El protagonista de esta colección de anécdotas nació judío hacia 1480 y murió a cuchilladas en las calles de Béjar en 1532, mientras ejercía su trabajo de alguacil mayor del concejo. El nombre cristiano por el que se hizo conocer, con sorna y pomposidad, fue el de don Francés de Zúñiga. Fue sastre remendón en su juventud, antes de pasar al servicio del duque como bufón de corte por sus dotes incomparables para la diversión y el buen humor. Eso ocurría en los últimos años del reinado de los Reyes Católicos. En el palacio que los duques tenían en la actual plaza de la Piedad su tarea diaria era entretener con sus chanzas y bromas a los familiares e invitados, mediante el ingenio y la capacidad para decir todo aquello que más pudiera herir a unos cortesanos y hacer reír a otros. Fue un maestro soberbio en ese arte, el mejor que ha habido en España y uno de los mejores de los que se guarda memoria en toda Europa. Prueba de ello es la Crónica burlesca del emperador Carlos V que escribió sobre sus andanzas en la corte imperial durante los siete años en que estuvo al servicio del monarca español, de quien no se separaba jamás, siendo el terror de todos los que se acercaban al joven rey, ya que no se alejaban de su lado sin haber recibido una regocijante puñalada verbal que luego corría por los mentideros de los palacios. El oficio de bufón tuvo su esplendor entre los siglos XV y XVII. Nuestro personaje fue maestro de maestros en la profesión. No tuvo la fortuna de ser incluido en la magnífica serie de retratos de bufones del genial Velásquez, pero por sí mismo alcanzó fama en toda Europa por ser el único de todos ellos que llegó a escribir un libro, por el que ha pasado a la historia de la literatura y ha sido objeto de estudio en universidades europeas y norteamericanas. Además de la Crónica, se conservan de él una veintena de cartas dirigidas a importantes personajes españoles y europeos, incluido el papa, todas ellas con el mismo humor socarrón que anticipa a Quevedo y describiendo situaciones y escenas cómicas que llevaron a Valle-Inclán a afirmar que don Francés y no él había sido el inventor del esperpento. Una mínima muestra de ello son las anécdotas que aquí se muestran, recogidas en obras de autores varios a lo largo del siglo XVI, ya muerto nuestro paisano, anécdotas incluso apócrifas que le atribuyen andanzas y dichos que no fueron suyos, como un Cid cualquiera o un Jaimito que todo se lo carga. Era prueba de su larga fama durante mucho tiempo después de su muerte. Luego cayó en un olvido del que todavía no se ha acabado de recuperar, ni siquiera en su pueblo natal.
domingo, 29 de julio de 2012
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