lunes, 28 de diciembre de 2009

Ernest Hemingway en Béjar



A mi padre, lector de Hemingway
A Manolo Sánchez Varillas


Ernest Hemingway nació en 1899 en Oak Park, Illinois. Hombre aventurero y amante del riesgo, a los 19 años se enroló como miembro de la Cruz Roja en la Primera Guerra Mundial. Después, participó en la Guerra Civil española en el bando republicano en calidad de reportero de guerra, como lo haría en otros conflictos bélicos. Esas experiencias, así como sus viajes a África, quedaron reflejadas en varias de sus obras. En la década de los años veinte se instaló en París, donde conoció los ambientes literarios de vanguardia. Más tarde vivió también en lugares retirados de Cuba o Estados Unidos, donde repartía su tiempo entre la escritura y una afición harto recurrente en su literatura: la pesca. Entre sus novelas destacan Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas o Fiesta. A raíz de un encargo que le hizo la revista Life escribió El viejo y el mar, novela corta por la que recibió el premio Pulitzer en 1953, año en el que volvió a España por primera vez desde la Guerra Civil. En 1954 recibió el premio Nobel. Volvió a España en 1956, de camino en un viaje para África. En 1961, sumido en una profunda depresión, se suicidó.


En 1932, en la época de su mayor brillantez literaria, Hemingway había escrito Muerte en la tarde, cuyo protagonista era el padre del torero Antonio Ordóñez. Volvería a la escritura de tema taurino en el invierno de 1960, cuando trataba de poner orden y mesura en el texto al que daba forma para cumplir con el encargo que le había hecho algo más de un año antes la revista Life. En 1952 ambos, escritor y revista, habían tenido un enorme éxito con el texto de El viejo y el mar, así que volvieron a desafiarse en un nuevo encargo: durante el verano de 1959 estaba previsto un duelo mano a mano de los dos grandes toreros que en aquellos años triunfaban en España, Luis Miguel Dominguín, que lo había sido todo unos años antes y que volvía ese verano a los ruedos después de un largo retiro, y su cuñado Antonio Ordóñez, más joven pero dispuesto a ocupar la cima del toreo nacional. En realidad la propuesta original había partido de la editorial Scribner’s en la que el escritor de Chicago solía publicar sus libros en Estados Unidos; ellos querían hacer una nueva edición de Muerte en la tarde, pero con un apéndice del novelista que extendiese hasta el presente el libro, en tanto que Life le propuso algo mejor, viajar a España y escribir un reportaje sobre el desafío taurino, cuya extensión no debía de sobrepasar las 10.000 palabras. Al acabar el verano y regresar a su casa en La Habana, en la maleta llevaba las notas que había tomado, aproximadamente 5.000 palabras. Cuando en el invierno de 1960 se puso a dar forma al material pergeñado que iba a titularse El verano peligroso, Hemingway luchaba no sólo con “el indomable manuscrito” ―como lo tildó Rodrigo Fresán―, que se había extendido hasta las más de 100.000 palabras de la primera versión ―que se quedarían luego, en la definitiva, en unas 90.000―, sino sobre todo contra el volcán de su propia leyenda.

En aquellos años finales de los cincuenta Hemingway ya no era el escritor pleno de facultades que había dado a la imprenta textos luminosos veinte años antes. Por aquel entonces lo que el público estaba esperando era un libro que repasara sus años mozos en París, un libro que en realidad estaba escribiendo y que acabaría publicándose ―póstumamente― en 1964 con el título de A Moveable Feast [París era una fiesta]. Pero en la escritura de Hemingway ese libro era una especie de derrota, una asunción de que ya no tenía nada nuevo que decir y bastaban los recuerdos de su pasado para mantener su nombre literario en la cima. Y no era el caso. No lo aceptaba. No asumía que su obra ya estuviera en el ciclo crepuscular. Así que la propuesta de la revista Life llegó en el momento oportuno, porque le permitía escribir en presente, no en pasado, sobre una tierra y un hecho (los toros) que le eran consustanciales. Hemingway y España, España y Hemingway, eran internacionalmente una misma cosa, se identificaban literariamente uno y otro. “Ningún sitio ejerció una influencia más poderosa en su persona y en su literatura que España”, afirmó Rodrigo Fresán en el prólogo a su edición de bolsillo de Muerte en la tarde.
Portada del número de la revista Life en el que se publicó
la primera entrega de El verano peligroso


Aquel viaje para reencontrarse con España y la propuesta de escribir de paso un largo reportaje sobre un tema querido y en el que se encontraba cómodo, constituían en sí mismos una huida de Hemingway con respecto a su mito y a su situación física y literaria. Volvemos a leer a Rodrigo Fresán: “Años de farras sin fronteras y accidentes en todas partes (destacando la reciente caída de su avión en África y las múltiples lesiones sufridas) comenzaban a pasarle factura: dormía poco y nada, su hígado y riñones no funcionaban bien y su presión sanguínea y colesterol alcanzaban cumbres más altas que las del Kilimanjaro, tenía la aorta peligrosamente inflamada, había desarrollado una suerte de fobia a todo contacto físico (nada le disgustaba más que el que le tocasen la nuca), no paraba de gruñirle a su esposa Mary, cada frase que salía de su boca estaba puntuada por insultos y obscenidades”. El presente era un sitio horrible, añade. La consecución del premio Nobel había sido a la vez el ascenso a la cima literaria y, en su angustia vital, la presunción de que allí se acababa el camino. Tenía demasiados libros que había empezado a escribir, pero sin rematar, ni saber cómo hacerlo. España era la posibilidad de un rescate ante el acecho permanente de la depresión. Iba a cumplir 60 años.

Después de cruzar el Atlántico a bordo del Constitution, Ernest Hemingway y su esposa Mary desembarcaron el 1 de mayo de 1959 en Algeciras, donde les esperaba su amigo Bill Davis, quien seria su anfitrión durante aquel intenso verano, entre viaje y viaje, en su finca de nombre La Cónsula, en los alrededores de Málaga, por donde pasaron en aquellas semanas múltiples amigos, conocidos, parientes y allegados que formaron parte en un momento u otro, en un viaje u otro, en una fiesta u otra, en una farra u otra, del llamado por él mismo “séquito de Hemingway”, el grupo de acompañantes del que siempre iba seguido el novelista allá donde fuera, sin un minuto de soledad y sosiego durante el día o la noche, al sol y a la sombra. El plan previsto era seguir ora a un torero, ora al otro, ora a ambos, en su largo periplo veraniego por los cuatro puntos cardinales de España y el sur de Francia, algo que se prolongó hasta entrado octubre, cuando terminada la temporada Hemingway y sus inseparables cortesanos viajaron, ya sin compromisos taurinos, por Francia e Italia.


En barrera

La madeja de viajes comenzó en Madrid con las fiestas de San Isidro, en cuyas corridas la conocida presencia del escritor constituía casi tanto atractivo como la de la terna de toreros del cartel. Solía conseguir entradas de primer orden, en los palcos o en barreras, cuando no en el propio callejón, junto a los subalternos de los maestros. Él no perdía ojo de lo que ocurría sobre el ruedo, como bien reflejó luego en su reportaje, pero el público en las gradas tampoco le quitaba el ojo a él, imponente donde estuviera con su estatura y su barba blanca inconfundible.

Desde su residencia base en La Cónsula, a lo largo del verano no menos de una decena de veces Hemingway cruzó de un lado a otro la península, de corrida en corrida, de hotel en hotel, siempre acompañado en multitud y siempre comiendo y sobre todo bebiendo sin límites. Los viajes se sucedían sin descanso, los horarios de las comidas eran irregulares y se hacían a salto de mata, el descanso era incómodo, la gente giraba alrededor, las noches se alargaban hasta el amanecer. Fueron numerosas las ferias en las que Dominguín y Ordóñez torearon, y a prácticamente todas ellas acudió el escritor para tomar sus notas: Córdoba, Sevilla, Aranjuez, Granada, Zaragoza, Alicante, Barcelona, Burgos, Pamplona... Entre una ciudad y otra, a veces regresaban a Málaga; a veces, se detenían en otras ciudades intermedias por las que pasaban. Donde iba Hemingway, iba la prensa. Tener tiempo y serenidad para escribir aquel reportaje era un milagro.


Cena entre amigos en casa de los Ordóñez



A la mesa con Dominguín y Ava Gardner

Las personas de aquel séquito que en todo momento acompañó a Hemingway fueron principalmente su esposa Mary y el matrimonio formado por Bill y Annie Davis, sus anfitriones. El escritor adoptó tras los sanfermines de Pamplona a una joven irlandesa de 19 años, Valerie Danby-Smith, a la que había conocido semanas antes en Madrid mientras le hacía una entrevista para el Irish Times, que años después se casaría con su hijo Gregory y adoptaría el propio apellido Hemingway hasta hoy día. Además, en un momento u otro, también les acompañaron George Saviers, médico personal del escritor en su natal Idaho, y su esposa Pat; Buck Lanham, general del ejército norteamericano a quien había conocido durante el desembarco de Normandía; Rupert Belville, piloto al que había conocido en Londres durante la guerra; A. E. Hotchner, más conocido en la cuadrilla como Hotch, amigo y colaborador del escritor, que luego escribiría su memoria personal sobre él, de gran éxito, titulada Papa Hemingway; el pamplonés Juan Quintana, Juanito, en el que se basó para el hostelero Montoya de Fiesta; Mario Cassamassima, que hacía las veces de conductor cuando no lo era Bill Davis; el embajador David Bruce y su esposa, Evangeline, de Inglaterra; el maharajá de Jaipur, con su esposa Ayesha y su hijo, y su cuñado Bhaiya, maharajá a su vez de Cooch Behar, con su amiga inglesa Gina; los italianos Gianfranco Ivancich y su esposa Cristina, etc.


Con su esposa Mary

Pese a estar constantemente rodeado de gente, no sólo de su séquito personal, sino también de admiradores y periodistas, Hemingway no siempre rebosaba amabilidad, sino que más bien tenía un carácter casi intratable, irascible, soberbio, ciclotímico: pasaba de la carcajada a la melancolía sin preámbulos, maldecía y torturaba a quien más cerca estuviera, fuera su propia esposa o sus amigos íntimos, se quejaba de todo en esos años postreros en los que lindaba la demencia y que, finalmente, le llevarían al suicidio.

El 1 de septiembre de 1959 Antonio Ordóñez tendría que haber toreado en la feria de San Antolín de Palencia, pero la corrida fue suspendida por la lluvia. Allí se encontraba también el novelista, que hizo noche en la ciudad. La siguiente corrida de Ordóñez sería dos días después, en Mérida. Pero entre la ciudad castellana y la extremeña el plan de viaje tenía una estación intermedia: Béjar.

Con Antonio Ordóñez

La ciudad textil había carecido de un hotel de alcurnia hasta que la Agrupación de Fabricantes se lió la manta a la cabeza y puso en pie el Hotel Colón, que fue inaugurado en 1957. Era su gerente por entonces un alemán de nombre Robert Wiesbergen que, a mayores de sus dotes profesionales, era amigo personal de Hemingway. Sin duda ese hecho fue determinante para que en la programación del viaje del premio Nobel estuviera previsto el saludo entre los amigos, más que el interés en sí por la ciudad ducal. Al escritor le gustaba apurar los tiempos muertos, aprovecharlos intensamente. Béjar estaba a mitad de camino entre Palencia y Mérida. Bien merecía el saludo al amigo.

