El 10 de mayo de 1882 el Gobierno aprobó la construcción del ferrocarril que pasaba por Béjar. La noticia llegó a la ciudad a través del único medio que entonces permitía transmitirla de forma inmediata: un telegrama enviado a las nueve de la noche por el diputado don Jerónimo Rodríguez Yagüe. La nueva corrió como la pólvora y llegó al Salón de Domingo Guijo, uno de los tres o cuatro cafés que había en Béjar, donde una orquesta de aficionados amenizaba las noches de los parroquianos. Arrastrados por los entusiastas, la Banda de Guijo, como se la conocía, encabezó una multitud que recorrió las calles desde San Juan a la Corredera y la calle Libertad, y de ahí vuelta atrás, con los vecinos ya saludando desde los balcones, hasta llegar a la plaza Mayor y Santa María, donde un par de horas después los músicos y acompañantes remataron la serenata a la puerta de la casa del alcalde, don José Rodríguez Yagüe, alboroto que terminó dentro de su domicilio con agasajos y lanzamiento de cohetes, prosiguió durante toda la noche y terminó al día siguiente con una capea en la plaza Mayor en la que se lidiaron nada menos que doce vaquillas.
Un año después la Diputación de Salamanca aprobó un gasto de tres millones de pesetas que resultó definitivo para que el proyecto del ferrocarril se pusiera en marcha, lo que fue celebrado en El Bosque con un banquete al que acudieron todas las fuerzas vivas de la ciudad, conservadores, liberales y republicanos, clero y ejército, obreros y patronos.
Cuando finalmente llegó el primer tren, el 21 de junio de 1896, tan sólo 14 años después, la estación era un hervidero de gente, los balcones que daban al mediodía estaban engalanados con banderas y repletos de vecinos, y se prodigaron a pie de vagón los discursos, los abrazos y las promesas de bonanza para el futuro de Béjar.
Aquella era sin duda la obra de mayor envergadura que había conocido Béjar hasta el momento en toda su historia. Se suponía que traía la modernidad de los tiempos que corrían y debía ser el motor de transformación que habría de lanzar a la ciudad hacia nuevas metas de crecimiento.
La circulación de trenes por Béjar finalizó el 31 de diciembre de 1984. Un siglo. Un soplo.
Falta un pequeño tramo para que se concluya la autovía A-66 que transcurre por Béjar. Se terminó hace unos meses la conexión entre Béjar y Guijuelo, que a mí me parece tan importante por las relaciones laborales que ahora existen entre ambas poblaciones. Creo que no se dijo en la ciudad ni mu. Luego se ha terminado la conexión con Salamanca, que parecía que era lo verdaderamente importante. Creo que no ha habido ninguna fiesta, ni banquetes, ni cohetes. Los comentarios habituales en la prensa. Las tertulias lo han valorado. Punto. Ha habido, sí, una fuerte contestación sobre el retraso con que ha llegado: se había dicho que estaría en diciembre de 2008 y ha llegado en agosto de 2009. Ocho meses de demora. Se ha tardado cinco años en construirla.
En 1963 tan sólo había 7 kilómetros de autopistas en toda España. A mediados de los años setenta viajé por primera vez lejos de Béjar. Fue a la costa alicantina, a buscarme la vida en la hostelería que allí prosperaba. Allí descubrí rascacielos, luminosos de neón y la autopista A-7, la primera por la que circulé en mi vida (excepción hecha del raquítico tramo entre Villacastín y Madrid, que era todo lo que teníamos en la meseta). Me pareció todo de otro mundo y supe de dónde venía, de qué lugar oscuro y olvidado había partido cuando me fui.
Déjenme que lo diga: en la llegada de la autovía a Béjar no ha habido un retraso de ocho meses, sino de treinta y cinco años, si contamos el tiempo que ha transcurrido desde que descubrí que en España había autopistas. Se me ha ido media vida esperando. Se nos ha ido a todos media vida esperando. Y a partir de ahí, que cada cual reflexione.
Me citaba en su artículo del 25 de septiembre pasado en este semanario el decano de los periodistas bejaranos, maestro de plumillas y buen amigo Ángel Gil, al recordar que yo dije aquí mismo que la construcción de la autovía era la mayor obra de ingeniería que habían conocido los tiempos presentes bejaranos, como la del ferrocarril lo fue una centuria atrás. Y apuntaba que omití decir que el cierre de la línea férrea resultaba su equivalente en negativo. No omití esa circunstancia porque el balance que yo hacía era simplemente valorando las obras de ingeniería y su recepción en Béjar, como hago ahora de nuevo. No valoraba, ni valoro ahora, su rendimiento. Habrá que esperar quizá diez años para saber de qué nos vale una autovía, si para que lleguen alegrías o para que se vayan. Lo mismo acaba siendo una obra inútil. O peor: perjudicial. Los tiempos dirán.
La pérdida del tren, con todo, no es ni de lejos lo peor que le ha pasado a Béjar en la última centuria. Lo peor, creo que con sobrada diferencia, ha sido el desplome de la industria textil, el cierre de un ciclo histórico que duró trescientos años y la consiguiente desorientación en la que está sumida la ciudad, sin un referente que la guíe.
Por lo demás, seguir insistiendo en la reapertura del tren convencional cuando en breves años España será el país con más kilómetros de alta velocidad del mundo me parece un síntoma del anquilosamiento de los ideales y la reflexión bejarana y su ensimismamiento en una arcadia pastoril. Tan obsoleto como propugnar que la iluminación pública de las calles vuelva a ser con las bujías de gasóleo con las que acabó el alcalde don Mariano Zúñiga en 1890 cuando trajo la electricidad, con gran disgusto del vecindario.
