Permítanme que principie mis palabras agradeciendo la deferencia que ha tenido el señor alcalde al pedirme que en una ocasión como ésta me dirija a todos ustedes, a todos los bejaranos que, por estar aquí, en este acto, resultan para mí el núcleo duro, el corazón de la bejaranidad, de los que sienten la raíz de nuestra identidad: probablemente no hay ningún otro acontecimiento histórico tan bejarano como éste y estar aquí —por lo tanto— es una prueba de amor a Béjar. Gracias, pues, señor alcalde, por ofrecerme y permitirme pronunciar estas palabras. Y gracias, pues, también, a todos ustedes, por acudir a este acto y refrendar con su presencia el debido tributo a la memoria de quienes se comprometieron con una idea que las generaciones que nos han antecedido han perpetuado y que nosotros mismos debemos comprometernos a acatar y cumplir para transmitírsela a nuestros sucesores: me estoy refiriendo, por supuesto, al compromiso de Béjar con el valor universal de la Libertad.
Hace ahora dos años leí con estupor en alguna parte que esta fiesta “se resistía a morir”. Confieso que sentí indignación por el tratamiento que se le daba a la noticia, que no era otra que la reseña de los mismos actos que hoy volvemos a llevar a cabo. Me dio la impresión, al leer aquel titular y el texto que le acompañaba, que alguna pérdida importante estaba teniendo lugar en el patrimonio emocional de los bejaranos cuando se llegaba a afirmar una cosa semejante. Por una parte, me pareció fuera de lugar que se considerase una fiesta algo que en su razón de ser no es tal, puesto que no considero fiesta rendir homenaje a los 31 bejaranos asesinados en aquella cruenta jornada. La ligereza en el uso de las palabras me dio a entender que en el subconsciente colectivo bejarano se estaba debilitando el sentido riguroso de lo que hoy conmemoramos. Por otra parte, que el redactor llegara a afirmar que tal memoria “se resistía a morir” me sublevó contra la dejación y el desinterés al que los responsables máximos de su pervivencia la estaban dejando. Probablemente se estaba incitando, una vez más, a que los bejaranos nos olvidemos de nuestro pasado cuando ese pasado no concuerda con los intereses de la realidad plana y uniforme, sin sentimientos propios, con la que parece más fácil y mejor gobernarnos.
Siento una profunda alegría de que ahora esta nueva Corporación Municipal haya decidido de forma inmediata enderezar el derrotero que pretendía conducir hacia el huerto del olvido un hecho de nuestra historia y nuestra identidad que muchos bejaranos, ya que no todos, tenemos labrado en la piedra del frontispicio de nuestro hogar bejarano. Me siento obligado a aplaudir y felicitar esta iniciativa renovada no sólo de dotar de mejor brío a este homenaje, sino de iniciar hoy una recuperación de esta joya de la corona bejarana con un planteamiento más actualizado, con mi confianza y mi deseo de que en los años venideros vaya a más y, sobre todo, alcance una participación ciudadana que devuelva a su lugar de honor el respeto a nuestras tradiciones, máxime cuando esa tradición lo único que hace es ensalzar la Libertad, uno de los valores que la Revolución Francesa conquistó para la Humanidad y con ello cambió para siempre la presencia del ser humano sobre la faz de la Tierra.
Durante 138 años, desde 1869, la ciudad de Béjar, encabezada por sus autoridades, ha rendido —mediante una procesión cívica y un acto religioso en el cementerio— el tributo de respeto a los muertos de aquella jornada del 28 de septiembre de 1868. Es una memoria a la que no se debe de renunciar, pero aprovecho esta ocasión en que se me permite dirigirme a todos los bejaranos para reclamar a nuestras actuales y nuestras futuras autoridades que rescaten del olvido no sólo a los muertos de aquellos sucesos, sino también a los vivos que hicieron posible aquel día excepcional de nuestra historia. Pido a las autoridades bejaranas de hoy y de mañana que promuevan no sólo el ejemplo de quienes fueron desdichados y perdieron la vida, sino que con ellos se recuerde también —porque ellos sí parecen estar al otro lado del río Leteo— a quienes en aquel día fueron en busca del idealismo de un mundo mejor, de una forma desinteresada y temeraria, y consiguieron llevar a la sociedad española, no sólo a la bejarana, a un espacio de vida más ancho y más digno. Pido a las autoridades bejaranas que levanten ante nosotros no el monumento de la muerte, sino el de la vida. Lo que se conquistó en aquella sangrienta jornada no fue la muerte, sino la vida. Lo que se conquistó en Béjar en aquella heroica jornada no fue una derrota más del ser humano, sino un trozo de libertad mayor que el que había. Un paso adelante sin el que hoy no seríamos quienes somos.
