La Fundación Villalar es el instrumento creado por nuestra comunidad autónoma para subirnos la autoestima y alcanzar esa meta ardua de convencernos de que tenemos una identidad propia y definida. Cosa nada fácil, cuando la mantequilla es dulce en Zamora y salada en Soria, como decía alguien. Pero bueno, ahí estamos, en ello.
Seguramente casi ninguno de los lectores sepa muy bien a qué se dedica exactamente este ente autonómico y puede que los haya que ni siquiera sepan de su existencia. Ni lo van a saber, por el momento. El otro día en una entrevista su director afirmaba que quieren llegar más lejos, penetrar más en la sociedad, alcanzar mejor sus objetivos. Para ello, van a extender sus actos a aquellas poblaciones que tengan un mínimo de 20.000 habitantes. Ahí estamos. La cifra mágica que traza una raya entre lo visible y lo invisible en esta comunidad autónoma.
En tiempos de vacas flacas, van a llegar más lejos. Esta música me suena muy de cerca: menos dinero, pero más actos. El consabido milagro de los panes y los peces. De entrada, por mucho esfuerzo que hagan, parece que ninguna población de la provincia salmantina tendrá la fortuna de que esta fundación caiga por sus predios. Salvo la capital, por supuesto. Seguramente no sea otra cosa que una añagaza para justificar su presencia en Ponferrada, Aranda de Duero y Miranda de Duero, porque no sé si alguna otra población de la región, que no sea capital de provincia, supera esa cifra mágica de los 20.000 habitantes. Béjar, desde luego, no. Así que no los veremos por aquí. No sé si eso es positivo, negativo o mediopensionista, habría que analizar si una exposición de más o de menos nos iba a mejorar la percepción de pertenencia. Pero no se dará el caso.
Carecería de importancia si no fuera porque desde hace muchos años uno viene percibiendo que estar por debajo de los 20.000 habitantes convierte a una población en una excluida del reparto de la tarta en tantas y tantas cosas. Una y otra vez he visto cómo no alcanzar la cifra mágica hace que buena parte de los planes de articulación económica y social pasen de largo sin dejar nada. Puede que no afecte en nada no entrar en el circuito de circulación de una exposición, pero significa una brecha insalvable, y cada vez más, cuando hablamos de infraestructuras, de dotación de servicios, de equipamiento de bienes, de todo lo que dota de músculo a una población.
Habría que mirar más allá de Las Edades del Hombre para entender cómo el mapa del territorio se va llenando de agujeros negros por los que son tragados incluso los censos de quince mil habitantes.
Seguramente casi ninguno de los lectores sepa muy bien a qué se dedica exactamente este ente autonómico y puede que los haya que ni siquiera sepan de su existencia. Ni lo van a saber, por el momento. El otro día en una entrevista su director afirmaba que quieren llegar más lejos, penetrar más en la sociedad, alcanzar mejor sus objetivos. Para ello, van a extender sus actos a aquellas poblaciones que tengan un mínimo de 20.000 habitantes. Ahí estamos. La cifra mágica que traza una raya entre lo visible y lo invisible en esta comunidad autónoma.
En tiempos de vacas flacas, van a llegar más lejos. Esta música me suena muy de cerca: menos dinero, pero más actos. El consabido milagro de los panes y los peces. De entrada, por mucho esfuerzo que hagan, parece que ninguna población de la provincia salmantina tendrá la fortuna de que esta fundación caiga por sus predios. Salvo la capital, por supuesto. Seguramente no sea otra cosa que una añagaza para justificar su presencia en Ponferrada, Aranda de Duero y Miranda de Duero, porque no sé si alguna otra población de la región, que no sea capital de provincia, supera esa cifra mágica de los 20.000 habitantes. Béjar, desde luego, no. Así que no los veremos por aquí. No sé si eso es positivo, negativo o mediopensionista, habría que analizar si una exposición de más o de menos nos iba a mejorar la percepción de pertenencia. Pero no se dará el caso.
Carecería de importancia si no fuera porque desde hace muchos años uno viene percibiendo que estar por debajo de los 20.000 habitantes convierte a una población en una excluida del reparto de la tarta en tantas y tantas cosas. Una y otra vez he visto cómo no alcanzar la cifra mágica hace que buena parte de los planes de articulación económica y social pasen de largo sin dejar nada. Puede que no afecte en nada no entrar en el circuito de circulación de una exposición, pero significa una brecha insalvable, y cada vez más, cuando hablamos de infraestructuras, de dotación de servicios, de equipamiento de bienes, de todo lo que dota de músculo a una población.
Habría que mirar más allá de Las Edades del Hombre para entender cómo el mapa del territorio se va llenando de agujeros negros por los que son tragados incluso los censos de quince mil habitantes.
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