Al abrir la puerta, Vítor se encontró con el cartero, que quería que firmara una entrega. Pensó Vítor que era otra multa de tráfico, ahora que te las echan sin darte el alto y sin meter ruido. Pero no. Era una de esas bolsas amarillas de Correos y se la enviaba una antigua y entrañable compañera de trabajo con la que compartió teléfonos, informes y buenos ratos.
Nada tendría de curioso el suceso si no fuera porque al girar la bolsa, ya cerrada la puerta, y comprobar el remitente, Vítor no dio crédito a sus ojos:
Nada tendría de curioso el suceso si no fuera porque al girar la bolsa, ya cerrada la puerta, y comprobar el remitente, Vítor no dio crédito a sus ojos:
Jamás supo Vítor, mientras trabajaron juntos, que la buena de Maite vivía en la única calle del mundo que lleva el nombre de Valdesangil. La única del mundo. Y lo que es peor: la buena de Maite no tenía ni puñetera idea de dónde quedaba Valdesangil, con todo lo que tenía que aguantar día a día al señor Vítor, el de Béjar.
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