Me cabe la sospecha de que, aunque están en los libros escritos por algunos bejaranos, y a pesar de que esta ceremonia se repite todos los años, no son muy conocidos entre nosotros los detalles de los hechos bélicos por los que esta ciudad ganó el título de “Heroica”, no son conocidos más que superficialmente los hechos militares que culminaron en el ataque de las tropas del brigadier Nanneti para rendir a la milicia bejarana en un combate desigual entre un ejército de 1.500 soldados y los 300 milicianos locales, la mayoría de ellos jóvenes de entre 18 y 20 años, que en cuestión de horas se organizaron para defender la ciudad. Bueno será que los rememoremos aquí, en esta Puerta de la Villa que fue epicentro de todo lo ocurrido. Bueno será que lo recordemos sobre el mismo lugar donde sucedió. Bueno será que lo recordemos aquí mismo seguramente por primera vez desde entonces, pero ojalá que sea sólo el principio de un recuerdo permanente y leal a nuestros Mártires de la Libertad.
Con anterioridad, a lo largo del siglo XIX, había habido en España varios alzamientos revolucionarios, pero el que verdaderamente triunfó fue el que tuvo lugar en aquella Revolución de Septiembre, que ha pasado a la historia con el nombre de “La Gloriosa”, y de la que Béjar fue protagonista principal.
El lunes 21 de septiembre de 1868 se había sublevado la Marina en la bahía de Cádiz. Al día siguiente se constituyó en Béjar una Junta Revolucionaria que se hizo con el poder en la ciudad y se levantó contra el Gobierno. Ese mismo día, martes 22 de septiembre, había partido para Valladolid el cuerpo del ejército que estaba alojado en el palacio ducal desde el año anterior, cuando ya los bejaranos habían hecho otro intento de alzamiento. Al tener noticia de que los bejaranos se habían levantado en armas, los mandos militares ordenaron el inmediato regresó y aquel ejército se concentró en Sorihuela, junto con otras tropas venidas de Salamanca y Madrid. Lo que siguió a aquello fueron “seis crueles días de silencio”, como diría después la propia Junta Revolucionaria, porque ellos esperaban que al unísono hubiera otros y suficientes levantamientos en toda España, pero Béjar se quedó completamente sola en su ideal durante seis días. Nadie más se levantó.
Fueron seis días de asedio que culminaron el 28 de septiembre. Era lunes y se celebraba en Béjar la tradicional feria, por lo que se hallaban en la ciudad numerosos forasteros venidos de la comarca: feriantes, ganaderos, comerciantes... La milicia voluntaria había levantado en esos días de asedio tres barricadas para intentar impedir, llegado el caso, el acceso de las tropas al interior de la ciudad: una estaba en la Solana, otra en Campopardo y la tercera aquí, en la Puerta de la Villa, la puerta principal de la vieja muralla, que luego desapareció años después devorada por el progreso y la modernidad, de la que podemos recordar cómo era y cómo estaba precisamente ese día, ese 28 de septiembre, por una histórica fotografía que se ha conservado: en ella, el vano del arco estaba cegado con troncos de árboles y un carro sobre el que se había apostado un cañón que había fabricado un joven herrero con un tubo traído de alguna fábrica; tras ellos, y también sobre el adarve, levantan sus brazos y sus armas los jóvenes milicianos. De igual manera conservamos de ese día otra fotografía de cómo estaban las cosas en Campopardo; y alguna más se conserva en la que se puede apreciar el Puente Viejo hacia el mediodía o el atardecer de ese día. Puede que sean las fotografías más antiguas que se conservan de Béjar, las primeras que se hicieron aquí, y en ellas, a diferencia de lo que seguramente ocurra en otras ciudades, no se pueden contemplar fábricas o monumentos o hermosos paisajes: muy al contrario, y muy en sintonía con nuestro carácter, son el testimonio de los rostros de un puñado de voluntarios en aquel momento exacto en que el pueblo de Béjar por primera vez era protagonista de su propia Historia, el momento en que los bejaranos estábamos rompiendo nuestra Historia en dos. Como bien ha señalado el llorado José Luis Majada, hasta allí llegó un trasnochado y atenazador feudalismo que había durado en Béjar cuatrocientos años más de lo debido; de allí en adelante, aquellos hombres comenzaron la penosa conquista de la libertad que nos ha traído a nuestros días, con tropiezos y retrocesos, pero con tesón también para recuperarla.
