La XLIII convocatoria del Concurso Literario del Casino Obrero ha sido de nuevo ganada por el escritor gaditano, afincado en Béjar, Gabriel Cusac. Ya lo había hecho en otras cuatro ocasiones anteriores, entre otros premios obtenidos en su ya larga trayectoria narrativa.
El cuento ganador lleva el título prometedor de “El jardinero y el salvaje” y ha sido publicado, como viene haciendo en los últimos años, por el Casino Obrero en un volumen que recoge el acta del jurado, el relato ganador y el que se quedó a las puertas, en esta ocasión de la mirobrigense Concha Fernández González.
En la exégesis de la leyenda bejarana de los mal llamados hombres de musgo (en realidad no deja de ser un particularismo local nominativo para la tradición europea del mito del salvaje), Cusac le da una vuelta de tuerca al asunto y lo convierte en un símbolo nuevo: la simbiosis, o de otra forma el desdoblamiento de personalidad, que los bejaranos estamos adquiriendo con uno de los pocos pero entrañables mitos de nuestra tradición. Conociendo al personaje (me refiero aquí al propio Cusac), es fácil entender que tarde o temprano acabaría escribiendo este relato de identidad personal. Pero quizá sin darse cuenta lo ha trascendido y el trasunto se vuelve de validez para la propia identidad bejarana: de unos años a esta parte vivimos en la búsqueda y persecución de un ser huidizo idealizado cuyas huellas delatan que perseguidor y perseguido son el mismo personaje (en este caso, dualmente representados por el jardinero y el salvaje). La esquizofrenia de un espejo sin azogue.
A Béjar no le hacen falta palabras gruesas, las que todos los días oímos y leemos, sino metáforas que ayuden a sentarnos en el diván y encarar la crisis particular de una ciudad que ha perdido sus referentes y da palos de ciego en busca de su identidad. “El jardinero y el salvaje” es una parábola del presente bejarano: el jardinero escéptico que se transmuta o se trasciende en el mito que admira y persigue, sin alcanzar nunca en esa persecución a coincidir con él, porque es él mismo en dos momentos distintos.
El cuento, así, se vuelve una parábola que va más allá de la fantasía con la que quizá el propio Cusac la pergeñó: una Béjar rutinaria que anhela dar con la Béjar mítica para encontrarse a sí misma. Más reflexiones como ésta serían necesarias para acabar con este tiempo de tumbos en que vive inmersa Béjar desde hace un par de décadas.
Por lo demás, no todo son aplausos: así como la síntesis del cuento es magnífica, también es verdad que su efecto sería más efectivo si el autor no le hubiera incrustado (quizá por necesidades de extensión de las bases del concurso) toda la morralla ensayística sobre la historia de El Bosque y la pesadumbre personal sobre su rehabilitación. Sobra.
[publicado en Béjar en Madrid, 19 de marzo de 2010]
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