Maricasti había ido a la caótica Madrid a dar una ciclópea charla sabatina sobre asuntos propios de la administración pública. Medio centenar de aspirantes espabilaban el sueño entre bostezos y pantallazos de powerpoint. Mediada la jornada, se hizo una pausa, o un armisticio quizá, para tomar un café reponedor; fue entonces, atajando pasillos para alcanzar el aire fresco de la mañana, cuando atendió varias consultas peregrinas, la última de las cuales solicitaba saber el lugar exacto de su nacimiento, porque la aspirante que la formulaba había reconocido el acento peculiar, incluso expresiones irrenunciables que tatúan la voz y no perdonan la procedencia: "Del mismo Béjar", no le quedó más remedio que reconocer. La aspirante brincó de alegría y se ofreció para continuar la charla. Ella era de Puente del Congosto. Ensanchar la nostalgia le costó un café.
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