Le tengo mucho afecto al Museo Textil. Durante un tiempo, no hace mucho, me tocó arremangarme para ayudar a sacarlo adelante, junto al empuje del ministro Jesús Caldera y la entrega de Cipriano González, que no cejaron ni un instante de revolver Roma con Santiago para que el edificio fuera entregado como se había proyectado, sin mermas que no viene al caso comentar. Eran mejores tiempos que los actuales y ni por esas era fácil mover los despachos en Madrid para que la madeja se desenredara. Para explicar que su entrega al Ayuntamiento se haga ocho años después de lo debido requeriría una paciencia que sin duda los lectores no tienen ni merece la pena que la gasten en este sortilegio que alguna meiga ha malmirado. Cien años nos costó sacar adelante el embalse de Navamuño y otros tantos se va a llevar ver abierto el Parador Nacional de Turismo, si es que antes no se privatiza la cadena y se desvanece el sueño.
Que la Administración Central nos entregue por fin el edificio que ha de albergar el Museo Textil es el final de una aventura y el comienzo de otra. Las primeras informaciones llegadas del feliz acontecimiento hablan de unas jornadas de puertas abiertas para que todos los bejaranos puedan visitar la nueva instalación museística, oportunidad que yo no desaprovecharía para echarle una ojeada, porque la aventura que ahora comienza es la de dotarlo de contenido, que es más ardua que disponer del edificio.
Dotarlo de contenido quiere decir disponer de un proyecto museístico en condiciones que haga del edificio un auténtico centro de interés y no un simple depósito de máquinas desusadas. En el Museo Gutenberg de Maguncia, que es lo mío, me contaron toda la historia de las artes gráficas tal como eran en el siglo XV y me imprimieron, con una prensa manual, un retrato del inventor de la imprenta, que atesoro en casa. Dudo que en el museo que contará qué fue Béjar durante tres siglos me acaben tejiendo el paño para una manta. Un proyecto museístico implica una colección estable y bien relatada que explique los procesos y los objetos textiles, pero también exposiciones temporales, conferencias, seminarios, biblioteca, investigación, actividades divulgativas, publicaciones, un sitio web y sobre todo una dirección, un personal técnico y un presupuesto. Por eso digo que ahora comienza otra aventura, más dura y difícil que la de alzar y disponer el edificio.
La excusa para no hacerlo está servida de antemano, porque no son tiempos los actuales para inversiones y por lo tanto me da la impresión de que la pompa y el tronío de las declaraciones quedarán al poco diluidos en esa costumbre bejarana de fingir museos lo que en realidad son depósitos de fantasmas que vagan en la nada.
Lo que no obstará para que le vendamos la moto al turismo, que es el fin último de todas las iniciativas que en Béjar han sido y serán.
El edificio es espectacular pero ni el sitio (es difícil llegar y fuera del casco urbano) y sobre todo sin un proyecto museístico. Parece un almacén
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