domingo, 8 de julio de 2012

El regreso de los fibbers

La primavera ha estado indecisa, mudando la piel del invierno en la del verano a trompicones, poniendo de los nervios a la marmota, que no sabía si asomar ya la nariz o dejarlo para el mes que viene. Pero de un día para otro al cabo, como ocurre todos los años, el gordo sol castellano ha puesto sus posaderas sobre el cielo y todo se ha vuelto amarillo, del campo a la toalla, del toldo de la terraza a la cerveza espumosa que se derrama sobre el mármol dejando un círculo que parece un astro apagado por la sed.

Los más avisados de los corrillos sentados a la fresca del anochecer, con un botijo y un abanico con los que sacarse de encima la sofoquina, descuentan las noches que restan para asomarse a los vericuetos que bajo las farolas del Castañar se poblarán en breve de ese espécimen que deja la madriguera urbana en la que se refugia el resto del año y bajo la forma de turista accidental, con una púa a modo de monóculo, se arroja a la arena de la plaza de toros bejarana en la que, durante un fin de semana de julio, vienen a dar los náufragos felices de haberse perdido en los mares del blues.

Antaño eran los lobos, acaso los jabalíes los que acudían a la espesura boscosa del bendito monte bejarano. Quizá hubo un tiempo de ciervos o de algún oso desnortado que hozó a sus anchas bajo las sombras de la noche montuna. Como en un concilio convocado de un verano para otro, ahora son los monjes del blues los que atraviesan montañas y ríos desde sus lugares remotos para saludarse a las puertas del coso blusero y reconocerse en la tez de la tribu de los fibbers, esos hermanos de hábito que esconden bajo la camiseta el tatuaje de un Robert Johnson cabalgando el mástil de una guitarra sobre un fondo de luna de oblea que lleva la marca de aguas del diablo.

El Festival Internacional de Blues de Béjar, patria a la que regresan los fibbers, abre las puertas a su XIII edición con trompetas y atabales tocados por una banda de ángeles negros que se pasaron del gregoriano al swing y vagan por el mundo predicando la palabra de B. B. King. Bi-en-ve-ni-dos, hijos del blues.

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