jueves, 29 de abril de 2010

Don Francés de Zúñiga en las Jornadas Culturales del CEIP Filiberto Villalobos

Durante los días 26 al 31 de marzo han tenido lugar las que quizá sean sextas Jornadas Culturales del entrañable colegio público Filiberto Villalobos, bajo el epígrafe genérico de “Francesillo de Zúñiga, un bufón en el colegio”. Digo que quizá sean las sextas por las alusiones que había en el programa y que, como otros años, no se han rendido al mundo escolar cerrado sino que han estado abiertas al público bejarano en general.

No voy a dar cuenta ni realizar un resumen de cada uno de los actos del amplio programa preparado por el claustro de profesores con la complicidad de sus alumnos y los padres de estos, porque la diversidad de los mismos requeriría un párrafo y un elogio encarecido, lo que haría de esta breve nota un informe que no viene al caso.

Quiero centrarme exclusivamente en el hallazgo que me ha supuesto haber sido invitado a participar en ellas y por lo tanto descubrirlas por culpa de esa parentela que me eché hace veinte años con el escritor y bufón don Francés de Zúñiga, a quien los responsables del colegio han tomado durante este curso como excusa para prodigar en sus pupilos el conocimiento de Béjar y sus circunstancias. Sólo en las vísperas de la celebración de las Jornadas y tener que documentarme para mi intervención he alcanzado a comprobar que la tarea callada de ese grupo de profesores ha hecho más por la divulgación entre los bejaranos (los del futuro, los alumnos partícipes) de lo que significa en nuestro patrimonio cultural la figura enorme del bufón de Carlos V que lo que se había hecho en los últimos veinte años, desde que puse en claro su inequívoca condición de bejarano, hasta entonces discutida por los eruditos literarios. Después de esta experiencia escolar, me siento menos solo en el acarreo del divertido escritor renacentista. Durante estos meses de curso, y especialmente en estos días de apertura a un público de padres y vecinos, los alumnos han podido no sólo conocer al antepasado ilustre de tan rara profesión, sino que han ampliado los ángulos desde los cuales se puede siempre seguir manteniendo vivo el patrimonio que nos pertenece.

Los alumnos del Filiberto Villalobos han recreado el aspecto y las maneras del bufón, han hecho juegos de mesa con él, han construido un guiñol entrañable, lo han visto representado sobre un escenario a través de cuentos, han vuelto a escuchar la música que se oía en la corte del Emperador, han jugado a descubrir fotográficamente los lugares que pisó y ha servido de hilo conductor para otros aprendizajes y situaciones. No se puede pedir más. O sí, se puede pedir que estas experiencias se prodiguen, se reproduzcan con otros personajes o aspectos de la proximidad vital de los alumnos que equilibren las influencias globalizadas y uniformadas de Hollywood, sean más conocidas, los bejaranos acudan con generosidad para entender cómo se hace una magnífica tarea educativa en los colegios públicos con más imaginación, habilidad y tesón que recursos.

Vaya, pues, mi felicitación pública para quienes lo hacen sin esperar estos elogios impresos, esos alumnos, padres y profesores que han puesto en pie estas Jornadas Culturales de honda raíz local, y en especial para quien fue mi valedora y me las puso delante de los ojos, Lourdes Ruano.

domingo, 25 de abril de 2010

Freak salvaje

Ayer vi juntos en fotos en la prensa al Hombre de Musgo y a Juan Vicente Herrera, presidente de la Junta de Castilla y León. Se habían saludado en plan comunero en las campas de Villalar, ese lugar de derrotados. La última vez que se me apareció el Hombre de Musgo fue en septiembre pasado, en la inauguración de la sucursal salmantina de El Corte Inglés. De día en día se le ve más más desenvuelto en los saraos sociales y festivos, hecho un hombre de mundo y cada vez más cerca de convertirse en un friki turístico.
No somos capaces de entender el patrimonio si no es convirtiéndolo en espectáculo turístico.

martes, 6 de abril de 2010

El jardinero y el salvaje, de Gabriel Cusac

La XLIII convocatoria del Concurso Literario del Casino Obrero ha sido de nuevo ganada por el escritor gaditano, afincado en Béjar, Gabriel Cusac. Ya lo había hecho en otras cuatro ocasiones anteriores, entre otros premios obtenidos en su ya larga trayectoria narrativa.


El cuento ganador lleva el título prometedor de “El jardinero y el salvaje” y ha sido publicado, como viene haciendo en los últimos años, por el Casino Obrero en un volumen que recoge el acta del jurado, el relato ganador y el que se quedó a las puertas, en esta ocasión de la mirobrigense Concha Fernández González.


En la exégesis de la leyenda bejarana de los mal llamados hombres de musgo (en realidad no deja de ser un particularismo local nominativo para la tradición europea del mito del salvaje), Cusac le da una vuelta de tuerca al asunto y lo convierte en un símbolo nuevo: la simbiosis, o de otra forma el desdoblamiento de personalidad, que los bejaranos estamos adquiriendo con uno de los pocos pero entrañables mitos de nuestra tradición. Conociendo al personaje (me refiero aquí al propio Cusac), es fácil entender que tarde o temprano acabaría escribiendo este relato de identidad personal. Pero quizá sin darse cuenta lo ha trascendido y el trasunto se vuelve de validez para la propia identidad bejarana: de unos años a esta parte vivimos en la búsqueda y persecución de un ser huidizo idealizado cuyas huellas delatan que perseguidor y perseguido son el mismo personaje (en este caso, dualmente representados por el jardinero y el salvaje). La esquizofrenia de un espejo sin azogue.


A Béjar no le hacen falta palabras gruesas, las que todos los días oímos y leemos, sino metáforas que ayuden a sentarnos en el diván y encarar la crisis particular de una ciudad que ha perdido sus referentes y da palos de ciego en busca de su identidad. “El jardinero y el salvaje” es una parábola del presente bejarano: el jardinero escéptico que se transmuta o se trasciende en el mito que admira y persigue, sin alcanzar nunca en esa persecución a coincidir con él, porque es él mismo en dos momentos distintos.


El cuento, así, se vuelve una parábola que va más allá de la fantasía con la que quizá el propio Cusac la pergeñó: una Béjar rutinaria que anhela dar con la Béjar mítica para encontrarse a sí misma. Más reflexiones como ésta serían necesarias para acabar con este tiempo de tumbos en que vive inmersa Béjar desde hace un par de décadas.


Por lo demás, no todo son aplausos: así como la síntesis del cuento es magnífica, también es verdad que su efecto sería más efectivo si el autor no le hubiera incrustado (quizá por necesidades de extensión de las bases del concurso) toda la morralla ensayística sobre la historia de El Bosque y la pesadumbre personal sobre su rehabilitación. Sobra.


[publicado en Béjar en Madrid, 19 de marzo de 2010]