Hay por ahí un think tank que dice llamarse Civismo que dio a conocer hace un par de meses un estudio en el que proclamaba el 4 de mayo como el Día de la Liberación. La cosa está vinculada mitad por mitad a un gesto de humor y neoliberalismo, a partir de ecuaciones que tienen que ver con los salarios y los impuestos. Parece ser que por promedio general ese es el día en que los asalariados comenzamos cada año a ganar dinero para nosotros mismos. Me explicaré: según sus cálculos, entre el 1 de enero y el 3 de mayo todo lo que ganamos cada cual se lo entregamos al Estado, no tanto en un gesto de buena voluntad como de imposición: entre impuestos directos, indirectos, municipales y mediopensionistas, durante el equivalente a cuatro meses de cada año el sudor de cada asalariado se lo queda el Estado.
Mucho me temo que después de la andanada descomunal que nos ha arreado en los bolsillos el presidente accidental Rajoy (el auténtico presidente está en Bruselas, o en Frankfurt, o en Berlín, o vaya usted a saber dónde) los economistas antiestatales del think tank citado estarán con toda urgencia reformulando sus números y haciendo gráficos que retrasarán, como fiesta movible que es, el proclamado Día de la Liberación. Puede que a estas alturas ya se haya desplazado hasta junio, aunque si la cosa no se remedia de forma convincente en las próximas semanas —y tiene pinta de que no va a ser así—, lo mismo acaba coincidiendo con la festividad de la Virgen del Castañar, a la que no paro de rezar para que esta apropiación de sudores se detenga, sin que por el momento la patrona me haga mucho caso, quizá por hereje y rojo. Bien me conformaría, dado que mi condición de ateo no surte efecto en las rogativas, que por el bien del prójimo, cuando menos, haga algo la celestial señora para amansar esta celebración-bala y no acabe recalando en las mismísimas navidades, allende la lotería de El Gordo, este Día de la Liberación.
En este régimen de monarquía parlamentaria en el que vivimos, los empadronados en este país tenemos la condición de súbditos. Uno ha querido durante mucho tiempo, con mucho respeto y sin ningún resultado, que fuéramos simplemente ciudadanos, pero a la vista de la rapidez con que los diezmos medievales nos están comiendo la cosecha, sospecho si de aquí a nada no nos quedaremos en simples siervos de la gleba.
Puestos a volver al Medievo, digo yo si no podrían reinstaurarse unos bonitos autos de fe en los que, en vez de echar funcionarios a la pira, gente ruin al cabo, que los hay por docenas y son todos unos inútiles que arden fatal, digo yo si no podríamos ver sofocados y atados al madero a unos cuantos de esos que se indemnizan a sí mismos con millones de doblones después de haber propagado la peste y la codicia.
Ese sí que sería un buen ajuste. Pero de cuentas. Y una buena oportunidad para celebrar el Día de la Liberación, aunque sea espiritual y no venga a cuento.
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