Aquel 28 de septiembre, a primera hora de la mañana, el brigadier Nanneti, después de seis días de asedio, conminó a la ciudad a rendirse. No lo hizo. Desde sus posiciones en lo que actualmente es el cementerio de San Miguel, el ejército bombardeó la ciudad. Aguantó. Las tropas avanzaron por el Puente Nuevo y por el Puente Viejo. Las mujeres bejaranas, subidas en los tejados, les tiraban piedras, el único arma de que disponían. Algunos soldados saquearon las viviendas de esa calle que acabamos de remontar, la calle Libertad, pero no consiguieron en ningún momento alcanzar esta barricada de la Puerta de Ávila. A media tarde, el ejército se retiró, con el ánimo de volver al asalto a la mañana siguiente. No hubo lugar a que tal pasara. Amanecido el 29 de septiembre, la noticia de lo que había ocurrido en Béjar llegó a Madrid, que por fin se sublevó y un día más tarde, el miércoles 30 de septiembre, la reina Isabel II salía para el exilio en París. Siete semanas después el Gobierno concedió a Béjar los títulos de “Heroica” y “Liberal”, y aprobaba el sufragio universal por primera vez en España. Al año siguiente las Cortes aprobaron una nueva Constitución.
Aquella Revolución de Septiembre tuvo en Cádiz y Alcolea un signo militar, pero en Béjar el tinte fue netamente popular. Fue el pueblo de Béjar el que por las bravas y soñador de un mundo mejor se organizó para reclamar un ideal que en toda Europa se estaban conquistando y que en España se resistía: la Libertad. De aquel pueblo salieron los nombres que en su mayoría permanecen anónimos y a los que yo hoy reivindico, porque en ellos se cifró, como ya dije antes, el triunfo de la vida. Me estoy refiriendo a Víctor Gorzo, aquel joven herrero que de la nada fundió unos cañones semejantes a los que están reproducidos junto al Puente Viejo; me estoy refiriendo a un polaco exiliado en Béjar, José Fronski, que organizó la estrategia de defensa de la ciudad; me estoy refiriendo a Aniano Gómez, un fabricante textil comprometido con los avances del liberalismo y que también él, a la inversa que Fronski, tuvo que salir exiliado en más de una ocasión fuera de nuestro país; me estoy refiriendo a Domingo Guijo, músico y tabernero de alta estima en la ciudad; me estoy refiriendo a Vicente Valle, un obrero textil pionero en la defensa de los derechos de los trabajadores; me estoy refiriendo a Primo Comendador, farmacéutico, periodista, maestro; me estoy refiriendo a Nicomedes Martín Mateos, probablemente el único cuyo nombre nos es conocido a todos, pero no más importante que Vicente Ferrer Vidal, Anastasio Redondo, Ramón Soler, Cristóbal Anaya, Felipe Agero o Juan Díaz, por citar tan sólo a algunos de aquellos bejaranos de toda clase y condición que compartieron codo con codo el sueño de la razón y el triunfo de la vida. Rindamos tributo con este recordatorio a quienes perdieron la vida de forma inocente en aquella jornada, pero rindámoselo también a quienes se la jugaron para poner en pie el bien supremo de la Libertad y lo consiguieron. Ganaron la Libertad, pero ese es un valor humano que no se conquista de una vez y para siempre, como la Historia de nuestro país trágicamente después nos ha enseñado. Hay que pelearlo cada día, porque sólo cuando nos falta entendemos de verdad lo que significa. Ellos lo sabían. Ellos nos enseñaron. Somos sus descendientes y herederos. Nunca deberíamos olvidarlo. Muchas gracias.