En su visita de 1953, Hemingway se había movido por nuestro país en un Rolls Royce con guarniciones de oro que pertenecía al conde Dudley, un coche que primero le pareció pretencioso y luego encantador. En su periplo del verano de 1959 lo hizo en dos automóviles, según qué momento y qué chofer fuera. Uno era un Ford de color rosa, al que pusieron por nombre Pembroke Coral, alquilado al principio del verano por el escritor en Málaga; el otro era un Lancia italiano de color crema al que bautizaron como La Barata, que se había comprado con los ingresos de sus derechos de autor en italiano. A Béjar llegaron en el primero, que había vuelto a alquilar después de que sufrieran un accidente regresando de Bilbao a Madrid en el que el Lancia quedó bastante malparado.

Probablemente la corta visita a Béjar no comenzara antes de primera hora de la tarde del 2 de septiembre. Habían salido de Palencia por la mañana y cabe sospechar que la comida la hicieran en Salamanca o en cualquier lugar del camino. Una vez registrados en el hotel, sabemos que Hemingway salió a dar un paseo por la ciudad. Ángel Gil registró en su crónica para La Gaceta Regional que el matrimonio Hemingway venía acompañado de otra pareja de norteamericanos, que no eran otros que el matrimonio formado por Bill y Annie Davis. Bill era por esos días el conductor que infatigable llevaba y traía a todas partes al novelista. Pero no cabe duda de que había un quinto pasajero, Valerie, la joven irlandesa que se había convertido en la Secretaria de Hemingway un par de meses antes. Si la prensa no dio cuenta de su presencia probablemente fuera porque pasara desapercibida o porque durante el encuentro con los periodistas ella descansara en su habitación. Pero formaba parte del séquito en ese viaje. Lo confirmó ella misma en su autobiografía, Correr con los toros. Mis años con los Hemingway, en la que en alguna medida la memoria la traiciona: “A la mañana siguiente emprendimos camino a Sevilla y de allí a Mérida y a Béjar, al oeste de Madrid”. Poca precisión es esa, pero vale. La flaqueza memorística no está en la imprecisa ubicación de Béjar, sino en el trayecto: no venían de Mérida, sino que iban a ella.


El Hotel Colón recién inaugurado (foto de Requena)

El paseo debió de llevarles no muy lejos, cabe pensar que se internaran en la calle Mayor. Y no debió de ser muy largo. Bien porque algún empleado del Hotel Colón lo difundiera, bien porque alguien lo reconociera en la calle, el caso es que no mucho después Hemingway estaba en la cafetería del hotel rodeado de una multitud que le agasajaba y que montó cierto tumulto durante un buen rato, solicitándole autógrafos sobre todo tipo de soportes; los menos, sobre algún libro suyo; los más, sobre cualquier otro tipo de papel, incluso en tarjetas de visita. No menos de cien parece que firmó. Y la mayoría de quienes le rodearon, saludaron y solicitaron autógrafos fueron señoritas, como pusieron de manifiesto tanto el corresponsal de La Gaceta Regional como el de El Adelanto, Ángel Gil y Ceferino García Martínez. Según contaban estos, el premio Nobel sobrellevó con resignación y amabilidad esa condición de mito al alcance de la mano que formaba parte de su leyenda y de su paso por cualquier lugar, la imposibilidad de pasar desapercibido; lo contó en su libro su nuera Valerie: “Ernest, que en público no gozaba de un solo momento de paz, constantemente se veía cercado por peticiones para firmar autógrafos y posar para fotografías. Generalmente lograba mantener el equilibrio a fuerza de paciencia y buen humor”. Uno de aquel centenar de bejaranos que hizo cola para disfrutar del momento de gloria fugaz fue mi padre, a quien le dedicó un ejemplar de Las nieves del Kilimanjaro en una edición de Caralt de 1955, que en realidad era una colección de sus magníficos cuentos. Luego, al parecer, mi padre iba dando botes y llegó a casa alborozado. No sería el único aquella tarde. El autógrafo, aunque un tanto ilegible, quizá rece “A mi gran amigo Sánchez Crego, como gran lector, Ernest Hemingway”. Es probable.



Cubierta del libro Las nieves del Kilimanjaro


Dedicatoria en la página inicial del relato

Más tarde el escritor recibió, como ya hemos indicado, a los corresponsales de los dos periódicos salmantinos. Hubo también una entrevista con Radio Béjar, de cuyo transcurso existe fotografía de G. Gil publicada por El Adelanto. Parece ser que la misma tuvo lugar al filo de la medianoche, tras la cena y, según la prensa escrita, “poco antes de que el escritor se retirara a descansar”. Cabe señalar que el semanario local, Béjar en Madrid, no hizo ninguna mención a esta visita, por más que los dos corresponsales de la prensa salmantina también eran asiduos colaboradores del semanario. Juan Muñoz García, cronista oficial, era su director todavía, y no había escritor, artista o prócer que pisara la ciudad que no fuera llevado a su despacho y a quien no le hiciera obsequio de alguna de sus muchas obras sobre el pasado de la ciudad. Hemingway había escrito una vez que la plaza de toros de Ronda era “el sitio ideal para ver una corrida de toros por primera vez”. Por aquel entonces todavía no estaba publicada (lo sería en 1961), pero el polígrafo bejarano andaba ya en la investigación que habría de plasmarse en su libro La plaza de toros de Béjar es la más antigua de cuantas existen en España, pero ni siquiera ese hecho, el que en Béjar hubiera una plaza de toros como pocas, como la de Ronda, sirvió de excusa para un afinidad o un encuentro curioso. Sin duda, no eran tal para cual. Ni el viejo cronista local andaba para escritores extranjeros ni el premio Nobel andaba para curiosidades locales. Se ignoraron mutuamente.



Rueda de prensa en Béjar

Desconozco si la grabación de aquella entrevista de Radio Béjar a Hemingway todavía se conservará en los archivos de RTVE. Probablemente no. Era una emisión local y al día siguiente de su difusión las cintas se borrarían. Lástima. Hoy sería un documento impagable para la historia bejarana. Contamos como único testimonio de sus palabras lo que en estilo indirecto transcribieron Ángel Gil y Ceferino García Martínez. Sus respuestas no son palabras textuales, o por lo menos no se reprodujeron en los periódicos entrecomilladas, pero aun así son una opinión contundente y demoledora. Habló sobre el libro que estaba escribiendo, esto es, el encargo de la revista Life que no sería publicado en forma de libro hasta muchos años después, en 1985 en su primera edición en inglés, por su editor Scribner’s, y un año después en español por Planeta. En el libro no se menciona en absoluto a Béjar. Otra lástima. Sabemos que hubo muchas páginas descartadas de aquel reportaje (y luego libro) que continúan inéditas en los archivos del escritor que se conservan en el John F. Kennedy Presidential Library & Museum, en Boston. El manuscrito de El verano peligroso es el 354a y consta de 1.025 páginas. Tal vez allí diga algo más, si es que alguien tiene ganas de ir y comprobarlo.

En El verano peligroso la descripción de las ciudades a las que los protagonistas acceden o por las que pasan son un material narrativo accesorio. No se detiene más que lo necesario para ubicar al lector. La mayor parte de las veces, simplemente las cita: Logroño, Zaragoza, Jaén. A veces, se entretiene en alguna ligera ráfaga descriptiva, especialmente si son ciudades intermedias, ciudades por las que pasa brevemente y que no son capitales de provincia o no se celebra en ellas ninguna corrida de las que le interesan. Así, en Manzanares anduvo “hasta el centro de aquella antigua población de La Mancha, pasada la baja y enjalbegada plaza de toros en que hirieron mortalmente a Ignacio Sánchez Mejía y por las estrechas callejuelas que conducen a la catedral para luego seguir a los primeros compradores vestidos de negro que volvían del mercado”. Digamos que el torero se apellidaba Sánchez Mejías, en plural. Y Manzanares no tiene catedral. Otras veces deja un escueto cumplido (“la blanca Vejer de la Frontera”) y en varios casos regala un verdadero elogio: “Segorbe, una ciudad muy antigua, hermosa y sin alterar por la que había pasado muchas veces”; “la vieja y gris ciudad ibérica de Sagunto, empinada y rodeada por altas murallas, con su variedad de edificios impuestos por los conquistadores romanos y moros y su hermoso barrio medieval”; “Fraga, una ciudad antigua que parece colgada sobre el río igual que si fuera una ciudad tibetana y tan bella que el solo hecho de visitarla habría justificado el viaje”.

No tuvo esa suerte Béjar, aunque en ella parara más tiempo que en Segorbe, Sagunto o Fraga y cupiera, pues, ocasión de sacar alguna conclusión. Mejor dicho: sí la sacó, pero no fue precisamente un elogio. Las palabras suyas, como ya hemos señalado, no son textuales, pero como si lo fueran: preguntado por los periodistas qué le parecía Béjar, no se cortó un pelo y dejó una definición para la historia: “Es aburrida y pequeña”. Pudo haber sido galante, pero no. Aburrida y pequeña. Seco y contundente. Como compensación, añadió que la naturaleza de los alrededores era hermosa.

Entre mayo y junio de 1931 el novelista había vivido en Barco de Ávila. Incluso le escribió desde allí una carta a su amigo John Dos Passos en el que no sólo le decía que “Barco de Ávila es un pueblo maravilloso”, sino que le tentaba la posibilidad de comprarse allí una casa y quedarse a vivir para siempre. Vivió allí en algún hospedaje, probablemente el Hotel del Comercio entonces existente. La vida le salía por 8 pesetas diarias. Él, que tenía en la pesca una de sus grandes aficiones, ponderaba en aquella carta la abundancia de truchas en el Tormes, pero también la buena comida, la bondad de la gente... en fin, tanto le aficionó la villa barcense que, veinte años después, en otra carta dirigida a Bernard Berenson, Hemingway llegaba a afirmar nada menos que “procedo de Barco de Ávila, Cooke City, Montana, Oak Park, Illinois, Key West, Florida, Finca Vigía, Cuba, el Véneto, Mantua, Madrid...”. El Barco de Ávila era nada menos que el primer lugar citado de los muchos de los que se sentía nativo, por delante incluso de su pueblo natal (Oak Park) o aquel en el que mejor se sintió (Finca Vigía). De El Barco citará la imagen de las cigüeñas dando vueltas en círculos en el cielo sobre las casas, el color rojizo como el barro de la plaza de toros y, por la noche, el baile al son de las gaitas y el tamboril... En otra carta a F. Scott Fitzgerald idealizaba su visión del Cielo con una estampa que a todas luces casa con El Barco de Ávila: “Para mí, el cielo sería una gran plaza de toros en la que yo tuviese dos localidades de barrera, y cerca un arroyo con truchas en el que nadie más pudiera pescar, y dos casas bonitas en el pueblo”. A tanto llegó el buen recuerdo barcense que luego haría que el personaje de Anselmo, padre del protagonista principal de Por quién doblan las campanas, procediera de allí; en él se encarnaba, como dijo Edward Stanton, “la nobleza natural del campesino castellano” y encarnaba todo lo que Hemingway había admirando en aquella primavera de 1931 en la vecina villa.

El verano de 1959 era ya otra cosa. Había pasado mucho tiempo. En aquel viaje el escritor escurrió muchas veces regresar a los recuerdos que le producían lugares conocidos antaño. El Barco se guardaba en su memoria como una estancia especial de un tiempo más agradable. Probablemente cuando llegó a Béjar no ignoraba lo cerca que estaba de aquellos recuerdos. Desviarse hasta allí sin duda le hubiese complicado la hora de llegada para la corrida de Mérida. Puede que la sombra barcense se proyectara sobre aquel paso fugaz por Béjar y le produjera malhumor. Quién sabe, pero a Béjar le tocó la de cal.

Tras la cena y la entrevista concedida a Radio Béjar, señalaban las crónicas que Hemingway y sus acompañantes se disponían a retirarse a sus habitaciones, pero sabemos por testigos presenciales que no fue así. Muy al contrario, la noche acababa de empezar. Aunque él mismo no lo refleja en El verano peligroso, sabemos por la autobiografía de Valerie Hemingway que las noches de aquel verano fueron inacabables. También en Béjar.



