sábado, 12 de marzo de 2011

Las calles tienen tu nombre, novela de Óscar Rivadeneyra

De manera silenciosa, el profesor, pintor y escritor Óscar Rivadeneyra ha publicado una novela. Llegó a las librerías a últimos de diciembre pasado y lleva el título de Las calles tienen tu nombre. La edición parece que corrió a cargo de TGC Cultural, un nuevo sello editorial bejarano que con esta obra parece abrir catálogo, o cuando menos cobijo.
El autor, de ya larga trayectoria en la vida cultural bejarana, era hasta ahora conocido sobre todo por su actividad pictórica, y en menor medida periodística, pero nos ha sorprendido ahora con esta incursión en la narrativa que sólo podemos elogiar, al tiempo que recomendar su lectura a todos aquellos (tan escasos y menguantes) que aúnan afecto a la literatura y a la reflexión sobre el devenir de Béjar.
Porque, efectivamente, ese es el cruce de intereses en que Rivadeneyra ha fijado el propósito de esta exquisita novela. Por una parte tenemos un ejercicio literario que he de reconocer de alto esfuerzo: la novela no se deja leer fácilmente, hay que estar muy atento al uso de la palabra, de una densidad absoluta, en la que nada es superfluo y cada frase produce giros en los que el lector distraído puede perder el hilo de Ariadna con que Rivadeneyra ha tejido una trama en varios niveles que multiplican el disfrute de la narración. Uno de ellos, el más obvio, es el del bildungsroman, la novela de formación: el protagonista Miguel es un púber enamorado de una chica unos años mayor que él, pero que a su vez no deja de ser ella también una adolescente; a través de esta situación, excusa más que eje central de la novela, conocemos la evolución y maduración de los sentimientos del chico que está despertando a la vida. No tendría valor para los lectores bejaranos si la novela sólo tratara de un lazarillo más que se da de coscorrones en un puente romano y toma conciencia de sí mismo. El valor bejarano de la novela y el mérito de Rivadeneyra está en haber situado al protagonista como observador ajeno, con una mirada abarcadora y escrutadora, en el borde del círculo cerrado en el que se movía una burguesía decadente que estaba a punto de colapsar, y a partir de ahí dibujar un magnífico retrato de ese desmoronamiento, en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco.
El bisturí de Rivadeneyra saja ahí el panorama de contradicciones en el que la endogamia de la burguesía textil bejarana camina desde un mundo amurallado y cerrado a un mundo poroso, dubitativo y premonitorio de su extinción. Así, la novela oscila con sutileza máxima entre un Béjar eludido y un Béjar aludido, pero lateral en todo caso, sin alcanzar en ningún momento el escenario central, que está siempre ocupado por esa mirada de intruso asomado a la tapia tras la que se divierte la muchacha rubia de ojos azules, metáfora definitoria de la secular relación entre la ciudad y su burguesía.
Desde otro punto de vista, más entretenido, la novela se ambienta en los años más cruciales de la Transición, con acertada inserción de hechos, circunstancias y anécdotas reales que sucedieron en Béjar en aquellos años, como la llegada al poder municipal de los socialistas con Juan Belén Cela al frente, pero no deja de ser un mero trasfondo que no le roba el plano en ningún momento a la reflexión sobre el origen primero de la decadencia general de Béjar que hoy padecemos.
Al paso, el lector se regocijará enormemente en el juego de desentrañamiento de los nombres falsos u ocultos bajo los que se esconden otros reales, porque la novela también adquiere, para mayor disfrute, la forma de roman à clef, novela en clave donde detrás de la mención a un triste tigre, por ejemplo, se está aludiendo a un arqueólogo o a un médico conocido, seguramente.
[Publicado en Béjar en Madrid, n.º 4.642, 4 de marzo de 2011]

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