¡Viva Béjar! ¡Viva la libertad!
Hace ahora dos años leí con estupor en alguna parte que esta fiesta “se resistía a morir”. Confieso que sentí indignación por el tratamiento que se le daba a la noticia, que no era otra que la reseña de los mismos actos que hoy volvemos a llevar a cabo. Me dio la impresión, al leer aquel titular y el texto que le acompañaba, que alguna pérdida importante estaba teniendo lugar en el patrimonio emocional de los bejaranos cuando se llegaba a afirmar una cosa semejante. Por una parte, me pareció fuera de lugar que se considerase una fiesta algo que en su razón de ser no es tal, puesto que no considero fiesta rendir homenaje a los 31 bejaranos asesinados en aquella cruenta jornada. La ligereza en el uso de las palabras me dio a entender que en el subconsciente colectivo bejarano se estaba debilitando el sentido riguroso de lo que hoy conmemoramos. Por otra parte, que el redactor llegara a afirmar que tal memoria “se resistía a morir” me sublevó contra la dejación y el desinterés al que los responsables máximos de su pervivencia la estaban dejando. Probablemente se estaba incitando, una vez más, a que los bejaranos nos olvidemos de nuestro pasado cuando ese pasado no concuerda con los intereses de la realidad plana y uniforme, sin sentimientos propios, con la que parece más fácil y mejor gobernarnos.
Siento una profunda alegría de que ahora esta nueva Corporación Municipal haya decidido de forma inmediata enderezar el derrotero que pretendía conducir hacia el huerto del olvido un hecho de nuestra historia y nuestra identidad que muchos bejaranos, ya que no todos, tenemos labrado en la piedra del frontispicio de nuestro hogar bejarano. Me siento obligado a aplaudir y felicitar esta iniciativa renovada no sólo de dotar de mejor brío a este homenaje, sino de iniciar hoy una recuperación de esta joya de la corona bejarana con un planteamiento más actualizado, con mi confianza y mi deseo de que en los años venideros vaya a más y, sobre todo, alcance una participación ciudadana que devuelva a su lugar de honor el respeto a nuestras tradiciones, máxime cuando esa tradición lo único que hace es ensalzar la Libertad, uno de los valores que la Revolución Francesa conquistó para la Humanidad y con ello cambió para siempre la presencia del ser humano sobre la faz de la Tierra.
Durante 138 años, desde 1869, la ciudad de Béjar, encabezada por sus autoridades, ha rendido —mediante una procesión cívica y un acto religioso en el cementerio— el tributo de respeto a los muertos de aquella jornada del 28 de septiembre de 1868. Es una memoria a la que no se debe de renunciar, pero aprovecho esta ocasión en que se me permite dirigirme a todos los bejaranos para reclamar a nuestras actuales y nuestras futuras autoridades que rescaten del olvido no sólo a los muertos de aquellos sucesos, sino también a los vivos que hicieron posible aquel día excepcional de nuestra historia. Pido a las autoridades bejaranas de hoy y de mañana que promuevan no sólo el ejemplo de quienes fueron desdichados y perdieron la vida, sino que con ellos se recuerde también —porque ellos sí parecen estar al otro lado del río Leteo— a quienes en aquel día fueron en busca del idealismo de un mundo mejor, de una forma desinteresada y temeraria, y consiguieron llevar a la sociedad española, no sólo a la bejarana, a un espacio de vida más ancho y más digno. Pido a las autoridades bejaranas que levanten ante nosotros no el monumento de la muerte, sino el de la vida. Lo que se conquistó en aquella sangrienta jornada no fue la muerte, sino la vida. Lo que se conquistó en Béjar en aquella heroica jornada no fue una derrota más del ser humano, sino un trozo de libertad mayor que el que había. Un paso adelante sin el que hoy no seríamos quienes somos.