Hemingway y su esposa Mary echando un trago en la barra del Floridita en La Habana

En todo aquel séquito que iba y venía con Hemingway, unas veces unos, otras veces otros, según recordaba la joven acompañante, “a pesar de la diversión y la hilaridad constantes, había una corriente soterrada de verdadera locura, de destrucción”. El consumo de alcohol era generalizado y los nervios se tensaban por la excitación y la falta de sueño: “Era esencial tener una capacidad notable para beber sin descanso; también ayudaba aguantar horas de conversación a menudo repetitiva, escuchar con simpatía, tener un temperamento uniforme, sin altibajos, y ser una seguidora entregada, pero sin caer en el decir que sí a todo”. Mary, la esposa del escritor, a veces tenía que huir y refugiarse en Málaga. En opinión de la Secretaria, Mary “estaba cansada de los toros, de las continuas diversiones, de tanto beber a lo bestia, de la presencia constante de los parásitos y de España en general”. No era para menos. Tanto beber, hablar y viajar acaba con cualquiera. Alguna vez la propia Valerie también buscó excusas a lo largo del verano para disponer de una noche libre sin tener que beber por obligación hasta el alba ni escuchar historias repetidas. Apunta en su autobiografía la hipótesis de que Hemingway se quedaba en pie hasta las tantas porque padecía de “un insomnio pavoroso. La única opción que tenía para mantener a raya sus demonios era evitar la oscuridad y la soledad. Pero a medida que bebía también se volvía taciturno, y así invitaba a sus demonios interiores a atormentarlo”.

Así sucedió aquella noche en el Hotel Colón. Después de la entrevista con Radio Béjar, el escritor y su séquito no se retiraron a sus habitaciones, sino que se acomodaron directamente en el bar, donde tuvo lugar una de esas interminables madrugadas de alcohol y conversación que concluyó con el escritor ebrio por demás y necesitado de ayuda ajena para ser literalmente transportado a la cama, donde el sueño profundo de los licores mantuvo a raya el combate con los monstruos de su alma herida.


Hemingway taciturno

El escritor bejarano Arsenio Muñoz de la Peña andaba por allí aquella tarde. Su encuentro con él lo escribió y publicó un par de años después. Puede que incluso fuera él quien diera la voz de aviso de que el premio Nobel estaba en Béjar.

A la mañana siguiente, tras el desayuno, aun Hemingway y sus amigos hicieron una segunda incursión en las calles de la ciudad, con el único propósito de comprar algunos periódicos con que entretener el viaje que sin más dilación emprendieron en el Pembroke Coral que conducía Bill, puesto que esa misma tarde en Mérida toreaba Antonio Ordóñez, el héroe de quien durante ese verano Ernest Hemingway creyó ser el Homero que habría de inmortalizar con su prosa universal.

En el libro en que narró aquel ruido incesante de días y noches sin fin, el citado El verano peligroso, Hemingway describió una ciudad de esta manera: “Es una ciudad industrial [...] situada en una hondonada entre montañas, junto a un río. Es rica, grande, sólida y o bien cálida y húmeda, o bien fría y húmeda. El paisaje que la rodea es muy bonito y resultan encantadores los pequeños ríos que cruzan el país. Es una ciudad con mucho dinero y de grandes deportistas en la que tengo numerosos amigos”. Pudiera haber sido Béjar la destinataria de la glosa. Pero fue Bilbao.


Bibliografía

Ernest Hemingway, El verano peligroso, Barcelona: Debolsillo, 2005.

Valerie Hemingway, Correr con los toros. Mis años con los Hemingway, Madrid: Taurus, 2005.

Edward F. Stanton, Hemingway en España, Madrid: Castalia, 1989.

Carlos G. Reigosa (ed.), Hemingway desde España, Madrid: Visor, 2001.

Arsenio Muñoz de la Peña, «Recuerdo de mi conversación con Hemingway en Béjar», Béjar en Madrid, n.º 2052 (15 de julio de 1961).

G. M. [GarciMar, Ceferino García Martínez], “Ernest Hemingway, en Béjar”, El Adelanto, sábado 5 de septiembre de 1959, p. 4.

Á[ngel] Gil, “Ernest Hemingway en Béjar”, La Gaceta Regional, sábado 5 de septiembre de 1959, p. 6.

Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaría, “La ruta de Ernest Hemingway”, en Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaría y Fernando Romera Galán (eds.), Rutas literarias por Ávila y provincia, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2006, pp. 23-38.

[Publicado en la Revista de Ferias y Fiestas de la Cámara de Comercio de Béjar, 2009, pp. 25-29]

Presupuestos

Presupuesto del Ayuntamiento de Salamanca para el año 2010: 169 M€. Presupuesto del Ayuntamiento de Béjar para el año 2010: 12 M€. En 1877 éramos fuerzas casi parejas. La una era capital administrativa; la otra, capital industrial. Ahora somos 14 veces más pequeños. A medida que crecen las autovías, aumenta la distancia.

martes, 8 de diciembre de 2009

Otro manuscrito francesiano

La amabilidad de mi pariente y homónimo Antonio Sánchez me anunció la puesta a la venta de otro manuscrito de don Francés durante el XII Salón del Libro Antiguo que se celebró en Madrid entre el 26 y el 29 de noviembre pasado. Lo anunciaba la librería El Camino de Santiago, de León. Según su descripción, se trata de la "Crónica burlesca de Carlos V, escrita por don Francés de Zúñiga, bufón del Emperador, c 1525-1540". Constato que se ha consolidado la titulación de "crónica burlesca" que impuso Diane Pamp en su edición de 1981, que apoyé con la mía de 1989, para un texto de carecía de un título concreto y fijo; no es, por supuesto, ése el título que lleva el manuscrito, sino el que el librero que vende le ha concedido, que yerra en los años que anota para el bufón, puesto que apenas le concede 15 de vida, poco para lo mucho que hizo; si fueran, no obstante, los años historiados en la crónica, también yerra, porque fueron 1517-1529; don Francés murió en 1532.
La catalogación dice que se trata de "diez hojas en folio numeradas 1-10 manuscritas a dos caras con estritura mixta de rasgos humanísticos con muy fuerte presencia de gótica cortesana. De mano posterior, otra numeración (242-251) y título 'Historia Truanesca de Carlos V, por don Francés de Zúñiga, truán del duque de Béjar'. Procede de la biblioteca de sir Thomas Phillips (1792-1872)", en cuyo catálogo llevaba el nº 4135 [Catalogus Librorum Manuscriptorum in Bibliotheca Phillipica, nº 4135]. La información es interesante: no recuerdo ningún manuscrito donde en el encabezamiento se le llame directamente truhán; por lo demás, confirma lo que ya divulgué y se sabe: que las copias manuscritas de la obra del bejarano fueron muy numerosas, uno de los libros más copiados a mano del siglo XVI.
Su extensión, sin embargo, es sospechosa, pero ya lo avisa el librero: "Contiene una emisión temprana de la Historia de Francesillo de Zúñiga, coincidente en extensión con la parte antigua del manuscrito que sirve de base a la edición crítica de Madrid, 1981 (BN, ms. 6193) [esto es, la edición de Diane Pamp], y por lo tanto parcial respecto a lo que llegó a ser la Crónica en su emisión definitiva. Emparentado con este manuscrito, aunque probablemente anterior a él por razones paleográficas, difiere sin embargo en diversas variantes textuales, que son mucho más numerosas aún respecto al de Múnich (BSB, cód. 569, hisp. 7) utilizado para la edición de Salamanca, 1989 [esto es, la mía], y al tardío (y menos significativo) que utilizó Gayangos como base para su edición en la BAE (XXXVI, 1855)". Es decir, es una copia de la primera versión de la Crónica, la que circuló ya en 1525, pero que es incompleta porque don Francés siguió escribiendo y hubo otra versión en 1527 y otra más, definitiva, en 1529. Y, como ocurre con tantos otros manuscritos suyos, tiene numerosas interpolaciones, palabras, frases o párrafos que el copista metía por su cuenta, aprovechando que se hacía a mano el traslado. Por tanto, sigue sin aparecer el autógrafo (o uno de los autógrafos) y sigue sin aparecer una copia mejor, más pura y fiel al texto francesiano, que la que me traje de Múnich en un otoño de hielo hace tanto ya.
Remata la información el librero diciendo que es un "ejemplar excepcional, desconocido hata la fecha para la crítica, puede ser el más antiguo de los que transmiten esta obra singular". Antiguo sí que parece, al ser copia de la primera versión, también que era desconocido, pero pongo en duda que sea el más antiguo de los conocidos: no más que el ms. 6193 de la Biblioteca Nacional que usó Pamp.
Por supuesto, según me contó Antonio Sánchez, se vendió rapidísimo, aunque sospecho que en realidad nunca estuvo en venta, o ya estaba vendido antes de salir a catálogo. Valía 3.000 euros. Buen precio, vive Dios.
Y no me cabe ninguna duda de que no lo compró ninguna institución bejarana o provincial.

Santa Marta de Tormes

El Censo de Población del año 2008 (que se puede consultar en http://www.ine.es/inebmenu/mnu_cifraspob.htm) reflejaba cómo Santa Marta de Tormes, con 14.315 habitantes, sobrepasaba en 340 a Ciudad Rodrigo (13.975) como tercera población de la provincia de Salamanca. En realidad eso había ocurrido ya en el año 2007, cuando Santa Marta superó en 88 habitantes a Ciudad Rodrigo (14.010 frente a 13.922).
Santa Marta de Tormes ha pasado de tener 10.546 habitantes censados en el año 2000 a sus actuales ya citados 14.315. Eso ha significado un crecimiento poblacional anual medio de 471 nuevos censados. Población flotante o de dormitorio, como lo más granado del alfoz que rodea a Salamanca, pero censo al fin, se quiera o no.
A lo largo de la década Béjar ha tenido oscilaciones en el censo, pero ha pasado de los 15.690 en el año 2000 a los actuales 15.110 que presentaba en 2008. Una pérdida de 580 habitantes.
Así las cosas, bien puede Béjar mantener el tipo y consolidar sus quince mil habitantes, lo que ya sería mérito en estos tiempos, pero eso no evitará que en la trayectoria de migración provincial hacia el alfoz capitalino Santa Marta de Tormes alcance los quince mil habitantes, los sobrepase y se discancie posteriormente. Censalmente, Béjar tiene ahora 795 habitantes más que Santa Marta de Tormes. Con un crecimiento medio de ésta de 471 censados y las dudas poblacionales de Béjar, esa distancia será borrada en breve. Bien pudiera ser que en el año 2011 Santa Marta ya disponga dé más población que Béjar y por lo tanto se convierta en la segunda ciudad de la provincia, relegando a la cada vez menos ciudad textil (menos de lo uno y menos de lo otro) a la tercera posición.
Aparentemente eso es indiferente y nuestras vidas no van a cambiar por una cosa así. Pero lo cierto es que cuando ocurra será una herida más en el dañado cuerpo bejarano y otro golpe moral a su autoestima, otro muro que se arruina y deja más en carne viva el desmoronamiento de la identidad bejarana, ya tan dolorida.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El fotógrafo César Lucas en el Casino Obrero

