Vito había acudido a Valencia para participar en una conferencia, pero llegó con la antelación exacta que no permite alejarse mucho del lugar del acto académico ni quedarse muerto de aburrimiento en un banco del pasillo en la espera, así que mató las horas en un centro comercial próximo, siempre entretenidos y consumistas. Zascandileaba sin propósito fijo de escaparate en escaparate, palpando con los ojos o el tacto la mercancía, cuando en una zapatería se topó con la mirada fija y sostenida de Maruja, que ejercía la profesión de zapatera en la aldea, allá lejos de donde ahora se encontraba. No se resistió y arrimándose a Vito le preguntó si era él. Claro que lo soy. Y yo soy Maruja. Ya. Y así, una conversación amena. Mira que estoy harta de zapatos, pero no lo puedo evitar, los veo y me voy a ellos. Ya. En fin.
Luego Vito se fue a la conferencia donde disertaba con varios compañeros sobre las modas en la edición. De entre los dos centenares de asistentes, al cabo del turno de preguntas amarró el micrófono un afamado académico madrileño cuya entrega oral versó sobre la hipotética enfermedad de melancólico de don Quijote. Acabado el acto, Vito, sabiéndolo, se acercó a él y le preguntó en qué año salió de Béjar, porque no le recordaba de su etapa escolar.
Vayas donde vayas, algún bejarano hallas.
Luego Vito se fue a la conferencia donde disertaba con varios compañeros sobre las modas en la edición. De entre los dos centenares de asistentes, al cabo del turno de preguntas amarró el micrófono un afamado académico madrileño cuya entrega oral versó sobre la hipotética enfermedad de melancólico de don Quijote. Acabado el acto, Vito, sabiéndolo, se acercó a él y le preguntó en qué año salió de Béjar, porque no le recordaba de su etapa escolar.
Vayas donde vayas, algún bejarano hallas.
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