lunes, 23 de julio de 2012

Ilustres visitas

Leo con regocijo que la villa corita ha preparado un largo verano, hasta mediados de septiembre, en homenaje a don Miguel de Unamuno, en este que está siendo por arte de birlibirloque su año de celebración (que no lo es en rigor: lo fue el pasado, 75 años de su muerte; y lo será dentro de dos, 150 de su nacimiento; pero sea, pues ahí está). Han puesto paneles por las rúas que explican al escritor vasco, lecturas de sus textos, charlas, concurso literario, exposición y así hasta una quincena de actos. Enhorabuena sea por la iniciativa. Siempre es bueno darse a la lectura, como reza el título del último libro de Ángel Gabilondo, o cuando menos a merodear por ella.

Y todo ello a simple cuento de que en el verano de 1935 el rector alquiló una casa para pasar allí unas semanas de descanso con la familia, empujado por aquel otro veraneante señalado que fue don Filiberto Villalobos. Sería su último verano feliz, porque en el siguiente se armó la que todos sabemos y no estaba la cosa como para paseos bucólicos por la villa chacinera.

El pasado 29 de junio se cumplió un siglo cabal de la visita a Béjar de Pablo Iglesias. Hacía apenas dos años que se había convertido en el primer diputado socialista de la historia del Parlamento español. La estancia, fugaz como el aire, dejó sin embargo una frase para la historia local: “He venido a Béjar a aprender socialismo”. Ahí es nada. Le debió de costar lo suyo al periodista cazar sus palabras, porque los asistentes al acto se rebullían de continuo en sus sillas y no dejaban de aplaudir en vez de escuchar.

Aunque ambos sean ya pura historia, ya sé que no es lo mismo Iglesias que Unamuno: aquel es tenido por simple político, y este por escritor, aunque pocos personajes del momento se entregaron más a la política que Unamuno, que dio zurriagazos a todas las ideologías y partidos, sin marginar ni al rey ni a la república. Menudo era.

Está bien, acepto a Pablo Iglesias como animal de compañía doméstica socialista y habrá que dedicarle un recuerdo en privado, pero ¿qué me dicen de Pío Baroja? Una de sus más señaladas novelas, César o nada, está ambientada en buena medida en Béjar, para lo que visitó en varias ocasiones nuestra ciudad, dejando anécdotas muy sabrosas y más de un personaje retratado en las páginas de su obra, que fue publicada por entregas en un periódico madrileño en 1910 y en libro al año siguiente, esto es, un siglo cumplido también apenas hace nada, hecho que pasó por Béjar sin que el silencio se inmutase no ya con aplausos, sino ni siquiera con rebullir de sillas.

Lo dicho: aquí no salimos del Corpus Christi y Mateo Hernández. ¡Viva Candelario!

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