Me cabe la sospecha de que, aunque están en los libros escritos por algunos bejaranos, y a pesar de que esta ceremonia se repite todos los años, no son muy conocidos entre nosotros los detalles de los hechos bélicos por los que esta ciudad ganó el título de “Heroica”, no son conocidos más que superficialmente los hechos militares que culminaron en el ataque de las tropas del brigadier Nanneti para rendir a la milicia bejarana en un combate desigual entre un ejército de 1.500 soldados y los 300 milicianos locales, la mayoría de ellos jóvenes de entre 18 y 20 años, que en cuestión de horas se organizaron para defender la ciudad. Bueno será que los rememoremos aquí, en esta Puerta de la Villa que fue epicentro de todo lo ocurrido. Bueno será que lo recordemos sobre el mismo lugar donde sucedió. Bueno será que lo recordemos aquí mismo seguramente por primera vez desde entonces, pero ojalá que sea sólo el principio de un recuerdo permanente y leal a nuestros Mártires de la Libertad.
Con anterioridad, a lo largo del siglo XIX, había habido en España varios alzamientos revolucionarios, pero el que verdaderamente triunfó fue el que tuvo lugar en aquella Revolución de Septiembre, que ha pasado a la historia con el nombre de “La Gloriosa”, y de la que Béjar fue protagonista principal.
El lunes 21 de septiembre de 1868 se había sublevado la Marina en la bahía de Cádiz. Al día siguiente se constituyó en Béjar una Junta Revolucionaria que se hizo con el poder en la ciudad y se levantó contra el Gobierno. Ese mismo día, martes 22 de septiembre, había partido para Valladolid el cuerpo del ejército que estaba alojado en el palacio ducal desde el año anterior, cuando ya los bejaranos habían hecho otro intento de alzamiento. Al tener noticia de que los bejaranos se habían levantado en armas, los mandos militares ordenaron el inmediato regresó y aquel ejército se concentró en Sorihuela, junto con otras tropas venidas de Salamanca y Madrid. Lo que siguió a aquello fueron “seis crueles días de silencio”, como diría después la propia Junta Revolucionaria, porque ellos esperaban que al unísono hubiera otros y suficientes levantamientos en toda España, pero Béjar se quedó completamente sola en su ideal durante seis días. Nadie más se levantó.
Fueron seis días de asedio que culminaron el 28 de septiembre. Era lunes y se celebraba en Béjar la tradicional feria, por lo que se hallaban en la ciudad numerosos forasteros venidos de la comarca: feriantes, ganaderos, comerciantes... La milicia voluntaria había levantado en esos días de asedio tres barricadas para intentar impedir, llegado el caso, el acceso de las tropas al interior de la ciudad: una estaba en la Solana, otra en Campopardo y la tercera aquí, en la Puerta de la Villa, la puerta principal de la vieja muralla, que luego desapareció años después devorada por el progreso y la modernidad, de la que podemos recordar cómo era y cómo estaba precisamente ese día, ese 28 de septiembre, por una histórica fotografía que se ha conservado: en ella, el vano del arco estaba cegado con troncos de árboles y un carro sobre el que se había apostado un cañón que había fabricado un joven herrero con un tubo traído de alguna fábrica; tras ellos, y también sobre el adarve, levantan sus brazos y sus armas los jóvenes milicianos. De igual manera conservamos de ese día otra fotografía de cómo estaban las cosas en Campopardo; y alguna más se conserva en la que se puede apreciar el Puente Viejo hacia el mediodía o el atardecer de ese día. Puede que sean las fotografías más antiguas que se conservan de Béjar, las primeras que se hicieron aquí, y en ellas, a diferencia de lo que seguramente ocurra en otras ciudades, no se pueden contemplar fábricas o monumentos o hermosos paisajes: muy al contrario, y muy en sintonía con nuestro carácter, son el testimonio de los rostros de un puñado de voluntarios en aquel momento exacto en que el pueblo de Béjar por primera vez era protagonista de su propia Historia, el momento en que los bejaranos estábamos rompiendo nuestra Historia en dos. Como bien ha señalado el llorado José Luis Majada, hasta allí llegó un trasnochado y atenazador feudalismo que había durado en Béjar cuatrocientos años más de lo debido; de allí en adelante, aquellos hombres comenzaron la penosa conquista de la libertad que nos ha traído a nuestros días, con tropiezos y retrocesos, pero con tesón también para recuperarla.