Durante el fin de semana estuve viendo en el Conde-Duque de Madrid la exposición retrospectiva de toda la obra del largo y ancho fotógrafo César Lucas, desde los años sesenta hasta nuestros días. Se exhibía también algún documental. De aspecto, está ahora igual que cuando lo conocí. Debió de ser en las fiestas patronales de 1978, o quizá fuera 1979, pero no más tarde. El novato periodista bejarano Antonio Egido trabajaba entonces en el Grupo Zeta, donde hizo amistad con él. Se acababa de fundar la revista Interviú, en la que ambos colaboraban. Suya es una de las imágenes icono de la Transición, la de ese niño a hombros de su padre en la calle Preciados, en medio de una manifestación vecinal. Pero sobre todo suya es la imagen de aquella esplendorosa Marisol desnuda, con una rosa (quizá) en las manos, que abrió un tiempo nuevo, que dividió el ayer del hoy, que se convirtió en símbolo de la España que venía, libre y feliz saliendo de la niebla de la dictadura. Recuerdo que la foto ocupaba toda una puerta, de arriba abajo, en la redacción de Interviú, así que cuando estabas agarrando el pomo estabas cogiendo de la mano, a la altura de su pubis, a la mismísima Marisol, a un tamaño natural. Era de César Lucas.
Antonio Egido tiró de amistad y se lo trajo a dar una conferencia en el Casino Obrero en aquellas fiestas de septiembre. Estuvimos todo el día de acá para allá, mostrándole la verde maravilla; luego, nos fuimos a montar el proyector de diapositivas, ya que iba a ilustrar su trabajo y su pensamiento con su propia obra. Todo fue bien, se llenó de público luego el gran salón de la planta baja y la conferencia comenzó; enseguida se hizo la penumbra, para mejor contemplar las imágenes, con atención y silencio, hasta que de repente sobre la pared del vetusto ateneo bejarano se proyecto la diapositiva que agrandaba de forma generosa el cuerpo desnudo de Marisol, hasta el tamaño de diosa aparecida en el viejo caserón, con la luz de su mirada y el imán de sus senos en sazón, mirándonos de medio lado. De forma súbita, el silencio palpitante se rasgo con el vozarrón de alguien que desde las tinieblas (digamos que en su doble sentido literal y metafórico) irrumpía en la escena con indignación: "¡Esto es una inmoralidad! ¡No puedo consentir esta vergüenza que falta al respeto a los socios de este lugar!" y una retahíla de exabruptos semejantes que a borbotones rebosó el silencio y de un manotazo acorde con el vozarrón encendió el interruptor de las luces del salón y dictó sentencia: "Esto se ha acabado. Fuera". Claro está que iba dirigido al hoy maestro de fotógrafos y a sus tres o cuatro acompañantes, pero el gesto afectaba a todo el público, que impávido se fue retirando. Recogimos los bártulos y salimos disparados. Deambulamos el resto de la noche con nuestro invitado, avergonzados no del espectáculo que habíamos dado con aquellas fotografías, siquiera la de Marisol, sino por no poder borrar de repente de nuestra biografía el hecho evidente de ser naturales de Béjar, cosa que el boquiabierto Lucas nos disculpaba. Vimos los fuegos artificiales en la plaza Mayor y nos retiramos, a esperar que el tiempo nos diera la razón.
El vozarrón y el manotazo pertenecían al mismísimo presidente del Casino Obrero.

Ese acento

Maricasti había ido a la caótica Madrid a dar una ciclópea charla sabatina sobre asuntos propios de la administración pública. Medio centenar de aspirantes espabilaban el sueño entre bostezos y pantallazos de powerpoint. Mediada la jornada, se hizo una pausa, o un armisticio quizá, para tomar un café reponedor; fue entonces, atajando pasillos para alcanzar el aire fresco de la mañana, cuando atendió varias consultas peregrinas, la última de las cuales solicitaba saber el lugar exacto de su nacimiento, porque la aspirante que la formulaba había reconocido el acento peculiar, incluso expresiones irrenunciables que tatúan la voz y no perdonan la procedencia: "Del mismo Béjar", no le quedó más remedio que reconocer. La aspirante brincó de alegría y se ofreció para continuar la charla. Ella era de Puente del Congosto. Ensanchar la nostalgia le costó un café.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Cama turca

Los tiempos eran simples y pacatos, en los que eran imposibles más lecturas que la única que la represión permitía, por más que el pensamiento sea libre, secreto y callado; corría 1963 y el anuncio rezaba así: "Caritas recibiría cama turca para chica que precisa dormir sola". Lejos de la intención de ningún bejarano pensar que la cama era para una casta mucama de algún burgués.

sábado, 31 de octubre de 2009

De trenes y autovías

El 10 de mayo de 1882 el Gobierno aprobó la construcción del ferrocarril que pasaba por Béjar. La noticia llegó a la ciudad a través del único medio que entonces permitía transmitirla de forma inmediata: un telegrama enviado a las nueve de la noche por el diputado don Jerónimo Rodríguez Yagüe. La nueva corrió como la pólvora y llegó al Salón de Domingo Guijo, uno de los tres o cuatro cafés que había en Béjar, donde una orquesta de aficionados amenizaba las noches de los parroquianos. Arrastrados por los entusiastas, la Banda de Guijo, como se la conocía, encabezó una multitud que recorrió las calles desde San Juan a la Corredera y la calle Libertad, y de ahí vuelta atrás, con los vecinos ya saludando desde los balcones, hasta llegar a la plaza Mayor y Santa María, donde un par de horas después los músicos y acompañantes remataron la serenata a la puerta de la casa del alcalde, don José Rodríguez Yagüe, alboroto que terminó dentro de su domicilio con agasajos y lanzamiento de cohetes, prosiguió durante toda la noche y terminó al día siguiente con una capea en la plaza Mayor en la que se lidiaron nada menos que doce vaquillas.
Un año después la Diputación de Salamanca aprobó un gasto de tres millones de pesetas que resultó definitivo para que el proyecto del ferrocarril se pusiera en marcha, lo que fue celebrado en El Bosque con un banquete al que acudieron todas las fuerzas vivas de la ciudad, conservadores, liberales y republicanos, clero y ejército, obreros y patronos.
Cuando finalmente llegó el primer tren, el 21 de junio de 1896, tan sólo 14 años después, la estación era un hervidero de gente, los balcones que daban al mediodía estaban engalanados con banderas y repletos de vecinos, y se prodigaron a pie de vagón los discursos, los abrazos y las promesas de bonanza para el futuro de Béjar.
Aquella era sin duda la obra de mayor envergadura que había conocido Béjar hasta el momento en toda su historia. Se suponía que traía la modernidad de los tiempos que corrían y debía ser el motor de transformación que habría de lanzar a la ciudad hacia nuevas metas de crecimiento.
La circulación de trenes por Béjar finalizó el 31 de diciembre de 1984. Un siglo. Un soplo.
Falta un pequeño tramo para que se concluya la autovía A-66 que transcurre por Béjar. Se terminó hace unos meses la conexión entre Béjar y Guijuelo, que a mí me parece tan importante por las relaciones laborales que ahora existen entre ambas poblaciones. Creo que no se dijo en la ciudad ni mu. Luego se ha terminado la conexión con Salamanca, que parecía que era lo verdaderamente importante. Creo que no ha habido ninguna fiesta, ni banquetes, ni cohetes. Los comentarios habituales en la prensa. Las tertulias lo han valorado. Punto. Ha habido, sí, una fuerte contestación sobre el retraso con que ha llegado: se había dicho que estaría en diciembre de 2008 y ha llegado en agosto de 2009. Ocho meses de demora. Se ha tardado cinco años en construirla.
En 1963 tan sólo había 7 kilómetros de autopistas en toda España. A mediados de los años setenta viajé por primera vez lejos de Béjar. Fue a la costa alicantina, a buscarme la vida en la hostelería que allí prosperaba. Allí descubrí rascacielos, luminosos de neón y la autopista A-7, la primera por la que circulé en mi vida (excepción hecha del raquítico tramo entre Villacastín y Madrid, que era todo lo que teníamos en la meseta). Me pareció todo de otro mundo y supe de dónde venía, de qué lugar oscuro y olvidado había partido cuando me fui.
Déjenme que lo diga: en la llegada de la autovía a Béjar no ha habido un retraso de ocho meses, sino de treinta y cinco años, si contamos el tiempo que ha transcurrido desde que descubrí que en España había autopistas. Se me ha ido media vida esperando. Se nos ha ido a todos media vida esperando. Y a partir de ahí, que cada cual reflexione.
Me citaba en su artículo del 25 de septiembre pasado en este semanario el decano de los periodistas bejaranos, maestro de plumillas y buen amigo Ángel Gil, al recordar que yo dije aquí mismo que la construcción de la autovía era la mayor obra de ingeniería que habían conocido los tiempos presentes bejaranos, como la del ferrocarril lo fue una centuria atrás. Y apuntaba que omití decir que el cierre de la línea férrea resultaba su equivalente en negativo. No omití esa circunstancia porque el balance que yo hacía era simplemente valorando las obras de ingeniería y su recepción en Béjar, como hago ahora de nuevo. No valoraba, ni valoro ahora, su rendimiento. Habrá que esperar quizá diez años para saber de qué nos vale una autovía, si para que lleguen alegrías o para que se vayan. Lo mismo acaba siendo una obra inútil. O peor: perjudicial. Los tiempos dirán.
La pérdida del tren, con todo, no es ni de lejos lo peor que le ha pasado a Béjar en la última centuria. Lo peor, creo que con sobrada diferencia, ha sido el desplome de la industria textil, el cierre de un ciclo histórico que duró trescientos años y la consiguiente desorientación en la que está sumida la ciudad, sin un referente que la guíe.
Por lo demás, seguir insistiendo en la reapertura del tren convencional cuando en breves años España será el país con más kilómetros de alta velocidad del mundo me parece un síntoma del anquilosamiento de los ideales y la reflexión bejarana y su ensimismamiento en una arcadia pastoril. Tan obsoleto como propugnar que la iluminación pública de las calles vuelva a ser con las bujías de gasóleo con las que acabó el alcalde don Mariano Zúñiga en 1890 cuando trajo la electricidad, con gran disgusto del vecindario.
Si hay que pedir algo, sugiero que pidamos un aeropuerto, dejémonos en paz de pamplinas. Y que se haga en La Cerrallana, cerca del parador, para mayor comodidad de los turistas, no de los bejaranos. (Por cierto, la solicitud se tramita en la Junta de Castilla y León, como el 81% de los asuntos que nos afectan a los bejaranos.)
O unos Juegos Olímpicos, ahora que Madrid está en horas bajas. Si hay que pedir imposibles para incordiar al Poder, que sea a lo grande.

[Publicado en Béjar en Madrid el 16 de octubre de 2009]

martes, 6 de octubre de 2009

Manuscrito a la venta

Hace ahora un año localicé un manuscrito de mediados del siglo XVI de la Crónica burlesca del emperador Carlos V de don Francés de Zúñiga. En bibliotecas públicas existen una treintena de manuscritos de la obra, que están al alcance de cualquiera que quiera consultarlas. Yo me volví loco hace veinticinco años comparando unas con otras para intentar fijar el texto. Fue uno de los grandes éxitos literarios del siglo XVI, una de las obras que más circuló en copias manuscritas entre los lectores renacentistas, en una época en la que el libro de Gutenberg ya se había impuesto claramente. No tenemos, sin embargo, el manuscrito original del Quijote. Tampoco parece que ninguna de las copias que existen del texto de don Francés sea el autógrafo.
La copia de la que hablo ahora se atribuye el mérito de serlo, quizá por eso su precio de venta en una librería de California, 4.500 euros. Ocupa tan sólo 20 folios. Yo puedo asegurar, sin haberla visto, que no es autógrafa, por más que lo pregone el librero. Puede que sea de fecha próxima a su muerte, pero no es de su mano. En todo caso, es un documento valiosísimo que seguramente justifique su precio. Hace algo más de diez años localicé otra copia a la venta, esa vez en una librería madrileña. Su precio era más asequible, 1.800 euros. De cualquier manera, ambas ya no están a la venta. Seguramente las adquirió alguna biblioteca universitaria norteamericana o cualquier otra institución semejante. Qué le vamos a hacer.
Supongo que a nadie se le habrá pasado por la cabeza pensar que tal vez alguna institución bejarana podría adquirir ese tipo de patrimonio sobre uno de sus vecinos más universales. No cabe en el actual pensamiento bejarano. Sin embargo, corremos como desesperados y nos rasgamos las vestiduras cada vez que se anuncia que cualquier obra de Mateo Hernández sale al mercado y parece obligación que deba acabar en Béjar. Qué le vamos a hacer.

