domingo, 29 de julio de 2012

Presentación

El protagonista de esta colección de anécdotas nació judío hacia 1480 y murió a cuchilladas en las calles de Béjar en 1532, mientras ejercía su trabajo de alguacil mayor del concejo. El nombre cristiano por el que se hizo conocer, con sorna y pomposidad, fue el de don Francés de Zúñiga. Fue sastre remendón en su juventud, antes de pasar al servicio del duque como bufón de corte por sus dotes incomparables para la diversión y el buen humor. Eso ocurría en los últimos años del reinado de los Reyes Católicos. En el palacio que los duques tenían en la actual plaza de la Piedad su tarea diaria era entretener con sus chanzas y bromas a los familiares e invitados, mediante el ingenio y la capacidad para decir todo aquello que más pudiera herir a unos cortesanos y hacer reír a otros. Fue un maestro soberbio en ese arte, el mejor que ha habido en España y uno de los mejores de los que se guarda memoria en toda Europa. Prueba de ello es la Crónica burlesca del emperador Carlos V que escribió sobre sus andanzas en la corte imperial durante los siete años en que estuvo al servicio del monarca español, de quien no se separaba jamás, siendo el terror de todos los que se acercaban al joven rey, ya que no se alejaban de su lado sin haber recibido una regocijante puñalada verbal que luego corría por los mentideros de los palacios. El oficio de bufón tuvo su esplendor entre los siglos XV y XVII. Nuestro personaje fue maestro de maestros en la profesión. No tuvo la fortuna de ser incluido en la magnífica serie de retratos de bufones del genial Velásquez, pero por sí mismo alcanzó fama en toda Europa por ser el único de todos ellos que llegó a escribir un libro, por el que ha pasado a la historia de la literatura y ha sido objeto de estudio en universidades europeas y norteamericanas. Además de la Crónica, se conservan de él una veintena de cartas dirigidas a importantes personajes españoles y europeos, incluido el papa, todas ellas con el mismo humor socarrón que anticipa a Quevedo y describiendo situaciones y escenas cómicas que llevaron a Valle-Inclán a afirmar que don Francés y no él había sido el inventor del esperpento. Una mínima muestra de ello son las anécdotas que aquí se muestran, recogidas en obras de autores varios a lo largo del siglo XVI, ya muerto nuestro paisano, anécdotas incluso apócrifas que le atribuyen andanzas y dichos que no fueron suyos, como un Cid cualquiera o un Jaimito que todo se lo carga. Era prueba de su larga fama durante mucho tiempo después de su muerte. Luego cayó en un olvido del que todavía no se ha acabado de recuperar, ni siquiera en su pueblo natal.

El Día de la Liberación

Hay por ahí un think tank que dice llamarse Civismo que dio a conocer hace un par de meses un estudio en el que proclamaba el 4 de mayo como el Día de la Liberación. La cosa está vinculada mitad por mitad a un gesto de humor y neoliberalismo, a partir de ecuaciones que tienen que ver con los salarios y los impuestos. Parece ser que por promedio general ese es el día en que los asalariados comenzamos cada año a ganar dinero para nosotros mismos. Me explicaré: según sus cálculos, entre el 1 de enero y el 3 de mayo todo lo que ganamos cada cual se lo entregamos al Estado, no tanto en un gesto de buena voluntad como de imposición: entre impuestos directos, indirectos, municipales y mediopensionistas, durante el equivalente a cuatro meses de cada año el sudor de cada asalariado se lo queda el Estado.

Mucho me temo que después de la andanada descomunal que nos ha arreado en los bolsillos el presidente accidental Rajoy (el auténtico presidente está en Bruselas, o en Frankfurt, o en Berlín, o vaya usted a saber dónde) los economistas antiestatales del think tank citado estarán con toda urgencia reformulando sus números y haciendo gráficos que retrasarán, como fiesta movible que es, el proclamado Día de la Liberación. Puede que a estas alturas ya se haya desplazado hasta junio, aunque si la cosa no se remedia de forma convincente en las próximas semanas —y tiene pinta de que no va a ser así—, lo mismo acaba coincidiendo con la festividad de la Virgen del Castañar, a la que no paro de rezar para que esta apropiación de sudores se detenga, sin que por el momento la patrona me haga mucho caso, quizá por hereje y rojo. Bien me conformaría, dado que mi condición de ateo no surte efecto en las rogativas, que por el bien del prójimo, cuando menos, haga algo la celestial señora para amansar esta celebración-bala y no acabe recalando en las mismísimas navidades, allende la lotería de El Gordo, este Día de la Liberación.

En este régimen de monarquía parlamentaria en el que vivimos, los empadronados en este país tenemos la condición de súbditos. Uno ha querido durante mucho tiempo, con mucho respeto y sin ningún resultado, que fuéramos simplemente ciudadanos, pero a la vista de la rapidez con que los diezmos medievales nos están comiendo la cosecha, sospecho si de aquí a nada no nos quedaremos en simples siervos de la gleba.

Puestos a volver al Medievo, digo yo si no podrían reinstaurarse unos bonitos autos de fe en los que, en vez de echar funcionarios a la pira, gente ruin al cabo, que los hay por docenas y son todos unos inútiles que arden fatal, digo yo si no podríamos ver sofocados y atados al madero a unos cuantos de esos que se indemnizan a sí mismos con millones de doblones después de haber propagado la peste y la codicia.

