La plaza de toros de El Castañar, de nuevo con el aforo completo y la luna asomada para no perdérselo, echó anoche (esta mañana, más bien) el cierre a la XII edición del Festival Internacional de Blues de Béjar, con un cartel en la cumbre que establecía a priori un duelo entre artistas norteamericanos, padres del invento, e hispanos, discípulos aventajados, con la guitarra como instrumento de discusión. Porque las guitarras fueron, efectivamente, las protagonistas absolutas de la noche, sin asomo de los metales y casi de la armónica hasta el tramo final de la madrugada.
El primero que subió al escenario, al filo de las diez de la noche fue un peso pesado que cuenta en su historial haber compartido tablas con Muddy Waters, John Mayall o Jimi Hendrix: Joe Louis Walker, que traía consigo una línea de músicos donde las cuerdas se triplicaban con las de Murali Coryel y Amar Sundy, además de las suyas. Con ese punto de partida, el foco de luz saltaba de un mástil a otro en un repertorio híbrido que incluyó el blues, pero también el rock y el soul, que hasta ahora no habían aparecido en las anteriores sesiones del festival.
Sin solución de continuidad fue luego el turno de Lucky Peterson, multiinstrumentista ecléctico y cantante generoso que derrochó alegría y fuerza en el recorrido de su hora y media, tiempo sobrado para arrimarse a todos los palos de la música negra con una frescura y diversión que hicieron las delicias de los aficionados, entregados a sus juegos, sus coros y su magia. Terciado el concierto subió al escenario su esposa Tamara y entre ambos pusieron fuego en la arena, cómplices de un público sorprendido y cautivo en una actuación que fue lo mejor del festival.
Justo donde lo dejó Lucky Peterson recogieron el guante los integrantes del tramo final de la noche, bajo el genérico y prometedor rótulo de “Reunión de blues ibérico”, máscara bajo la que es escondían Los Blues Pistols de Santi Campillo, Pepe Bao, Anye Bao y Sooper Hooper, que se instalaron en el hard rock y el funky con evocaciones al amparador blues del que todo nace. El diálogo de los dos lados del Atlántico adquirió maneras de cumbre cuando comenzaron a congregarse sobre el escenario músicos bluseros invitados de los cuatro puntos cardinales de España, hasta quince, que se disputaban el aplauso en una larga jam session que, digámoslo sin apuro, fue la mejor forma de poner remate a una noche de guitarras, por decir noche, porque uno de los últimos invitados se abrió paso hasta el micrófono con un “buenos días” que lo dice todo sobre la intensidad y disfrute de un festival que gana cada año y se ha vuelto cita imprescindible para los aficionados de todo el país.
El primero que subió al escenario, al filo de las diez de la noche fue un peso pesado que cuenta en su historial haber compartido tablas con Muddy Waters, John Mayall o Jimi Hendrix: Joe Louis Walker, que traía consigo una línea de músicos donde las cuerdas se triplicaban con las de Murali Coryel y Amar Sundy, además de las suyas. Con ese punto de partida, el foco de luz saltaba de un mástil a otro en un repertorio híbrido que incluyó el blues, pero también el rock y el soul, que hasta ahora no habían aparecido en las anteriores sesiones del festival.
Sin solución de continuidad fue luego el turno de Lucky Peterson, multiinstrumentista ecléctico y cantante generoso que derrochó alegría y fuerza en el recorrido de su hora y media, tiempo sobrado para arrimarse a todos los palos de la música negra con una frescura y diversión que hicieron las delicias de los aficionados, entregados a sus juegos, sus coros y su magia. Terciado el concierto subió al escenario su esposa Tamara y entre ambos pusieron fuego en la arena, cómplices de un público sorprendido y cautivo en una actuación que fue lo mejor del festival.
Justo donde lo dejó Lucky Peterson recogieron el guante los integrantes del tramo final de la noche, bajo el genérico y prometedor rótulo de “Reunión de blues ibérico”, máscara bajo la que es escondían Los Blues Pistols de Santi Campillo, Pepe Bao, Anye Bao y Sooper Hooper, que se instalaron en el hard rock y el funky con evocaciones al amparador blues del que todo nace. El diálogo de los dos lados del Atlántico adquirió maneras de cumbre cuando comenzaron a congregarse sobre el escenario músicos bluseros invitados de los cuatro puntos cardinales de España, hasta quince, que se disputaban el aplauso en una larga jam session que, digámoslo sin apuro, fue la mejor forma de poner remate a una noche de guitarras, por decir noche, porque uno de los últimos invitados se abrió paso hasta el micrófono con un “buenos días” que lo dice todo sobre la intensidad y disfrute de un festival que gana cada año y se ha vuelto cita imprescindible para los aficionados de todo el país.
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