Libros de fotografía local

El 15 de septiembre se presentó el libro Ciudad Rodrigo. Imágenes para el recuerdo, publicado por la editorial británica Amberley, especializada en libros gráficos de gran formato, algo que en la jerga de la profesión recibe la denominación de coffee table books. Son libros para regalar y mirar, quizá varias miradas al mismo tiempo, no para leer. La obra recoge 150 imágenes de las tres primeras décadas del siglo XX y fueron realizadas por Agustín Pazos Pérez (1880-1949), el primer fotógrafo profesional que tuvo la ciudad vecina, donde la Asociación de Fotógrafos Aficionados tiene previstos nuevos volúmenes en la misma línea.

Ciertamente me produce una sana envidia con respecto al patrimonio editorial bejarano. No tenemos libros de esas características. Las primeras fotografías bejaranas datan de 1868, tres décadas antes que en Ciudad Rodrigo, y hemos tenido magníficos fotógrafos. Antonio Sánchez tiene un magnífico blog (http://documemtosdebejar.blogspot.com) donde por primera vez estamos conociendo nuestro patrimonio fotográfico con amplitud, no sólo aquellas viejas postales que tanto han circulado ni el fondo de armario con que cuenta el archivo del semanario Béjar en Madrid y que con recurrencia nos muestra. Ninguna población de la provincia produce más libros que Béjar, pero también de forma tan dispersa. No existe ningún Archivo Fotográfico local ni parece que sea labor de ninguna institución. Y sin embargo todos sabemos que en Béjar existen mágníficas colecciones privadas de fotografías que cuentan la historia de la ciudad a lo largo del siglo XX.

Es una desidia más de las que afectan al patrimonio bejarano en general.

domingo, 4 de octubre de 2009

El abismo de Baños de Montemayor

Encontré un tríptico turístico de la Junta de Castilla y León que ya tenía un cierto atraso. Era de la campaña de la Semana Santa y yo lo leía en septiembre. No era gran cosa. Se refería a las "Sierras del Sur" de las provincias de Ávila y Salamanca. ¿Qué carajo será eso? Se reinventan el mundo cada vez que les da la gana, por aburrimiento, por no decir siempre lo mismo, por originalidad. Lo que toda la vida fue el Sistema Central, según la geografía escolar, o Gredos y sus estribaciones, según las guías de montañeros, ahora son las "Sierras del Sur". Miro el mapa, que va de Ciudad Rodrigo a Ávila, pasando por La Alberca, Béjar y Piedrahíta, pero no por Barco de Ávila, lo que resulta sorprendente y desconcertante. Y el abismo por debajo de esa difuminación en que el plano se queda suspenso en el aire. No hay nada más allá del límite inferior de ese desplegable. El abismo espera al que pretenda ir más abajo. No existe Baños de Montemayor, ni las Hurdes, ni Hervás, ni el Jerte, ni la Vera más allá de Cuevas del Valle, abulense. Cáceres debe ser otro país, ignoto y enemigo, del que no damos señales de existencia ni merece la pena conocer. El rival. La competencia. La barbarie oscura de los confines de la tierra.
Y luego decimos que si los vascos o los catalanes.

El Corte Inglés

Había una exposición de productos nativos en la quinta planta del recién inaugurado nuevo centro comercial de El Corte Inglés en Salamanca. El episodio decía llamarse "Salamanca singular". Creí que sería un gran montaje en la ostentosa plaza de la Concordia, pero sólo allí comprobé que era dentro del edificio. Entre los tópicos habituales, embutidos, dulces, conservas, botijos, había libros. No sabía yo que los libros interesaran al público. Los había de la Universidad, incluso algunos que había hecho yo, pero también de otras instituciones e incluso editoriales. También había libros sobre algunas poblaciones salmantinas, mayoritariamente la propia capital, pero también Ciudad Rodrigo, la Sierra de Francia o las Arribes. No todos eran guías. Había libros literarios, sobre historia o etnografía. En fin. Ninguno de Béjar. Ni por asomo. Menos mal que allí estaban, en vivo, los hombres de musgo, paseándose entre los colchones y los juegos de sábanas.

jueves, 10 de septiembre de 2009

El Parador Ducal

Ayer hubo pleno en el Ayuntamiento. Se aprobó la cesión de terrenos en La Cerrallana para construir el Parador Nacional. El PP hubiera querido que se instalara en El Bosque; a UPS le hubiera gustado que el lugar elegido hubiera sido el palacio ducal. En ambos casos, dos antiguas propiedades de la familia Zúñiga que con el tiempo han sido adquiridas por la administración pública, pero no sabemo nunca muy bien qué hacer con ellas. El palacio de la plaza fue cuartel, viviendas, escuelas, ayuntamiento y ahora instituto, por el momento. El palacio de recreo sólo hace algunos años que es propiedad municipal, pero pareciera que hubiera que quitárselo de encima cuanto antes por una ansiedad de tenerlo ahí sin que luzca. No ha lucido en los últimos cincuenta años, o quizá cien, y ahora queremos que de un día para otro se reinvente. La ansiedad del político. Para hacer el instituto, hubo que joder el palacio de la plaza. No me cabe duda de que para hacer un parador en el palacio de recreo, sin duda alguna hubiera habido que joderlo. Para PP y UPS el progreso pasa por la destrucción constante del patrimonio. Ellos lo llaman adaptación, reutilización, mejora, qué sé yo. La lengua miente. Son hedonistas, viven para el hoy. El voto de ayer y el voto de mañana son quimeras.

El Corte Inglés

Mañana se inaugura la sucursal capitalina de El Corte Inglés. Leo en un periódico digital que 223.000 salmantinos están a menos de media hora del nuevo centro comercial. Hago mis cálculos mentales y, por mucho que corra en la nueva autovía, llegar al corazón del barrio Garrido desde la periferia de Béjar en menos de media hora me parece imposible. Así que mis temores por el futuro del comercio bejarano se desvanecen. Esa media hora es como una raya disuasoria en la que los bejaranos quedamos como en tinieblas, lejos de la atracción fatal del consumo instintivo. Doy por hecho, con esa información, que los de Béjar no vamos a caer tan fácilmente por las instalaciones de El Corte Inglés. Somos otra cosa.

lunes, 24 de agosto de 2009

Don Francés de Zúñiga en Wikipedia

Un tal Aromera fue el que introdujo a Don Francés de Zúñiga en la Wikipedia, el 10 de abril de 2006. Desde entonces, media docena de personas han añadido o retocado detalles sobre su vida y estilo literario. Cuando escribo, la última adición la había hecho un tal Xqbot en marzo de 2009. Pese a la media docena de plumas anónimas, o quizá por eso, el relato biográfico y analítico del bufón tiene todo el aroma sincrético de la intertextualización, que dicen los eufemistas. Entiendo el pirateo descarado, puesto que no existe más interpretación biográfica que la que yo hice en su día en mi libro. Y las normas de Wikipedia exigen la anonimia. En todo caso, al menos, el refrito está bien hecho y es justo. Don Francés ya estaba antes en muchos otros diccionarios literarios y enciclopedias, generalmente con escaso acierto. Le seguían considerandio navarro. Así, por ejemplo, el Diccionario de autores españoles de Alianza o la enciclopedia Bompiani. Ha sido, de siempre, el bejarano más reconocido fuera de Béjar. Mateo Hernández sigue subido a una tajuela. Don Francés goza de pedestal.
Pese al pirateo, ley de vida digital, que es sólo una herida personal, bien está el trato dado en Wikipedia al escritor que inventó el esperpento, porque lo que ahí se ponga será canónico en los próximos años o decenios, la verdad suprema, la única. Dado el analfabetismo creciente, que al menos la fuente universal de conocimiento que será la Wikipedia tenga rigor con lo bejarano.
Qué menos.
http://es.wikipedia.org/wiki/Franc%C3%A9s_de_Z%C3%BA%C3%B1iga

Hemeroteca Virtual Bejarana

En una entrevista en un medio salmantino hace unas semanas, Rogelio Blanco, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, afirmaba, al respecto de la documentación que se está allegando con paciencia al nuevo Centro Documental de la Memoria Histórica, que le preocupaba más la que está en manos privadas que la que está en archivos públicos, porque esta última está segura por estar donde está.
Discrepo razonablemente de mi amigo Rogelio. Según cómo y dónde. Si ponemos el ejemplo de Béjar, que es a donde vamos, diré que la confianza y la seguridad que ofrecen los archivos públicos bejaranos es menor que la de Chechenia. La falta de control, de inventario, de atención y de rigor es ofensiva, por no decir irresponsable y delictiva. En Béjar, en este sentido, las cosas están mucho más seguras y protegidas en manos privadas que en manos públicas.
Así pasa con la prensa histórica. Sé de dos o tres colecciones que están en domicilios particulares, lo que les permite estar a salvo de la incuria, la dejación y el latrocinio. En cambio, la magnífica hemeroteca histórica que conocí años ha en el Archivo Municipal de Béjar ha desaparecido prácticamente. Ha sido saqueada delante de las narices de sus responsables. Quedan tres cabeceras del siglo XIX. No sería difícil saber quién ha sido y bajo la responsabilidad de qué alcalde ha sucedido, pero no es éste el momento y lugar de hacerlo.
El Ministerio de Cultura ha digitalizado una veintena de periódicos bejaranos guardados en la Biblioteca Antigua de la Universidad de Salamanca, que afortunadamente es más fiable y custodia mejor lo que nosotros no sabemos ni poseer ni valorar. Están en el portal "Biblioteca Virtual de Prensa Histórica", http://prensahistorica.mcu.es/es/estaticos/contenido.cmd?pagina=estaticos/presentacion, junto con otros cientos de periódicos españoles.
Mientras en Béjar desaparece y se destruye nuestro patrimonio, otros nos lo guardan y cuidan mejor, cosa que nosotros no sabemos hacer. Es una lección para tanto beharaui que pide y exige que vuelvan a Béjar todo lo que todavía no está de Mateo Hernández, la lápida hebrea del Museo Sefardí de Toledo, los cañones de Víctor Gorzo del Museo del Ejército y el sursum corda. A lo mejor lo piden para henchir el pecho. Eso no nos haría más importantes, sino más imbélices: borrar el nombre de Béjar de la faz de la Tierra. Béjar sólo en Béjar.
Frente a la globalización, viva la autarquía.
Y luego, nos depredamos a nosotros mismos hasta la aniquilación.

