A ojo de observador agudo no le será difícil descubrir que el sistema de representación política de que gozamos tiene trampantojo. Basta con atender a las noticias de cada día en los medios de comunicación para entender que tenemos dos alcaldes, como en el Antiguo Régimen (no me refiero, como coloquialmente se suele hacer, al de Franco, sino al auténtico, el de antes de la Revolución Francesa). Uno da cuenta de su peregrinar por los ministerios madrileños y los logros gracias al Gobierno de España; el otro justifica su deambular por las consejerías vallisoletanas y los logros gracias a la Junta de Castilla y León. Rara vez uno y otro cruzan el río por el puente más lejano.
Así que no se trataba de descentralizar, como pretendíamos cuando éramos jóvenes en la Transición, sino de tocar pelo a toda costa.
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