reflexión en torno al patrimonio artístico bejarano

Me encontré dos noticias en la prensa en la misma semana. Una hablaba de la apertura de una exposición en el Museo Etnográfico de Castilla y León, que tiene su sede en Zamora, con el título de Sueños de plata. El tiempo y los ritos, que recoge fotografías de la región desde 1870 hasta 1980. Entre ellas, una en la que se ve a unos mozalbetes jugando al fútbol con traje de calle, más de uno incluso con abrigo, en el patio del palacio ducal, entonces de tierra dura. En segundo plano, los tejados, con la espadaña de San Gil sobresaliendo, y al fondo, espectacular, la vista de la sierra, completamente blanca. Corría el año 1961. La foto va a nombre del periódico en el que la vi, pero es apropiación indebida: sin duda es de cualquiera de los fotógrafos bejaranos de aquel entonces.
La otra hablaba de la petición del Museo Thyssen de un cuadro depositado en el Museo Municipal de Béjar para una exposición que tendrá lugar el año próximo. El cuadro en cuestión se titula Visión fantástica de una ciudad antigua y es del pintor flamenco Martin Valckenborch, que la realizó a finales del siglo XVI o principios del XVII. La pieza, que representa de forma minuciosa una ciudad antigua con mezcla de elementos renacentistas y barrocos, pero con la inspiración puesta en las viejas visiones de la ciudad de Roma, llegó a Béjar gracias a la generosidad del diplomático y coleccionista anticuario Valeriano Salas, en lo que constituye seguramente el mejor regalo artístico que se le haya hecho a Béjar en todo el siglo XX.
Soy consciente de lo que digo: el legado de Valeriano Salas se hizo directamente al Ayuntamiento de Béjar; el de Mateo Hernández fue al Estado español. Sabemos, sí, que el Centro de Arte-Museo Reina Sofía tiene previsiones de hacer una exposición integral dedicada a Mateo Hernández, lo que son palabras mayores. Pero Mateo no lo es todo. Parece que lo es todo, pero no es todo. Hace ya muchos años que tengo la impresión, mejor dicho, hace ya muchos años que tengo la certeza de que Béjar por lo general ignora cualquier otro patrimonio artístico que no sea el de Mateo.
Tienen que venir del Museo Thyssen a decirnos que tenemos un cuadro estupendo del que nada sabemos, ni nadie conoce. Jamás ha sido utilizado localmente en ninguna publicación, en ningún programa de mano, en ningún cartel, en ninguna web. He podido verlo en aquel libro que el maestro Torralba Soriano publicó en el Centro de Estudios Salmantinos, donde hacía el inventario de las existencias del museo bejarano. Aquel libro apareció en 1972 y nunca más se ha reimpreso, así que dudo de que muchos lectores sepan de qué libro hablo. Y la foto que se incluye del cuadro es en blanco y negro. Por supuesto, he visto el cuadro en el propio museo varias veces. Es una joya. Como tantas que hay allí.
Qué decir del patrimonio fotográfico bejarano. Se nos está yendo, sin que nos demos cuenta. Unas, porque se pierden. Otras, porque se van fuera de la ciudad. Cuando queramos darnos cuenta, tendremos que pedir copias o préstamos. Una lástima.
No sé a quién corresponde hacer una mejor valoración del patrimonio íntegro que todavía le queda a Béjar, que es mucho más que Mateo Hernández, los hombres de musgo, la plaza de toros y El Bosque. En el afán de sacarle brillo a la plata de la cuchara sopera, nos olvidamos del resto de la cubertería. Los pueblos que no cuidan sus tesoros, se vuelven yermos.
[publicado en Béjar en Madrid, 20 de agosto de 2010]