Si hay que pedir algo, sugiero que pidamos un aeropuerto, dejémonos en paz de pamplinas. Y que se haga en La Cerrallana, cerca del parador, para mayor comodidad de los turistas, no de los bejaranos. (Por cierto, la solicitud se tramita en la Junta de Castilla y León, como el 81% de los asuntos que nos afectan a los bejaranos.)
O unos Juegos Olímpicos, ahora que Madrid está en horas bajas. Si hay que pedir imposibles para incordiar al Poder, que sea a lo grande.
[Publicado en Béjar en Madrid el 16 de octubre de 2009]
Un año después la Diputación de Salamanca aprobó un gasto de tres millones de pesetas que resultó definitivo para que el proyecto del ferrocarril se pusiera en marcha, lo que fue celebrado en El Bosque con un banquete al que acudieron todas las fuerzas vivas de la ciudad, conservadores, liberales y republicanos, clero y ejército, obreros y patronos.
Cuando finalmente llegó el primer tren, el 21 de junio de 1896, tan sólo 14 años después, la estación era un hervidero de gente, los balcones que daban al mediodía estaban engalanados con banderas y repletos de vecinos, y se prodigaron a pie de vagón los discursos, los abrazos y las promesas de bonanza para el futuro de Béjar.
Aquella era sin duda la obra de mayor envergadura que había conocido Béjar hasta el momento en toda su historia. Se suponía que traía la modernidad de los tiempos que corrían y debía ser el motor de transformación que habría de lanzar a la ciudad hacia nuevas metas de crecimiento.
La circulación de trenes por Béjar finalizó el 31 de diciembre de 1984. Un siglo. Un soplo.
Falta un pequeño tramo para que se concluya la autovía A-66 que transcurre por Béjar. Se terminó hace unos meses la conexión entre Béjar y Guijuelo, que a mí me parece tan importante por las relaciones laborales que ahora existen entre ambas poblaciones. Creo que no se dijo en la ciudad ni mu. Luego se ha terminado la conexión con Salamanca, que parecía que era lo verdaderamente importante. Creo que no ha habido ninguna fiesta, ni banquetes, ni cohetes. Los comentarios habituales en la prensa. Las tertulias lo han valorado. Punto. Ha habido, sí, una fuerte contestación sobre el retraso con que ha llegado: se había dicho que estaría en diciembre de 2008 y ha llegado en agosto de 2009. Ocho meses de demora. Se ha tardado cinco años en construirla.
En 1963 tan sólo había 7 kilómetros de autopistas en toda España. A mediados de los años setenta viajé por primera vez lejos de Béjar. Fue a la costa alicantina, a buscarme la vida en la hostelería que allí prosperaba. Allí descubrí rascacielos, luminosos de neón y la autopista A-7, la primera por la que circulé en mi vida (excepción hecha del raquítico tramo entre Villacastín y Madrid, que era todo lo que teníamos en la meseta). Me pareció todo de otro mundo y supe de dónde venía, de qué lugar oscuro y olvidado había partido cuando me fui.
Déjenme que lo diga: en la llegada de la autovía a Béjar no ha habido un retraso de ocho meses, sino de treinta y cinco años, si contamos el tiempo que ha transcurrido desde que descubrí que en España había autopistas. Se me ha ido media vida esperando. Se nos ha ido a todos media vida esperando. Y a partir de ahí, que cada cual reflexione.
Me citaba en su artículo del 25 de septiembre pasado en este semanario el decano de los periodistas bejaranos, maestro de plumillas y buen amigo Ángel Gil, al recordar que yo dije aquí mismo que la construcción de la autovía era la mayor obra de ingeniería que habían conocido los tiempos presentes bejaranos, como la del ferrocarril lo fue una centuria atrás. Y apuntaba que omití decir que el cierre de la línea férrea resultaba su equivalente en negativo. No omití esa circunstancia porque el balance que yo hacía era simplemente valorando las obras de ingeniería y su recepción en Béjar, como hago ahora de nuevo. No valoraba, ni valoro ahora, su rendimiento. Habrá que esperar quizá diez años para saber de qué nos vale una autovía, si para que lleguen alegrías o para que se vayan. Lo mismo acaba siendo una obra inútil. O peor: perjudicial. Los tiempos dirán.
La pérdida del tren, con todo, no es ni de lejos lo peor que le ha pasado a Béjar en la última centuria. Lo peor, creo que con sobrada diferencia, ha sido el desplome de la industria textil, el cierre de un ciclo histórico que duró trescientos años y la consiguiente desorientación en la que está sumida la ciudad, sin un referente que la guíe.
Por lo demás, seguir insistiendo en la reapertura del tren convencional cuando en breves años España será el país con más kilómetros de alta velocidad del mundo me parece un síntoma del anquilosamiento de los ideales y la reflexión bejarana y su ensimismamiento en una arcadia pastoril. Tan obsoleto como propugnar que la iluminación pública de las calles vuelva a ser con las bujías de gasóleo con las que acabó el alcalde don Mariano Zúñiga en 1890 cuando trajo la electricidad, con gran disgusto del vecindario.
Si hay que pedir algo, sugiero que pidamos un aeropuerto, dejémonos en paz de pamplinas. Y que se haga en La Cerrallana, cerca del parador, para mayor comodidad de los turistas, no de los bejaranos. (Por cierto, la solicitud se tramita en la Junta de Castilla y León, como el 81% de los asuntos que nos afectan a los bejaranos.)
O unos Juegos Olímpicos, ahora que Madrid está en horas bajas. Si hay que pedir imposibles para incordiar al Poder, que sea a lo grande.
[Publicado en Béjar en Madrid el 16 de octubre de 2009]
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