domingo, 23 de agosto de 2009

Bocazas

Diego A. Manrique llama bocazas con guitarra a Ted Nugent en un artículo de prensa. El viejo roquero tenía una columna en un periódico ultraconservador de Texas desde la que lanzaba variados y exquisitos improperios contra todo lo que se movía. Por ejemplo, a Obama le despachó con un "es un mierda y le digo que chupe mi metralleta". Los dueños bienpensantes y ordenados del Waco Tribune Herald le pidieron moderación. No hubo manera: hartos de las andanadas contra cualquiera que no pensara como él, han despedido al guitarrero Nugent.
Los propietarios tan sólo le pedían un mínimo de profesión: 1) que sus textos fueran reflexivos; 2) que evitara los ataques personales en sus columnas; 3) que sus palabras trataran con un mínimo de respeto a los políticos con cargo; y 4) que sus columnas ofrecieran alternativas en vez de meros ataques.
No he podido por menos que acordarme de cierta colaboradora del semanario Béjar en Madrid que semana tras semana echa sapos y culebras de todo lo que no se atenga a su ideario, como fiera de fauces que hacen temblar, si no fuera porque está enjaulada en el desahogo inocente. Pero no estaría de más que alguien le recordara los preceptos que el Waco Tribune Herald le impuso al despedido Nugent.
Por cierto, allá por los años setenta mi hermano Miguel quiso una vez comprar un disco del tal Ted Nugent y se equivocó, trayendo a casa uno de Todd Rundgren. Qué bendito error produjo aquel día el azar, porque Rundgren luego y hasta el día de hoy vive en el altar de mi tocadiscos. Un santo de vinilo.

sábado, 22 de agosto de 2009

Viajeros

Los antiguos viajeros que recorrían España y daban cuenta de ello por escrito, al estilo de los muy conocidos don Jorgito el Inglés, o los ilustrados españoles Antonio Ponz, Pascual Madoz o José María Quadrado, solían hacer parada en Béjar al subir de Extramadura. Era el lugar que los mapas señalaban antes de llegar a Salamanca. Hoy parece que ya no. Veamos el ejemplo de la periodista (ya no son ni viajeros al uso...) Ana Requena Aguilar, a la que su periódico para llenar páginas en verano le encomendó contar lo que bien le pareciera en un viaje circular que iba de Algeciras a Irún. En su recorrido, después de parar en Granadilla, su siguiente fonda no fue Béjar, que parece que ya no tiene nada que ofrecer al curioso que ha de contar algo, sino Guijuelo, cuyos jamones hoy superan en fama al paño de la capa menguada.
Parece sólo una anécdota, pero creo que en verdad es una reflexión.

miércoles, 29 de julio de 2009

Bangla Desh

Había tenido Vito que desplazarse por motivos de trabajo al lejano país de Bangla Desh, aquel que unas inundaciones y un concierto de George Harrison y sus amigos hicieron famoso una vez y nunca más volvió a meter un ruido. Tenía que acudir a realizar determinados estudios en una fábrica textil que estaba donde Buda dio las tres voces, por más que fuera un dios introspectivo y silencioso.
Allá pues, en la profunda península del Indostán donde todos los turbantes son iguales Vito intentaba llevar a cabo su tarea, que habría de durar tres meses. Pero no hay lugar del mundo, por más escondido que esté, donde no quede demostrado que al cabo todos venimos del mismo pueblo. Ni dos días tardó Vito en dar con un paisano que lloraba sus ausencias patrias y vio el cielo abierto con su llegada. Qué tres meses de terruño le dio.
Vayas donde vayas, algún bejarano hallas.

Plasencia

Plasencia goza de al menos tres escritores de ficción de reconocido prestigio nacional. Cuando digo reconocido prestigio nacional, que es una frase hecha, me refiero simplemente a que publican sus libros en editoriales de la primera división y que la crítica suele ocuparse de ellos en los suplementos y revistas especializadas, generalmente con fortuna. No me interesa entrar en más matices. Álvaro Valverde es el primero y el que lleva más tiempo trascendiendo lo local. Hace un par de años Jesús Sánchez Adalid ganó el premio Fernando Lara con la novela El alma de la ciudad, que narraba en 600 páginas la fundación medieval de la ciudad del Ambroz. Ahora Tusquets está recuperando y poniendo en la elite a Gonzalo Hidalgo Bayal, nacido en Higuera de Albalat y veterano profesor de bachillerato, cuyas novelas reciben elogios sin mesura. Tengo la impresión de que se me olvida algún nombre más, por no citar al fallecido José Antonio Gabriel y Galán.
Entre tanto, de Béjar han salido algunos deportistas de relumbrón, en varias especialidades además.

martes, 14 de julio de 2009

Béjar en la Wikipedia

De vez en cuando me paseo por la entrada de Béjar en la Wikipedia. Parece ser que se incluyó en 2004 y a lo largo de estos años ha contribuido a sus contenidos un buen número de anónimos voluntarios, a lo que puedo ver en su historial. Incluso en estos días he comprobado que ha habido una controversia sobre la condición ora castellana, ora leonesa, de su pasado remoto. Incluso se me cita como fuente autorizada. Qué barbaridad, teniendo doctores la Iglesia.
A ojos de lector atento, pese a tanta mano generosa y bienintencionada, al resumen enciclopédico le falta un hervor. Sobre todo a la parte de la historia, que va como a trompicones y en la que si uno mide la intensidad de las palabras, casi todo se resumen en Hombres de Musgo/Corpus Christi y burguesía/industria textil. Una pincelada de vetones, otra de moros, un especiado de Zúñigas y sanseacabó. Parece que aquí no hubiera pasado nada más. Cuánta falta le hace a Béjar dotarse de una vez por todas de un patrimonio argumental que dé forma a su identidad. Sólo así se podrá enmendar que en la parte de los personajes ilustres que ha tenido la ciudad sean mayoritarios los vivos, y no los muertos. Parece que no hubiera habido héroes locales que llevarse a la boca y que hoy, sin embargo, vivamos días de esplendor.
Al cabo, me pregunto si instrumentos tan poderosos para la imagen exterior como pueda ser la presencia en la Wikipedia no deberían ser asumidos más claramente de forma institucional para evitar veleidades, medias verdades y gazapos. Pienso, claro, si no debería ser éste cometido del Centro de Estudios Bejaranos, el mejor dotado para ello, o en su defecto un concurso municipal que vele por lo que se va diciendo por ahí de nosotros.

viernes, 10 de julio de 2009

Escultura en Madrid

En la Fundación Mapfre de Madrid se ha inaugurado una exposición con el título de Olvidar a Rodin. En ella se han reunido piezas de numerosos artistas europeos que en los comienzos del siglo XX coincidieron en París, primero a la sombra de Rodin y luego separándose de ella para cobrar luz propia. Entre los nombres figuran muchos españoles: Picasso, Julio González, Gargallo, Manolo Hugué... Hay una obra de Picasso que se titula "Fernande" y hay una "Bañista con ropaje" de Maillol, pero ni rastro de Mateo Hernández, que en 1913 llegó por vez primera a la capital de Francia.
A ver si va a resultar que al genio universal le tenemos tan encerrado en Béjar que nadie por ahí afuera se acuerda de él y se ha vuelto invisible por tanto celo de tenerlo bien guardadito aquí, para que todo el mundo venga a verlo en su tierra chica, subido al pedestal del turismo tan enriquecedor, en vez de que ande moviéndose por ahí dejándose ver en compañía de Picasso y otras gentes del malvivir parisino...

domingo, 14 de junio de 2009

Juan Eduardo Zúñiga

Hace unos días un grupo de literatos y amigos empeñados le tributaron en la Biblioteca Nacional un homenaje a Juan Eduardo Zúñiga. Si no fuera porque un periodista amigo lo contó en un diario, el homenaje hubiera pasado desapercibido, como tantas cosas efímeras. No es hallan grandes comentarios sobre este autor en los buscadores de la red. En realidad, ni siquieras los especialistas académiscos se han ocupado grandemente de él. Sin embargo, cuando se le cita existe la convención de que su trilogía de cuentos sobre la contienda civil y la postguerra (Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capìtal de la gloria, ahora reunido todo en un volumen en Cátedra, col. Letras Hispánicas, 2007) es no sólo su obra cumbre, sino de lo mejor que la literatura española ha dado sobre aquel tiempo de horror. El último de los tres volúmenes fue Premio de la Crítica en 2004, un año después de su aparición, pero tampoco eso sirvió para que se le leyera más ni se le conociera mejor. Ni siquiera en Béjar. Juan Eduardo Zúñiga es el último eslabón de una familia que tiene como antepasados a su padre, Toribio Zúñiga, reputado farmacéutico (que tuvo como mancebo a un jovencísimo Ramón J. Sender recién llegado a Madrid) y periodista, fundador y director del semanario Béjar en Madrid. Su abuelo fue Juan Bautista Zúñiga, excelente periodista e historiador local y su tío-abuelo fue Mariano Zúñiga, alcalde que propició la llegada de la luz eléctrica a Béjar. Y su antepasado remoto fue, claro, don Francés de Zúñiga. Con Juan Eduardo Zúñiga, que acaba de cumplir 90 años, y por eso el homenaje, parece que se agota una estirpe. Aunque nacido ya en Madrid, donde su padre había instalado la farmacia, nunca desdeñó su relación con Béjar, que será pagada posiblemente con olvido e indiferencia.

martes, 26 de mayo de 2009

En el editorial del 24 de mayo de Bejar.biz escribe el redactor sobre la próxima terminación de la autovía A66. Cierto. En unos meses más estará finalizada la obra más importante que la topografía bejarana ha contemplado desde la construcción de la anterior carretera que conducía a Salamanca, en 1846 creo. Y avisa el redactor sobre la distancia de 45 minutos de un mercado de 300.000 personas. Lo hace, me imagino, pensando que de ese mercado se pueda aprovechar Béjar. Vamos a ver. Tengo curiosidad por saber hasta dónde nos llega el ingenio empresarial para sacarle provecho a esa circunstancia. Ojalá sea cierto y la viveza de este pueblo siga siendo una de sus características. Entre tanto, alimento el temor de que Béjar, en unos años, se convierta en un punto perdido entre el Carrefour de Plasencia y El Corte Inglés de Salamanca. Vivimos en la sociedad del ocio. Vivimos en la sociedad del consumo. Y Béjar no ofrece ni una sobrada densidad de ocio ni un centro comercial avant la lettre. Pero lo mismo hay quien piensa que sí. Veremos.