Ese sí que sería un buen ajuste. Pero de cuentas. Y una buena oportunidad para celebrar el Día de la Liberación, aunque sea espiritual y no venga a cuento.

lunes, 23 de julio de 2012

Ilustres visitas

Leo con regocijo que la villa corita ha preparado un largo verano, hasta mediados de septiembre, en homenaje a don Miguel de Unamuno, en este que está siendo por arte de birlibirloque su año de celebración (que no lo es en rigor: lo fue el pasado, 75 años de su muerte; y lo será dentro de dos, 150 de su nacimiento; pero sea, pues ahí está). Han puesto paneles por las rúas que explican al escritor vasco, lecturas de sus textos, charlas, concurso literario, exposición y así hasta una quincena de actos. Enhorabuena sea por la iniciativa. Siempre es bueno darse a la lectura, como reza el título del último libro de Ángel Gabilondo, o cuando menos a merodear por ella.

Y todo ello a simple cuento de que en el verano de 1935 el rector alquiló una casa para pasar allí unas semanas de descanso con la familia, empujado por aquel otro veraneante señalado que fue don Filiberto Villalobos. Sería su último verano feliz, porque en el siguiente se armó la que todos sabemos y no estaba la cosa como para paseos bucólicos por la villa chacinera.

El pasado 29 de junio se cumplió un siglo cabal de la visita a Béjar de Pablo Iglesias. Hacía apenas dos años que se había convertido en el primer diputado socialista de la historia del Parlamento español. La estancia, fugaz como el aire, dejó sin embargo una frase para la historia local: “He venido a Béjar a aprender socialismo”. Ahí es nada. Le debió de costar lo suyo al periodista cazar sus palabras, porque los asistentes al acto se rebullían de continuo en sus sillas y no dejaban de aplaudir en vez de escuchar.

Aunque ambos sean ya pura historia, ya sé que no es lo mismo Iglesias que Unamuno: aquel es tenido por simple político, y este por escritor, aunque pocos personajes del momento se entregaron más a la política que Unamuno, que dio zurriagazos a todas las ideologías y partidos, sin marginar ni al rey ni a la república. Menudo era.

Está bien, acepto a Pablo Iglesias como animal de compañía doméstica socialista y habrá que dedicarle un recuerdo en privado, pero ¿qué me dicen de Pío Baroja? Una de sus más señaladas novelas, César o nada, está ambientada en buena medida en Béjar, para lo que visitó en varias ocasiones nuestra ciudad, dejando anécdotas muy sabrosas y más de un personaje retratado en las páginas de su obra, que fue publicada por entregas en un periódico madrileño en 1910 y en libro al año siguiente, esto es, un siglo cumplido también apenas hace nada, hecho que pasó por Béjar sin que el silencio se inmutase no ya con aplausos, sino ni siquiera con rebullir de sillas.

Lo dicho: aquí no salimos del Corpus Christi y Mateo Hernández. ¡Viva Candelario!

domingo, 8 de julio de 2012

El regreso de los fibbers

La primavera ha estado indecisa, mudando la piel del invierno en la del verano a trompicones, poniendo de los nervios a la marmota, que no sabía si asomar ya la nariz o dejarlo para el mes que viene. Pero de un día para otro al cabo, como ocurre todos los años, el gordo sol castellano ha puesto sus posaderas sobre el cielo y todo se ha vuelto amarillo, del campo a la toalla, del toldo de la terraza a la cerveza espumosa que se derrama sobre el mármol dejando un círculo que parece un astro apagado por la sed.

Los más avisados de los corrillos sentados a la fresca del anochecer, con un botijo y un abanico con los que sacarse de encima la sofoquina, descuentan las noches que restan para asomarse a los vericuetos que bajo las farolas del Castañar se poblarán en breve de ese espécimen que deja la madriguera urbana en la que se refugia el resto del año y bajo la forma de turista accidental, con una púa a modo de monóculo, se arroja a la arena de la plaza de toros bejarana en la que, durante un fin de semana de julio, vienen a dar los náufragos felices de haberse perdido en los mares del blues.

Antaño eran los lobos, acaso los jabalíes los que acudían a la espesura boscosa del bendito monte bejarano. Quizá hubo un tiempo de ciervos o de algún oso desnortado que hozó a sus anchas bajo las sombras de la noche montuna. Como en un concilio convocado de un verano para otro, ahora son los monjes del blues los que atraviesan montañas y ríos desde sus lugares remotos para saludarse a las puertas del coso blusero y reconocerse en la tez de la tribu de los fibbers, esos hermanos de hábito que esconden bajo la camiseta el tatuaje de un Robert Johnson cabalgando el mástil de una guitarra sobre un fondo de luna de oblea que lleva la marca de aguas del diablo.

El Festival Internacional de Blues de Béjar, patria a la que regresan los fibbers, abre las puertas a su XIII edición con trompetas y atabales tocados por una banda de ángeles negros que se pasaron del gregoriano al swing y vagan por el mundo predicando la palabra de B. B. King. Bi-en-ve-ni-dos, hijos del blues.

Guiño literario

La primera novela de Óscar Rivadeneyra, Las calles tienen tu nombre (2010) encerraba muchos guiños y cameos literarios. De algunos de ellos fui consciente cuando la leí, otros sin duda se me escaparon. Ahora, al tomar la carátula de un viejo disco de Van Morrison, me percato de que este escribió una canción a comienzos de los ochenta con el título de The street only know your name, que tiene un razonable parecido con el de la novela del bejarano.

Hay libros que nunca se terminan de leer del todo. Son los mejores.