Aquel 28 de septiembre, a primera hora de la mañana, el brigadier Nanneti, después de seis días de asedio, conminó a la ciudad a rendirse. No lo hizo. Desde sus posiciones en lo que actualmente es el cementerio de San Miguel, el ejército bombardeó la ciudad. Aguantó. Las tropas avanzaron por el Puente Nuevo y por el Puente Viejo. Las mujeres bejaranas, subidas en los tejados, les tiraban piedras, el único arma de que disponían. Algunos soldados saquearon las viviendas de esa calle que acabamos de remontar, la calle Libertad, pero no consiguieron en ningún momento alcanzar esta barricada de la Puerta de Ávila. A media tarde, el ejército se retiró, con el ánimo de volver al asalto a la mañana siguiente. No hubo lugar a que tal pasara. Amanecido el 29 de septiembre, la noticia de lo que había ocurrido en Béjar llegó a Madrid, que por fin se sublevó y un día más tarde, el miércoles 30 de septiembre, la reina Isabel II salía para el exilio en París. Siete semanas después el Gobierno concedió a Béjar los títulos de “Heroica” y “Liberal”, y aprobaba el sufragio universal por primera vez en España. Al año siguiente las Cortes aprobaron una nueva Constitución.
Aquella Revolución de Septiembre tuvo en Cádiz y Alcolea un signo militar, pero en Béjar el tinte fue netamente popular. Fue el pueblo de Béjar el que por las bravas y soñador de un mundo mejor se organizó para reclamar un ideal que en toda Europa se estaban conquistando y que en España se resistía: la Libertad. De aquel pueblo salieron los nombres que en su mayoría permanecen anónimos y a los que yo hoy reivindico, porque en ellos se cifró, como ya dije antes, el triunfo de la vida. Me estoy refiriendo a Víctor Gorzo, aquel joven herrero que de la nada fundió unos cañones semejantes a los que están reproducidos junto al Puente Viejo; me estoy refiriendo a un polaco exiliado en Béjar, José Fronski, que organizó la estrategia de defensa de la ciudad; me estoy refiriendo a Aniano Gómez, un fabricante textil comprometido con los avances del liberalismo y que también él, a la inversa que Fronski, tuvo que salir exiliado en más de una ocasión fuera de nuestro país; me estoy refiriendo a Domingo Guijo, músico y tabernero de alta estima en la ciudad; me estoy refiriendo a Vicente Valle, un obrero textil pionero en la defensa de los derechos de los trabajadores; me estoy refiriendo a Primo Comendador, farmacéutico, periodista, maestro; me estoy refiriendo a Nicomedes Martín Mateos, probablemente el único cuyo nombre nos es conocido a todos, pero no más importante que Vicente Ferrer Vidal, Anastasio Redondo, Ramón Soler, Cristóbal Anaya, Felipe Agero o Juan Díaz, por citar tan sólo a algunos de aquellos bejaranos de toda clase y condición que compartieron codo con codo el sueño de la razón y el triunfo de la vida. Rindamos tributo con este recordatorio a quienes perdieron la vida de forma inocente en aquella jornada, pero rindámoselo también a quienes se la jugaron para poner en pie el bien supremo de la Libertad y lo consiguieron. Ganaron la Libertad, pero ese es un valor humano que no se conquista de una vez y para siempre, como la Historia de nuestro país trágicamente después nos ha enseñado. Hay que pelearlo cada día, porque sólo cuando nos falta entendemos de verdad lo que significa. Ellos lo sabían. Ellos nos enseñaron. Somos sus descendientes y herederos. Nunca deberíamos olvidarlo. Muchas gracias.
¡Viva Béjar! ¡Viva la libertad!
[Leído en el Homenaje a los Mártires de la Libertad, 28 de septiembre de 2007]
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