viernes, 22 de mayo de 2009

Béjar, la de las catedrales

Quizás ya no queden más viajeros en el mundo que los peregrinos, aquellos que se toman el trayecto como un lento deleite y para los que llegar al destino es el fin de la aventura, y no la aventura en sí. Todos los demás somos turistas, con el goce apremiado por la falta de tiempo para la contemplación detenida del trayecto viajado. Así las cosas, propongo al turista que se disponga a visitar Béjar por motivos ociosos que se disfrace de peregrino, cuando menos un ratito, merodeando por los alrededores de la ciudad antes de entrar en ella.
Toda población que se precie de atractivos visuales tiene una estampa, un perfil donde se recorte contra el cielo —supongamos— la línea del caserío, con su castillo, sus torres de iglesias, su muralla o lo que la historia le haya deparado. Aquello que los estadounidenses, tan prácticos en todo, tan uniformes en sus ciudades, denominan skyline. Sin ser Nueva York, Béjar goza del privilegio de disponer de varias líneas del cielo, según en qué punto de los alrededores no situemos. Yo recomiendo, por encima de cualquier otra, la vista que se contempla desde el Ventorro de Pelayo, en la carretera que llega a la ciudad desde la sierra de Francia. Creo que el espectáculo visual desde allí es más que meritorio. Aunque asentada sobre un largo cerro, en cuya cresta se arracima el entramado urbano, en realidad Béjar está situada en un hoyo si pensamos que el cerro está rodeado de montañas por todas partes, salva la ventana geográfica que abre las tierras hacia la Extremadura. Desde allí, desde el Ventorro de Pelayo, la ciudad se exhibe en su perfil más histórico, con la parte urbana de la vieja villa frente a los ojos, al otro lado del cauce del río Cuerpo de Hombre que separa el Ventorro del cerro bejarano. Desde allí se puede entretener la mirada en el disfrute de la muralla, las torres y campanarios, el lienzo modernizado del palacio ducal o el convento de San Francisco, con el puente de San Albín a los pies, el primero que se construyó y sin duda el más hermoso de cuantos cruzan el río en el recorrido bejarano. En realidad la línea del cielo que desde allí se ve no tiene cielo, sino el majestuoso telón de fondo que constituye el muro verde del monte de El Castañar, un tupido y exuberante escenario vegetal para la representación de Béjar, que cambia de color según qué estación del año. Propongo estos días de otoño, cuando el cromatismo de los árboles es un auténtico festival.
De Béjar siempre se ha destacado, no sin razón, más su paisaje que su interior. Así que aún antes de abordar el casco urbano sugiero seguir merodeando y alumbrando la ciudad desde lejos, en el centro de un contexto en el que la Naturaleza ha sido generosa. Pudiéndolo hacer perfectamente en coche, prevengo al peregrino que se ande a pie los dos kilómetros que separan la ciudad del punto neurálgico del mencionado monte de El Castañar, una caminata no calamitosa en la que a cada vuelta y revuelta de la carretera el casco urbano de la ciudad va creciendo a sus pies, ensanchándose, confirmándose en su estrecha linealidad sobre la cresta del cerro. Desde ahí, punto de vista contrario al que veíamos desde el Ventorro de Pelayo, vemos la ciudad de arriba abajo, como un juguete delicado e inmóvil. No todas las poblaciones tienen el privilegio de ser contempladas desde arriba, en un golpe de vista. Ésta a la que ahora nos enfrentamos parece no tener nada que ver con la villa antigua que semejaba desde allí enfrente; ahora la que predomina en el cuadro es la ciudad moderna, la que se ha ido construyendo en los últimos cincuenta años. Perdida de vista la ciudad al final de la carretera, en la espesura umbría en la que desembocamos nos depara dos lugares inexcusables: a la derecha, la ermita de la Virgen del Castañar, patrona de Béjar; a la izquierda, la plaza de toros, la mas antigua de España.
Aún suplico al peregrino, inacostumbrado seguramente a que le demoren la urgencia de llegar a la plaza Mayor, que merodee un poco más en los alrededores, y si los dioses, los horarios y los días son propicios, no deje de sucumbir al placer de pasear por la villa renacentista de El Bosque, antiguo palacete veraniego y cinegético de la familia ducal, ejemplo único en España —junto con Aranjuez— de lo que fueron estas villas del siglo XVI, con palacio, estanque y jardines melancólicos.
Con frecuencia las gentes de otras tierras suelen decirme que han estado en Béjar, cuando en realidad han estado en Candelario. Creo que todavía los bejaranos no hemos aprendido a proyectar bien la imagen cabal de nuestro casco urbano, al que ruego al peregrino que acceda ya, si los pies inacostumbrados todavía se lo permiten. Me incluyo entre los apresurados turistas que de visita en cualquier otra parte acudimos a rótulos viarios y planos comerciales en los que buscamos mecánicamente los recursos más habituales para hacernos una idea de los valores estéticos del lugar. Es decir, iglesias y museos, además de alguna calle pintoresca. No se da bien el caso en Béjar. Hasta en eso —la vanidad natal se me impone— somos distintos los bejaranos con respecto a nuestro entorno natural. Por supuesto que debe el peregrino encaminarse inmediatamente hacia la plaza Mayor y descubrir en ella, amén de una típica plaza castellana de arcadas, el simbolismo arquitectónico de los poderes seculares que la compartieron durante tantos siglos: acá el medieval edificio del Ayuntamiento, enfrente la iglesia de El Salvador —si no la matriz, sí la más poderosa— y al fondo, altivo, proyectándose sobre el conjunto, el palacio ducal, otrora epicentro de la poderosa familia Zúñiga y hoy, ejemplo de la futilidad del poder, encantador instituto de enseñanza media, aunque guarda en su porte la majestuosidad perdida.
Por supuesto, también, que debe el peregrino aprovechar la ocasión para visitar al menos tres museos dignos: el que contiene el legado del exótico viajero que fue Valeriano Salas, en el convento de San Francisco, con piezas orientales sorprendentes; el del escultor local Mateo Hernández, incrustado en lo que fue una vez la iglesia de San Gil, con la mejor colección de obras suyas en talla directa, a golpe directo sobre el bloque de piedra que luego fue orangután o grulla, un zoológico de piedra que es lo mejor, en arte, que Béjar posee; y por último el recientemente inaugurado, y todavía formando su contenido, Museo Judío, a la vera de la iglesia de Santa María.
Yo no me iría, en todo caso, sin hacer un recorrido por lo que creo que es el valor patrimonial y estético más definitorio que tiene la urbe. Cierto es que lamentablemente Béjar no tiene el encanto de la vecina Candelario en la trama urbana. No busque el peregrino en sus calles rastros medievales, renacentistas o barrocos, que suelen ser los que llaman la atención y detienen la mirada, por ser los más frecuentes en todas partes. En Béjar no. No hubo suerte en los siglos en que la arquitectura y la pintura enriquecían Castilla y León hasta límites inabarcables. Ni los duques fueron generosos ni permitieron, en su poder absoluto, que otras familias nos legaran algún que otro palacio digno de una bella portada. Y si lo llegó a haber, caso de algún convento o casa señorial, fue devorado por el desarrollismo industrial que Béjar ha tenido durante quizá el último siglo y medio. Pero lo que por un lado se perdía, por otro se ganaba. Y eso es lo que todavía los bejaranos no hemos aprendido a valorar y enseñar. Mis antepasados los vecinos de Béjar no fueron verdaderamente protagonistas de su urbanismo hasta el siglo XIX, cuando los fabricantes textiles sustituyeron a los duques en el diseño de la ciudad. Aunque el propio dinamismo voraz de una población netamente urbana e industrial ha sido depredador de sí mismo y se ha destruido mucho, todavía lo mejor que ofrece el interior de Béjar es la visita inaudita, única, incomparable, a su legado industrial. Le ofrezco dos posibilidades de contemplación que no suelen estar en las previsiones de viaje: partiendo de la plaza Mayor, recorra el espinazo que constituye la calle Mayor, que desemboca en la plaza de La Corredera, actual centro urbano y donde probablemente haya dejado aparcado su automóvil. Aparentemente la calle Mayor no deja de ser una calle comercial, peatonal, que a la altura de los ojos no depara el más mínimo valor estético. Alto. Calma. Eleve un poco la vista y vaya oteando del primer piso hacia arriba en los edificios que va dejando a ambos lados de la vía. Castilla y León no conserva tantos ejemplos comparables al bejarano en lo que fue la arquitectura burguesa decimonónica. Sobrias fachadas de simetrías rígidas, balconadas que se estiran buscando la luz, galerías acristaladas que protegen de la luz. Aquella nobleza que Béjar no tuvo estalló en la burguesía textil, que exhibió su poderío económico asomándose y dejándose ver en la calle Mayor.
Pero más aún. La joya de la corona de una visita a Béjar se esconde en el cauce del río. Si los burgueses bejaranos del XIX cifraban el esplendor en sus viviendas a lo largo de la calle Mayor, la magnitud de su poder se levantó en la hoz profunda del Cuerpo de Hombre. Ahora es posible aproximarse y tocar los muros de las viejas fábricas textiles gracias al Paseo Fluvial que hace unos años se construyó en la misma vereda del río, partiendo del puente de Riofrío y a lo largo de un par de kilómetros. Asombra imaginar cómo en lugar tan angosto se pudo levantar la alineación de edificios industriales de soberbia traza, naves, turbinas, chimeneas, ventanas enrejadas que dejan entrever la herrumbre del tiempo, restos de maquinaria, grúas, canales, sombras del hervor textil, un patrimonio exclusivo e irrepetible en grave peligro de extinción si los bejaranos, arduos en el empeño de la modernidad, no sabemos entender que tenemos en cada fábrica arruinada una catedral, en cada chimenea un campanario, en cada ventana un retablo. Por el amor de Dios, querido peregrino, no se empeñe en querer que Béjar sea Candelario. Cada cosa en su sitio. Por sí misma, Béjar bien merece una demorada visita si sus ojos saben ver catedrales de nuestro tiempo. Sin culto muchas de ellas, pero catedrales. Visite Béjar. Se lo ordeno por favor.

Estuve tomando un café con una mujer bejarana de exquisita elegancia y apellido catalán. En la conversación, que tuvo distintas paradas de la historia y la sociología bejarana, hicimos un repaso de aquellos profesionales del textil que comenzaron a llegar a Béjar cuando se puso en marcha la Thesa y que después se fueron quedando y se fueron quedando hasta hacer una colonia que en la mitad del siglo tenía sus propias fiestas y hasta una reproducción de la Moreneta (obra, creo recordar, de González Macías) en la iglesia de San Juan. Muchos de ellos, o sus descendientes, siguen entre nosotros. Sus apellidos son fáciles de detectar en una guía telefónica. Hace tiempo que había reparado en la importancia de ese colectivo humano que vino de lejos, del otro confín de España, para aportar sus saberes a la industria bejarana, como a finales del siglo XVII lo habían hecho aquellos extranjeros que vinieron de Flandes y Valonia y pusieron en pie la que ha sido nuestra industria principal durante tres siglos. A estos se les dedicó una calle, y no hace tanto, al conmemorar el tercer centenario de su llegada, hubo homenajes, y hasta un bello libro en forma de viñetas dibujadas por Pepe Muñoz Domínguez. Al colectivo catalán, sin embargo, se le ha ingnorado por completo. Está por estudiar su aportación a Béjar, que no fue poca. Incluso alguien tan bejarano y tan nacional como Juan Muñoz García en 1961 tradujo al castellano una obra poética, El cartero Hölboll, escrita en su idioma catalán por un fabricante radicado en Béjar, Juan Trías Fábregas. Qué diferencia con el desdén, por no decir otra cosa, con que se despreciaba lo catalán no hace mucho en Béjar, a cuenta de la tramitación parlamentaria del nuevo Estatuto del Principado o a cuenta del errabundo asunto de los papeles del Archivo de San Ambrosio. Me pregunto cuándo va a haber un reconocimiento y un homenaje a todo lo que las gentes de Cataluña que se vinieron a vivir a Béjar nos aportaron.

domingo, 10 de mayo de 2009

La melancolía de don Quijote

Vito había acudido a Valencia para participar en una conferencia, pero llegó con la antelación exacta que no permite alejarse mucho del lugar del acto académico ni quedarse muerto de aburrimiento en un banco del pasillo en la espera, así que mató las horas en un centro comercial próximo, siempre entretenidos y consumistas. Zascandileaba sin propósito fijo de escaparate en escaparate, palpando con los ojos o el tacto la mercancía, cuando en una zapatería se topó con la mirada fija y sostenida de Maruja, que ejercía la profesión de zapatera en la aldea, allá lejos de donde ahora se encontraba. No se resistió y arrimándose a Vito le preguntó si era él. Claro que lo soy. Y yo soy Maruja. Ya. Y así, una conversación amena. Mira que estoy harta de zapatos, pero no lo puedo evitar, los veo y me voy a ellos. Ya. En fin.
Luego Vito se fue a la conferencia donde disertaba con varios compañeros sobre las modas en la edición. De entre los dos centenares de asistentes, al cabo del turno de preguntas amarró el micrófono un afamado académico madrileño cuya entrega oral versó sobre la hipotética enfermedad de melancólico de don Quijote. Acabado el acto, Vito, sabiéndolo, se acercó a él y le preguntó en qué año salió de Béjar, porque no le recordaba de su etapa escolar.
Vayas donde vayas, algún bejarano hallas.

martes, 28 de abril de 2009

Comentábamos banalidades junto a la fotocopiadora, mientras esperaba mi turno. Alguien anunció la llegada de un joven nuevo compañero a la editorial, que, vaya por Dios, era de Béjar. Dije que nos acabaríamos por venir todos a la capital. Ella, desde la ventana, dio en el clavo: "Se vendrán hasta los hombres de hierba esos que tenéis allí".

miércoles, 22 de abril de 2009

Veo en la prensa (pero también está en el sitio web municipal) una foto de la concejala de Ciudadanía acompañada de lo que llaman "las dos técnicos de biblioteca"... Qué barbaridad. ¿No bastaría llamarlas sencillamente bibliotecarias?

martes, 24 de marzo de 2009

La Ancianita

A la plaza de toros de El Castañar ahora la llaman por todas partes La Ancianita. Me imagino que no faltará mucho para que incluso se utilice de forma oficial y administrativa. Vaya por delante que eso no es un nombre, en todo caso, sino un apodo.

