Seguro que recuerdan a aquel malabarista chino de los circos de antaño cuyo número consistía en hacer girar un plato de porcelana en lo alto de una varilla que cimbreaba hasta que la dinámica del movimiento lo hacía volver sobre sí a una endiablada velocidad, momento en que el artista de las trenzas hacía lo propio con otro plato, y luego con otro, y luego con otro, y hasta lo mismo una docena o más, habiendo un punto en que el hombre corría de un lado al otro como loco para que la pérdida de velocidad de la loza primera no diera al traste con el aplauso final, que se producía cuando la docena de platos giraba al unísono sin estropicio.
Tal que así se me hacen en la imaginación las autoridades bejaranas de todo tipo y condición en estos días aciagos, que más que de crisis parecen de demolición. Me los supongo corriendo como posesos intentando que los platos no se les rompan delante de sus narices. El inventario de desaguisados parece un soufflé a punto de nieve: el Ministerio de Educación pone en solfa la continuidad de algunos grados de la Escuela de Ingenieros; el Consejo General del Poder Judicial pretende llevarse los Juzgados bejaranos a la capital, por no tener los famosos y mínimos 20.000 habitantes; la Federación de Municipios y Provincias quiere llevarse a la Diputación de Salamanca algunos de los servicios que presta nuestro Ayuntamiento, por no tener los famosos y mínimos 20.000 habitantes que condenan al ostracismo y a una muerte lenta, agónica y dolorosa; el Gobierno central anda deshojando la margarita de cobrarnos peaje en la A-66, esa autovía por la que cierto ministro bejarano se denodó para que se hiciera en tiempo récord y fuera gratuita; total, que de aquí a nada puede que haya que ir a Salamanca a estudiar (más) o a solventar nuestras penas hospitalarias, judiciales, municipales y, ya de paso, comerciales, pero además pagando peajes por hacerlo.
Si ello fuera poco, tenemos el nonato Parador de Turismo en coma inducido, como el Museo Textil o las perras para una fundamental en estos tiempos piscina climatizada, que ayudaría lo suyo a sobrellevar los lloros. Por no citar esas viviendas sociales tan en el limbo como el futuro del decano Béjar en Madrid.
Puesto con un orden adecuado y sacando de cada uno de los asuntos citados el lado vitriólico que fuera menester, no me cabe duda de que el inigualable Rafael Azcona escribiría un guion magistral como los que hacía para las películas del maestro Berlanga. La escena final, de claro ambiente coral con muchos extras y la cámara haciendo travelín, sería el de un recinto ferial con caballitos y coches chocones en el más riguroso silencio, acorde con el luto de estos días de vinagre y cardos.
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