Yo creo que hace veinte años, por poner un lapso, no existía, así que habrá que considerarlo un joven neologismo de la lexicografía bejarana. O quizá bejarahui.

Quien se lo puso, indudablemente quiso aludir a su antigüedad, más que a su vejez, puesto que aquélla se aplica a las cosas y ésta a las personas y los animales, además de implicar un grado de deterioro producido por el tiempo. Probablemente buscaba un adjetivo culto y literario con el que dignificar su estatus, y dio con La Ancianita en vez de dar, por ejemplo, con La Vetusta.

Puestos a ponerle un nombre que implique su vejez, quizá la homofonía hubiera venido bien en un derivado como La Vejarrona, por aquello de tirar de un étimo que incluya ya de paso el topónimo madre, o La Vejezuela, menos gracioso e identitario. Claro que, en esa línea, el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de Joan Corominas y José Antonio Pascual nos propone un vejerano con el significado de “vejestorio” que se usa en Cuba, convertido directamente en vejarano en otras partes de América, que Corominas y Pascual consideran un cruce de vejete y veterano o quizás un floreo verbal con el gentilicio y apellido Bejarano.

Total, que así las cosas, para qué más vueltas: podrían haberle puesto sin más ni más el epíteto de La Bejarana que, a lo que vemos, ya de por sí significa (cuando menos en América) “ciertamente viejo”.

Diccionario de la Real Academia Española

Anciano (del lat. *antianus, de ante). Adj. Dicho de una persona: de mucha edad. Utilízase también como sustantivo. // Poco usado, antiguo (que existe desde hace tiempo).

Diccionario Histórico de la RAE

Anciano (del bajo latín antianus, y éste del latín ante, antes). Adj. Dícese del hombre o de la mujer que tiene muchos años. UTCS. 2. Adj. Perteneciente o relativo a la ancianidad o al hombre anciano. 3. Ant. Antiguo.

Vamos, que está traído por los pelos, ya sea por “poco usado” o por “antiguo”, cosas ambas que son ciertas en el caso de la centenaria plaza. Será por eso el nombre.

viernes, 20 de marzo de 2009

Biblioteca de las Sierras

Cobijada en el catálogo y la distribución de Castilla Ediciones, con el patrocinio de la Unión Europea, la Junta de Castilla y León y el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la Asociación Salmantina de Agricultura de Montaña (ASAM) puso en las librerías hace cosa de un año una iniciativa que rompe con el abandono editorial y patrimonial de nuestra literatura en las comarcas sureñas de la provincia de Salamanca. Me estoy refiriendo a la bienhallada y bienvenida colección de libros “Biblioteca de las Sierras”, la primera propuesta en este siglo, en el anterior y en anterior, de disponer para los pocos pero siempre agradecidos lectores serranos los textos de algunos escritores y pensadores que con perenne o fugaz fortuna se entretuvieron en describir por lo real o por lo imaginario los paisajes, paisanajes y fortunas de esa batueca in extenso que abarca las montañas y valles de las dos sierras, la del río Francia y la del río Cuerpo de Hombre, con el Alagón y otros océanos de por medio.
Bajo la dirección del infatigable albercano José Luis Puerto, de una sentada aparecieron los dos primeros títulos con los que se abre la esperemos fecunda colección: Las Batuecas del duque de Alba, de Félix Lope de Vega, preparado por el egregio profesor Manuel Ambrosio Sánchez Sánchez, y la Fábula de las Batuecas y países imaginarios de fray Benito Jerónimo de Feijoo y Montenegro, en edición del gigante de inmúmeros brazos Fernando R. de la Flor. Se trata en ambos casos, y así parece que pretende ser la colección entera en el futuro, de ediciones a palo seco, esto es, pensadas simplemente para lectores curiosos, no para eruditos de ceño grave. Apenas unas páginas previas, a cargo de los cuidadores de los textos, anteceden al cuerpo de la obra, que va sin ninguna ortopedia de notas ni ropaje antidusturbios con que suelen espantarse los lectores cuando osan arrimarse a los clásicos. Porque clásicos son, claro, los dos textos, como bien sabe el lector avezado: Lope escribió el suyo a finales del siglo XVI, en tanto que el padre Feijoo lo hizo a primeros del XVIII.
En las dos sierras, por más que paraíso virgen ignoto para los touroperators, cada vez somos menos. Y de entre los pocos, probablemente solo un puñado gira en derredor con el candil ante los ojos buscando la razón de quiénes somos en el traslúcido tapiz de quiénes fuimos. Para nuestra desgracia, otra desgracia más, ni siquiera fue ni es fácil tener a mano la reflexión de quienes han escrito sobre (o por) nosotros. De ahí que el incandescente José Luis Puerto, auténtico hombre axial de nuestra cultura serrana, se plantee la dirección de esta colección de libros como una “biblioteca de rescate” o, lo que es lo mismo, la pretensión de “recuperar y poner al alcance de todos los lectores comunes unas publicaciones y unos libros que han constituido verdaderos hitos para el mejor conocimiento de las Sierras salmantinas de Béjar y Francia, y que, por diversos motivos, eran difíciles de localizar y, por tanto, de leer”. Escritor como pocos, Puerto dice que toda su obra es una negación del olvido. Queda implícita en esa negativa, por supuesto, la puesta en marcha de esta biblioteca, que debería ocupar una hornacina iluminada en los anaqueles (donde los haya) de los hogares serranos, sacados del armario del infierno en que los bibliotecarios de la realidad arrinconan los libros que de verdad se burlan del tiempo.
[Publicado en Béjar en Madrid el 7 de noviembre de 2008]

Miliarios y chimeneas

Cuando se llevaron a Madrid el miliario de la milla 142 de la calzada que los romanos trazaron a través de la comarca bejarana, la Vía de la Plata, mi abuelo José Antonio no estaba en Béjar. Vivía por entonces en Cáceres. Vendría poco después, para dedicar la última etapa de su vida y sus esfuerzos —cargado de un amor al arte que le costó graves disgustos— a proteger el patrimonio que nuestra tierra atesoraba. Le recuerdo, en mi ya lejana infancia, llevándome de la mano al taller, donde me enseñaba a modelar en escayola, y también a algunos pueblos de nuestro entorno, donde miraba tejados, ventanas y puertas, sin que yo entendiera gran cosa de sus observaciones; al cabo de los días me hacía llamar y juntos escribíamos cartas como aquellas que un coronel, en una novela que todos hemos leído, mandaba a destinatarios de otro mundo. Creo haber heredado de él alguna virtud, además del nombre, siquiera el respeto que en él aprendí por la herencia de los hombres, aquellas cosas que a todos nos pertenecen, esas que por ser precisamente de todos y no de uno tendemos a despreciarlas y destruirlas.
Ojalá que mi abuelo José Antonio hubiera podido comprobar cómo el tesón de bejaranos inquebrantables y tozudos, que han perseverado durante años por restituir lo que les fue arrebatado de forma arbitraria e injusta, ha podido más que la indiferencia de quienes guardan, como Cerberos, las causas que se dan por perdidas. Me refiero, claro está, a la constancia de quienes a fuerza de intentarlo una y otra vez, a lo largo de años, elevando escritos a un ministro tras otro, han conseguido a la postre y por fin atraer la atención de uno, ahora afortunadamente bejarano y sensato, bajo cuya responsabilidad parecía estar su custodia, para que de una vez esa insignificancia aparente que es un miliario de más o de menos, el 142, desterrado durante cuarenta años a las entrañas anónimas del Madrid más profundo, haya vuelto a su lugar de origen, haya vuelto a ponerse al borde del río Sangusín, allí donde permaneció incólume durante casi dos milenios y solo perdió su esbeltez y dignidad cuando la modernidad y la arbitrariedad se adueñaron de él para luego dejarlo abandonado, sin inventariar, sin ser reconocido, sin apelación en unos jardines matritenses que le eran pasto ajeno. Sólo la permanente reclamación, el empeño de restitución han conseguido que ese viejo bloque de granito del país vuelva a lucir en el histórico camino bejarano donde una vez la ingeniería romana construyó la Vía de la Plata. Puede que parezca que un miliario de más o de menos no haga gran cosa en el patrimonio, pero resulta que granito a granito (valga en su doble acepción) se mejoran y completan los vestigios con que remedamos el recuerdo fragmentario de lo que fue la etapa mejor conservada de aquella vía romana que iba de Astorga a Mérida, para orgullo de quienes podemos sentir que la Historia nos pertenece y estamos en deuda con quienes con sus aportaciones nos hicieron llegar a nuestros días y ser quienes somos.
Los azares del dios Cronos han vinculado que el miliario 142 se levante de nuevo, como mojón de la Historia, en su rincón campestre y viario, con la noticia repentina y traicionera del derribo de otra (qué triste decir otra, y no una o ninguna) chimenea textil en el casco urbano bejarano. Probablemente no se trate de nada más que de una chimenea, una chimenea de más o de menos, que bien poca cosa es. Hay que modernizar Béjar, dirán, alcanzar el tren de la Historia que una vez más nos está dejando atrás, dirán, y si no queremos quedarnos convertidos en estatuas de sal —como la mujer de Lot, de tanto volver la vista— debemos comprender que el futuro está en la metáfora de Marina d’Or, dirán, y no en esas viejas fábricas que ya para nada sirven. Hace algunos años alguien tuvo la osadía de escribir que había que derruir de una vez para siempre todas las naves que afean el cauce del río Cuerpo de Hombre, porque con esa imagen de ruina y abandono no conseguiríamos atraer el turismo. Ah, el turista, becerro de oro... Puede que alguna vez, efectivamente, no quede ni rastro de lo que una vez fue el mayor centro textil lanero del oeste de España. En ello estamos, a lo que parece, chimenea más o chimenea menos, con el mismo énfasis modernizador con que la burguesía textil bejarana decimonónica se encargó de acabar con todo rastro de lo que fuera un Béjar barroco o neoclásico. Supongo, en mi resignación, que tal vez el asunto tenga que ver con el alma autolesiva bejarana. Durante décadas oí a mis paisanos alardear del abolengo que nos daba el carácter industrial de mi Béjar, tan orgullosa de si misma y su hecho diferencial textil; ahora, enflaquecido el ánimo, parece que nos da vergüenza conservar sus despojos. La modernidad, la maldita modernidad.
Quizás haya, entre los lectores, quien caiga en la cuenta de la semejanza volumétrica entre un miliario y una chimenea. Ambos ingenios parecen provenir del mismo empeño en plantar en la tierra signos que se elevan al cielo, cilíndricos, majestuosos, reclamos cambiantes de la identidad permanente. Les diferencian los dos mil años de distancia y la imposibilidad de la convivencia: cuando uno viene, otro se va. Un hado fatuo ha tirado los dados y hemos vuelto a perder: tenemos el miliario, pero hemos perdido una chimenea de más o de menos, qué más da. La destrucción de nosotros mismos continua.
Alguna vez, algún día, no nos reconoceremos en quienes fuimos, porque no quedará espejo en que mirarnos.
[Publicado en El Norte de Castilla el 6 de marzo de 2006]